Si un género caló profundamente en el cine de los setenta en Italia fue el ‹poliziesco›: crímenes, corrupción y tipos duros que han dejado grandes escenas para el recuerdo. Así que hoy homenajeamos a estos valientes con Il poliziotto è marcio de Fernando Di Leo, que dirigió en 1974. En 1978 fue Giuseppe Rosati quien nos descubrió Pánico en la ciudad (Paura in città) la que dejó un rastro de sangre en su camino.
Il poliziotto è marcio (Fernando Di Leo)
Un año después de culminar su aclamada trilogía del Milieu con la muy chula Secuestro de una mujer, Fernando Di Leo volvió a dar en el clavo con este desconocido ‹poliziesco› titulado Il poliziotto è marcio. Cierto es que en el mismo no hallaremos ningún punto llamativo o innovador con respecto a sus anteriores producciones. Al contrario. Pues esta es una de esas propuestas de cine de género capaz de explotar todos los ingredientes necesarios para asegurarse el éxito. Haciendo especial hincapié en la incorrección política que asoma en cada vector del film sin ningún tipo de complejo.
Así serán fácilmente reconocibles las obsesiones de Di Leo entre las que destacan: tendencia a incluir espectaculares secuencias de persecuciones automovilísticas muy en la línea del cine quinqui español de los setenta exaltando el realismo frente a la ostentación; propensión a inyectar ciertas gotas de ultra-violencia contra los animales (no sería extraño que a más de uno le generase cierta repulsión una secuencia en la que un gato es asfixiado al ser martirizado con una bolsa de plástico) y las mujeres (aquí al igual que en sus anteriores películas también se encuadra una secuencia de tortura contra una inocente dama que únicamente ha cometido el pecado de emparejarse con quien no debía); el empleo de un lenguaje narrativo muy directo y ágil, evitando en todo momento caer en el tedio y por tanto priorizando la acción frente al desarrollo de la trama; ciertos tics homófobos (etiquetando a varios villanos con un perfil homosexual en la línea clásica de los años 70 que conectaba la perversión con la preferencia sexual); un retrato muy sórdido de los bajos fondos milaneses; un guion repleto de palabrotas y por tanto un lenguaje muy callejero; y finalmente ese adorno musical muy psicodélico compuesto en este caso por el mítico Luis Bacalov.
El argumento de la cinta se sustenta en el típico relato del subgénero del cine de mafias y corrupción policial, otorgando el protagonismo a un joven y exitoso agente de policía llamado Malacarne, quien ha decidido colaborar con la mafia con el fin de asegurarse el éxito profesional y económico que no pudo obtener su íntegro y humilde padre, un veterano sargento a punto de retirarse que observa a su hijo con veneración al desconocer sus oscuras artimañas. Sin embargo, tras convertirse en un héroe al desarticular una banda de atracadores él solito con la ayuda de un colaborador también corrupto, nuestro anti-héroe se verá obligado a realizar una misión para sus patrocinadores en la que tendrá que solicitar ciertos favores a su honrado padre, implicándose en un caso de asesinato de un aristócrata cometido por un comando suizo cuya identidad ha sido puesta de relieve por el testimonio de un alocado napolitano. Todo este enredo pondrá de manifiesto el dilema moral al que tendrá que enfrentarse un Malacarne cuyas intrigas tendrán fatales consecuencias para su padre.
La película funciona como un ‹poliziesco› muy entretenido y bien ejecutado por Di Leo. Los planos están perfectamente estructurados, combinando con mucho acierto esos zooms setenteros y escenas hiperrealistas rodadas cámara al hombro con otras tomas más reposadas y elegantes. El film es puro nervio no otorgando ningún respiro al espectador gracias al aprovechamiento de una violencia muy atractiva en base a su brutalidad y a su cierta grosería. Mostrando un estilo ‹hardboiled› muy crudo. No apta pues para estómagos sensibles ni espíritus refinados. Por tanto encantadora en su suciedad. Ofreciendo un testimonio muy acertado de esa condena a la que están abocados tanto hombres buenos como malos. Pues nada puede llegar a buen puerto en una sociedad podrida e infecta como esa Italia a mano armada idealizada por Fernando Di Leo.
Escrito por Rubén Redondo
Pánico en la ciudad (Giuseppe Rosati)
Con uno de los grandes rostros del subgénero, Maurizio Merli, el realizador Giuseppe Rosati dirige su tercer ‹poliziesco› bajo un estado del movimiento ya urdiendo sus últimos días; la decadencia en estas tendencias suele balancearse a sobreexponer algunos de los elementos más característicos de la misma, siendo uno de los puntos más a tener en cuenta en esta Pánico en la ciudad, no confundir con el polar francés de Henri Verneuil con Jean-Paul Belmondo. Aquí Merli es Murri, policía que vive un retiro obligado tras ser apartado por sus cruentas maneras y cínica creencia a la hora de abordar la persecución del crimen. Con este carácter, paradigma absoluto del ‹poliziesco› donde oficiales de duros métodos cabalgan en solitario bajo su estoica idiosincrasia (y como casi toda corriente italiana, venida de una tradición foránea como el entonces emergente policiaco norteamericano), Murri es requerido cuando el fiscal interpretado por James Mason (quien vivía un semi-retiro por tierras italianas), quien ve como el duro estigma del policía desertado es el única arma para luchar contra una banda organizada de Roma.
Aún lejos de las mayores cotas del ‹poliziesco›, Pánico en la ciudad se ciñe en llevar los estamentos propios del subgénero ofreciendo una línea argumental sin ningún tipo de complicación ni lectura anexa, para dar cabida al prototípico thriller de encargo, muy propio en la obra de Rosati, aquí con el necesario ímpetu protagónico de Merli como (anti)héroe de la función (tipo de rol que daría gloria al actor), con un puñado de escenas de acción fieles al componente urbanita de la tradición italiana pero aquí impulsadas hacia la espectacularidad (acercándose, incluso a la ‹exploitation› desenfrenada), además de unos visos de violencia donde añadir dramatismo a las ya de por sí implacables escenas de tiroteos. Como no podía ser de otra forma, se le añade un interés femenino al protagonista, cegado aquí por unas ansias de venganza que no quedan del todo claras, en un personaje interpretado por una siempre espectacular Silvia Dionisio.
La película se construirá bajo una investigación, principal arco argumental a desarrollar por todo ‹poliziesco›, con el cinismo y descaro del protagonista como arma de evolución de la trama. Sin la relevancia en la historia de posibles lecturas sociales acerca de un sistema corrupto o desalentador, como harían las grandes obras de los Lenzi o Martino, Pánico en la ciudad se mantiene fiel a un estilo inclemente, de turbiedad urbana, y bajo los estigmas más feroces de la violencia criminal. Todo sin otra pretensión más que la de rendir fidelidad a esta corriente, justo en el momento en el que la Italia de los subgéneros comenzaría a vivir una época de inminente decadencia. Esto pudiera ser la razón por la que aquí Rosati, más interesado en el cariz más exhibicionista del ‹poliziesco› en lo que a visceralidad se refiere, reste identidad a su propia obra, más deudora en algunos fragmentos de un ampuloso artificio de la acción. Pero, no obstante, la película se disfruta como un ejemplo más de este tipo de relatos realizados sin concesiones, a la que hay que perdonarle algunas incongruencias argumentales e incluso una edición algo trastornada.
Escrito por Dani Rodríguez