Sesión doble: Golpe maestro (1981) / Ladrón de pasiones (1984)

Ladrones de guante blanco en nuestra sesión doble con dos títulos desconocidos como lo son el Golpe maestro que dirigía John Quested a inicios de los 80, y Ladrón de pasiones, debut de Douglas Day Stewart capitaneado por Steven Bauer.

 

Golpe maestro (John Quested)

Puede parecer algo injusto supeditar el conjunto de un film solo a través de su desenlace. Sin embargo no son pocos los casos donde una premisa interesante y un desarrollo competente acaban lastrados (en el recuerdo) por la premura, la falta de imaginación o el intento de acabar de forma sorpresiva sin tener en cuenta la coherencia interna o incluso el tono empleado durante todo el metraje. El caso que nos ocupa, Golpe maestro a cargo de John Quested, sería por desgracia un ejemplo paradigmático de todo esto.

Pero para entenderlo habría que glosar en primera instancia las virtudes, que son muchas, de este film de robos inglés. Lejos de querer transitar por la vía de montajes acelerados y conversaciones afiladas a lo Ocean’s Eleven este es un producto que apuesta por la seriedad. Es decir, no se trata de retratar un robo imposible a través de la comedia y el carisma, se trata simplemente de retratar con sobriedad lo que vendría a ser un trabajo. Los ladrones y el elemento externo que les ayuda (un arquitecto en problemas económicos interpretado por Martin Sheen) son puestos al nivel: profesionales de lo suyo esforzándose en hacer su labor lo mejor posible.

Es por ello por lo que su desarrollo se toma su tiempo, en una presentación austera que da cuenta sin alardes del retrato de los personajes y su situación. Aquí no hay diatribas morales ni dudas éticas. Solo parquedad, precisión y un objetivo que no tiene que ver ni con motivos oscuros, ni con una lucha de egos. El móvil del crimen es simple: el dinero. En este sentido podríamos hablar incluso de la búsqueda de un tono “bressoniano”, no tanto en las formas pero sí en la idea de la construcción, del detalle y del recorrido para llegar a la meta esperada.

Tiempo hay incluso en esta presentación para deslizar un comentario sobre la capacitación laboral, sus derivadas en conflictos familiares y de reconocimiento social. Una vía que podía haber convertido Golpe maestro incluso en un ejercicio vengativo pero que se limita prácticamente a ejercer de gatillo para disparar una trama tan sencilla como efectiva.

El problema llega justo aquí: después de tanta precisión y meticulosidad, de poner obstáculos sorteables y otros no tanto, y de apreciar el esfuerzo titánico de sus protagonistas, el guión nos lleva a un punto de no retorno, a un callejón sin salida donde parece inviable una salida que si bien no pueda considerarse como final feliz sí sea satisfactorio en cuanto a la consecución (más o menos) de los objetivos.

Sea por falta de imaginación, sea por la autoconsciencia de lo irresoluble del tema o por no saber como cerrar bien el guión, Quested opta por la vía de en medio y lo soluciona todo de golpe ya no con una conveniencia poco creíble o con un ‹deus ex machina›, sino que va más allá y deja todo recurso (por barato que sea) o explicación en una simple elipsis que nos transporta sin solución de continuidad a un tiempo posterior donde todo ha salido bien sin más. Es decir, todo el trabajo de precisión cambia por una suspensión de incredulidad que directamente hace que el Golpe maestro parezca más bien una suerte de delito más cercano al timo del tocomocho. Una verdadera lástima.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Ladrón de pasiones (Douglas Day Stewart)

Después de consolidarse en el panorama cinematográfico estadounidense como dos de los productores más taquilleros de principios de los ochenta, gracias a éxitos como American gigoló o Flashdance, Don Simpson y Jerry Bruckheimer trataron de repetir el éxito calcando la fórmula de estas dos películas y, de paso, intentar lanzar al estrellato a una nueva estrella en ciernes, como pasó con Richard Gere, que había triunfado con El precio del poder el año anterior: Steven Bauer.

Para ello contaron con la colaboración de Douglas Day Stewart, quien debutaba en la dirección tras haber escrito los guiones de Oficial y caballero y El lago azul, y todo el apoyo de la Paramount Pictures. El resultado fue Ladrón de pasiones, una cinta muy de la época en la que se detectan todos los estereotipos del cine estadounidense de principios de los ochenta con sus hombreras y pelo cardado, su música cargada de sintetizadores (con el alemán Harold Faltermeyer al mando) que aspiraba a convertirse en superventas y así maximizar beneficios comerciales por esta vía y su estilo conscientemente hortera.

Sin embargo, el producto salió defectuoso. Se convirtió en un fracaso de taquilla (el único del dúo, hecho que provocó que renegaran de la película en el futuro), el cubano Steven Bauer no logró bautizarse como el nuevo ‹latin lover› del cine americano y el film acabó convertido en una rareza en los estantes de los videoclubs de barrio, transformándose, con el paso de los años, en una pieza de culto.

Parte de este fracaso fue achacado al escaso talento narrativo de Douglas Day Stewart, quien efectivamente optó por una dirección muy plana y poco arriesgada, lo que hoy en día llamaríamos cine de sobremesa sabatino. Pero no todo es malo. Su arranque con el tema tecno Just Imagine sonando mientras la cámara recorre el Golden Gate siguiendo el coche conducido por Bauer (un claro guiño al arranque de American gigoló, por no denominarlo plagio), lo extraño de su argumento con un ladrón de guante blanco robando el diario de la reprimida dueña de la mansión que asalta y obsesionándose así con las fantasías sexuales de la dama plasmadas en el libro, su concepción antropológica de esos matrimonios estadounidenses de profesionales liberales (él escritor y ella decoradora de interiores) tan aburridos por dentro como aparentemente felices por fuera y finalmente su envoltura de cine erótico calenturiento destinado a elevar la temperatura corporal principalmente del público femenino son puntos muy seductores y aún fascinantes.

En este sentido, la película es aún recordada por la viril y ardiente interpretación de Steven Bauer, mostrando sin problemas sus atributos masculinos, quien tras robar el diario adoptará una identidad inventada, acosando a su objetivo con encuentros aparentemente fortuitos e insinuándose continuamente aprovechando su conocimiento de las debilidades sexuales de su ‹partenaire› femenina, insatisfechas por el panoli de su marido, lo que acabará desembocando en una explosión de sexo y lujuria insaciable entre la pareja protagonista a través de un par de escenas de alto voltaje erótico, muy explícitas para la época.

Aunque el “bienquedismo” que desprende el guion no dejará resquicio para salirse de los patrones habituales del pensamiento mayoritario estadounidense, lo que convertirá finalmente al ladrón en una víctima del sistema, pues resultaba imposible que un delincuente rompiera los lazos inquebrantables de esos matrimonios americanos resistentes a infidelidades y otros vicios inconfesables. Un final algo corriente, muy de ‹telefilm› sabatino, que no empaña un producto compacto y muy elegante que se eleva como una peli de sobremesa de alta calidad cinematográfica y más que interesante conceptualmente.

A destacar, además de la banda sonora, la presencia en el elenco de caras conocidas como David Caruso (en un papel secundario, y de sus primeras apariciones en el cine) o George Wendt, un rostro muy conocido en esos años por su participación en el reparto de la mítica ‹sitcom› Cheers.

Escrito por Rubén Redondo

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *