La sesión doble recibe esta semana uno de esos movimientos que tuvieron su gran momento en el cine europeo, la Nueva Ola Checoslovaca, y lo hace con dos títulos a descubrir: por un lado Krik, dirigida por Jaromil Jires (autor de Valerie y su Semana de las Maravillas, entre otras) a mediados de los 60, y por el otro con una aportación fantástica, El gato de Cassandra de Vojtech Jasny.
Krik — El grito (Jaromil Jires)
La inmediatez, la cercanía y la textura ‘verité’ del neorrealismo italiano fundiéndose (con encomiable armonía) con la inventiva y la tendencia a la distorsión poética de la nouvelle vague. Como todo movimiento de vanguardia, la nueva ola checoslovaca (que en buena medida podría fundamentarse en la fusión antes mencionada, añadiendo si acaso una cierta tendencia a la sátira que, no obstante, permanece ausente en el título que nos ocupa) lleva aparejada la frescura y la osadía de todo lo que nace con vocación de ruptura. En El grito, que muchos consideran pieza inaugural de dicho movimiento, este aliento innovador se percibe pronto en su narrativa aviesamente fragmentada (una serie de flashbacks pivotando alrededor de un momento clave: el parto de la protagonista), así como en una labor de montaje que, sin despreciar la coherencia narrativa, prefiere aspirar a un lirismo a través del cual puedan desvelarse los entresijos de los personajes y el sentido oculto de la película. Un sentido que, en cualquier caso, se trabaja más desde la sugerencia y la ambigüedad que desde la frontalidad discursiva, por mucho que determinados apuntes críticos resulten evidentes.
Lo que más asombra de El grito, una vez finalizada, es el hermetismo con el que su director ha perfilado a sus criaturas. En un conjunto ligero en su apariencia (su mixtura de narración y estilo se siente leve como el pendular de una pluma), pero en el fondo denso como la miel en cuanto alcance y significado, Jires hace desfilar por la pantalla, de forma más o menos velada, grandes temas como el amor, la paternidad, la política, el arte o el miedo al porvenir, pero se ahorra pronunciarse con claridad y apuesta, en su lugar, por difuminarlos merced a una complejidad psicológica que tal vez dificulte en exceso la comprensión global de la obra, pero que también la torna más apasionante. Por su parte, el malestar moral e ideológico, palpable desde sus primeros compases, se desliza con elegancia a través de detalles sutiles que crean contexto, configurando algo así como una voz colectiva (que emerge a través de ligerísimas digresiones que ponen el foco de atención en personajes ajenos a los protagonistas) que en cierto modo deja entrever las tensiones soterradas y el descontento generalizado que se vivían en la Checoslovaquia comunista de los años sesenta, y que un lustro después cristalizarían en la célebre Primavera de Praga del 68.
Es, en definitiva, esta forma tan esquinada (¿cauta, tal vez?) de revelar el confuso estado de ánimo de su país, más el desafío que supone desentrañar la mente de su pareja protagonista, lo que convierte el debut de Jires en una película digna de atención. También hermosa y ocasionalmente esperanzadora: la escena que transcurre con los niños en la escuela es particularmente emotiva. Con habilidad para hablar de lo esencial a través de un lenguaje opaco pero rico en matices, el autor de La broma juega con las expectativas del espectador y lo invita a sacar sus propias conclusiones, parapetándose en una serie de detalles, gestos y diálogos cazados al vuelo que refuerzan la condición enigmática del relato. Si en Valerie y su semana de las maravillas (aún hoy, una de las piezas fantásticas más sugerentes y originales jamás filmadas), Jires trabajó lo introspectivo a través de lo simbólico y metafórico, en El grito hizo algo similar sin necesidad de ampararse en la coartada fabulística: simplemente dotándola de misterio a través de su narración inteligentemente dispersa, su evocadora voz en off y el ritmo cadencioso y sensual de sus imágenes, que se mueven por la realidad de un país con las convicciones más bien maltrechas y el rumbo inevitablemente incierto.
