Sesión doble: Joe Kolaloca (1964) / Johnny y Clementina en el Oeste (1965)

Vamos con todo en una sesión doble donde todo es posible. Mezclamos parodia y western en las propuestas de este domingo donde encontramos Joe Kolaloca del checo Oldrich Lipský, realizada en 1964 y la película animada Johnny y Clementina en el Oeste del italiano Bruno Bozzetto, de 1965.

 

Joe Kolaloca (Oldrich Lipský)

Oldrich Lipský es quizás una de las voces menos recordadas de aquel seísmo creativo que sacudió a Checoslovaquia durante los años 60 y que agrupó una gran disparidad de películas bajo el paraguas de la Nueva Ola Checoslovaca. A su favor diremos que no era fácil destacar al lado de los Forman, Chytilová, Kachyna, Nemec, Vlácil, Herz, Menzel y un largo (e igualmente brillante) etcétera; en su contra, que su invisibilidad actual resulta casi igual de disparatada que las parodias con las que triunfó durante la edad de oro del cine checoslovaco.

Se nota en la obra de Lipský una deuda con sus orígenes circenses y teatrales, así como un compromiso cómico que desarrolló desde bien joven (fundó dos compañías durante los años 40 llamadas Comedia Joven y Teatro de la Sátira, para que nos hagamos una idea del tipo de tesis que trabajó durante su carrera artística, bien en el ámbito teatral como en el cinematográfico). Final feliz (Šťastný konec, 1967) seguramente se revele de forma unánime como la gran película de Lipský, film que debería servir para comprender mejor sus decisiones estilísticas y para ahondar en su divertidísima filmografía. Si uno tropieza con cualquiera de sus películas post-60s (desde Nick Carter hasta Yo maté a Einstein, caballeros), comprenderá que la mala baba y la gran destreza en el trabajo con el material cómico no fueron flor de un día, sino un empeño vital y casi filosófico de descifrar los resortes de la existencia a través del humor.

Joe Kolaloca (Limonádový Joe aneb Konská opera, 1964) funciona a la perfección como receptáculo de las obsesiones y estilemas de Lipský: ruptura total (como el resto de sus compañeros) con la rigidez estética del realismo socialista, uso de la brocha gorda para desnaturalizar conceptos complejos como la muerte o el capitalismo y una maestría desbordante en el uso de recursos fílmicos (montaje, encuadres, sobreimpresiones, tintados deudores del cine silente, ralentíes y aceleraciones de la imagen… ¡un auténtico prodigio al servicio de la parodia!) para dar rienda suelta a su imaginación. Como en el ‹slapstick› o en el ‹cartoon›, todo aquella que pudiera ser imaginado podía ser filmado. Y, como en aquellos subgéneros, la simplificación extrema de las situaciones permite una amplificación de los problemas del sistema. Del sistema capitalista, para ser más exactos. No es casualidad que el nombre de Kolaloca y su insistente promoción a lo largo de la película nos recuerden a una famosa bebida azucarada, símbolo por antonomasia del imperialismo económico y cultural de los EEUU.

Para terminar de sazonar su sátira, Lipský sitúa la acción en el lejano oeste, espacio cinematográfico mítico por excelencia, al que le añade un considerable volumen de números musicales (seguramente el aspecto más fallido de la película). La disputa del film es tan sencilla como clásica: poner a bregar a las fuerzas del bien con las de mal, solo que bajo el régimen capitalista el único ganador es el capital. Si Joe Kolaloca es un héroe moral y ejemplar en su cruzada personal contra la bebida alcohólica es solo por puro interés comercial: si el mercado deja de consumirla aparece un sustituto. Por supuesto que en una parodia del western no pueden existir los héroes: detrás de la sonrisa beata y el tupé dorado del justiciero Joe Kolaloca solo hay estrategia de márqueting y búsqueda de paga extra. Su lema «yo sirvo a la ley y a Kolaloca porque son idénticas» es pura caricatura del materialismo americano, que alcanza una cima hilarante hacia el final del metraje, cuando un solo trago del brebaje (que “lo cura todo”) es capaz incluso de revertir casos de muerte clínica. La aparición de la Whiskola es solo el broche final de, al parecer de quien esto suscribe, una de las mejores parodias jamás filmadas.

Escrito por Maties Tugores

 

Johnny y Clementina en el Oeste — West and Soda (Bruno Bozzetto)

El reputado animador italiano Bruno Bozzetto, autor de cintas como No demasiado alegre y creador del célebre personaje del Señor Rossi, realizó en su primer largometraje una parodia y homenaje a las películas del Oeste y a sus estereotipos, justo cuando en su país comenzaba a emerger una versión propia del género. En ella, un bandido trata de obligar a la joven Clementine a casarse con él para tomar sus tierras, con la ayuda de dos peligrosos esbirros; sin embargo, la llegada de un misterioso pistolero llamado Johnny, de quien Clementine queda prendada, conducirá a un violento enfrentamiento.

Johnny y Clementina en el Oeste, pese a estar realizada en Italia en pleno surgimiento del ‹spaghetti western›, no lo es, en mi opinión, ni siquiera como parodia. El estilo que le inspira claramente es el western clásico de Hollywood, ejemplificado en el homenaje “fordiano” explícito con el nombre de la protagonista; y más allá de lo que el propio Bozzetto señala, en un intento algo extraño y tal vez socarrón de darse crédito, el sentimentalismo, los conflictos, la imaginería e incluso el ideal de heroísmo masculino del que se burla tienen nada que ver con la revisión del género que encabezó simultáneamente Sergio Leone.

En cualquier caso, es una película divertida y repleta de inventiva visual en sus innumerables chistes, en la que se puede trazar una historia principal calcada a la de muchos westerns arquetípicos; pero con un desarrollo por completo despojado de énfasis emocional, porque el tono no permite en ningún momento la seriedad, y cuando asoma algo, enseguida se reconduce al gag y a ridiculizar de nuevo todo aquello que está retratando. Se adivina una cierta profundidad, por ejemplo, en los motivos que llevan a Johnny al rechazo a volver a matar, pero no es algo que la cinta se permita tomarse en serio.

Pese a este tono plenamente paródico, la obra podría haber funcionado de maravilla con un manejo adecuado del ritmo y de sus recursos cómicos. Sin embargo, la sensación que genera es la de que no hay realmente una justificación acorde para su metraje, y el humor termina resultando irregular y algo pesado conforme avanza. El motivo principal es que Bozzetto no demuestra aquí ser capaz de construir una entidad narrativa y emocional propia para justificar un largometraje. Johnny y Clementina en el Oeste vive demasiado de parodiar lo reconocible, y en ese sentido es una lluvia de ideas y ocurrencias que no es capaz de construir un universo propio porque está demasiado ocupada dando una dimensión de guiño superficial al género a cada una de sus escenas. Y uno puede ver esto y entender que el hecho de no buscar en ningún momento gravedad emocional es coherente con este resultado, pero es inevitable que se sienta como una anécdota demasiado estirada, a la que no ayudan la animación, esquemática y limitada, o el recurso clásico de la repetición simbólica que tendrá su sentido en narraciones metafóricas, pero no en una que, por mucho que se apoye de la abstracción pictórica y el surrealismo, quiere en último término contar una historia concreta y reconocible, más allá del filtro con el que la aborda.

Viendo Johnny y Clementina en el Oeste, se sienten las ganas y la energía dedicadas a elaborar una parodia afectuosa a un género fundamental en la historia del cine, y esto conduce a un esfuerzo apreciable y muy meritorio para un autor por entonces muy joven. Lo que se obtiene de ello no es en absoluto malo y el resultado es en cualquier caso simpático y disfrutable, pero creo que le viene grande el traje, y que el formato elegido requiere un nivel de sofisticación expositiva que su carácter burlón y su necesidad constante de resaltar el guiño y la anécdota visual, obstaculizando el establecimiento de un flujo narrativo natural, no le permiten alcanzar.

Escrito por Javier Abarca

 

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