Ivana y Slávek, con sus dudas, recelos y ansiedades, pero también con el poder de la memoria operando de aliado, acaban aportando perplejidad donde debiera haber ilusión por el mañana, y las certezas, si es que las hay, se quedan enterradas en el rostro extrañamente satisfecho de su protagonista, que se aleja complacido como quien acaba de asistir a una epifanía secreta y conmovedora.
Escrita por Nacho Villalba
El gato de Cassandra (Vojtech Jasny)
El gato de Cassandra es la obra más aclamada del director checo Vojtech Jasný. Ganadora del Premio Especial del Jurado de Cannes (ex aequo con la grandísima Harakiri, casi nada), la película nos traslada a una historia sobre un gato capaz de ver y reflejar la verdadera naturaleza de las personas, que causa una gran conmoción a su llegada a un pequeño pueblo. Mezclando elementos del costumbrismo rural y la fantasía fabulística, la cinta es un extraño cuento que, desde su perspectiva aparentemente inocente, ofrece un verdadero catálogo de elementos a analizar sobre el comportamiento humano y el funcionamiento de las convenciones sociales.
Su desarrollo puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas. La primera de ellas es una introducción al escenario que más tarde se convertirá en la fuente de conflicto, en la que se nos presenta a un director de colegio déspota y autoerigido como referente moral, que desaprueba los métodos del profesor Robert para estimular la imaginación de los niños. En una de sus clases, Robert invita al viejo cuentacuentos Oliva, quien narra su encuentro con el gato mágico capaz de mostrar la verdadera personalidad de aquellos a quienes ve. La segunda mitad de la película está marcada por la llegada de éste al pueblo, junto con un mago misterioso y la enigmática trapecista Diana, que trastoca a sus habitantes cuando, en medio de un impresionante espectáculo de ilusionismo, su poder mágico es desvelado, generando conflictos en el pueblo al mostrar las mentiras y la hipocresía que esconden. Mientras tanto Robert, enamorado de Diana, le ayuda a intentar recuperar al gato, perdido tras el espectáculo.
Sin duda, los aciertos clave de El gato de Cassandra se encuentran a nivel visual, con una deslumbrante puesta en escena en la que destaca por su intensidad la representación estética de los poderes del gato mágico, mediante un código de colores que revelan la naturaleza de los habitantes del pueblo. Una premisa que Jasný aprovecha para crear una atmósfera fantástica y psicodélica impresionante, en la que la mezcla cromática adquiere una capacidad de fascinación primaria que se convierte en el elemento más memorable de la película; y en las escenas en las que ésta se hace patente, la cámara parece juguetear, bailando a través de la combinación de colores al tiempo que da enfoque al caos de reacciones que desencadena esta situación. Con todo, no es lo único que merece la pena de una obra rica en significados e implicaciones. Sin dejar de ser un cuento infantil, el filme conserva su atractivo para un público adulto a través de su retrato satírico de las relaciones sociales y de cómo la mentira y la hipocresía forman parte de sus cimientos, tanto como el amor. En una divertida secuencia, los niños del pueblo se dedican a desfilar a través de éste, gato en brazos, mientras muchos adultos huyen, se esconden o saludan cómplices dependiendo del color asignado.
Evitando excesos dramáticos, la cinta está de hecho repleta de una comedia caricaturesca que resta gravedad a las situaciones, manteniendo por tanto un tono simpático y ligero, aunque no necesariamente optimista, y que puede resultar algo chocante por momentos; pero al mismo tiempo da a la narración una apariencia de farsa que transmite perfectamente la sensación de estar viviendo una atmósfera de cuento que, como nos indica Oliva, podría ser real o podría ser un escenario imaginado que nunca ocurrió, una ambigüedad que no hace más que añadir a la magia de la fábula. Al final, lo que queda de una película tan extraña y de cimientos tan extravagantes es una hermosa experiencia que resulta al mismo tiempo misteriosa y familiar, capaz de conectar con el espectador adulto mediante un lenguaje y pautas reservados al público infantil. Una encantadora historia que transmite a la perfección, y sin perder su propia identidad, la fascinación de los cuentos y fábulas de la infancia.
Escrita por Javier Abarca