El ‹cyberpunk› vuelve a nuestra cartelera, y con ello hablamos de dos títulos de dicho género a rescatar tan diferenciales como interesantes: por un lado el cine más político y discursivo con el Ga-ga: Glory to the Heroes del polaco Piotr Szuklin, y por el otro el debut de Stephen Norrington, una pequeña pieza de evasión con Brad Dourif entre su reparto en aquella Death Machine preludio de Blade.
Ga-ga: Glory to the Heroes (Piotr Szulkin)
Como una especie de último intento para buscar la redención y ante la falta de nuevos astronautas entre los “felices” habitantes de la Polonia del siglo XXI, que no quieren tomar riesgos, los presos del país son enviados por las autoridades a colonizar otros planetas. El prisionero 287138, como otros que han emprendido el mismo camino, se mete en la lanzadera y aterriza en Australia 458, un curioso lugar en el que es recibido como un héroe, tanto en el sentido nominativo como en el material. Su misión es plantar la bandera polaca en ese territorio inexplorado y retornar días después a la nave, pero por el camino en el nuevo escenario parece serle encomendado un objetivo adicional: cometer un crimen y ser castigado por ello de una forma curiosa y muy dolorosa.
Ga-ga: Glory to the Heroes (Ga, Ga – Chwala bohaterom) es uno de los films que el realizador polaco Piotr Szulkin desarrolló a lo largo de su carrera cinematográfica. Bajo un enfoque ciertamente distópico, Szulkin no rehúye sin embargo la situación política que atravesaba el país en aquellos días. Lo vemos plasmado desde un principio en la soflama que las autoridades vierten sobre los llamados “criminales”, o cuando una suerte de Robert de Niro le hace firmar al prisionero el recibo de todo lo que va a usar. Posteriormente, también descubriremos lo que la personalidad del protagonista ya parecía indicar: no ha cometido ningún crimen, sino que el motivo de su detención fue la terquedad, con lo que es fácil deducir que las discrepancias políticas son lo que motivaron su situación. Pobreza económica, riqueza burocrática, tenso clima político… Szulkin traslada todos los ingredientes de aquella realidad social, ineludiblemente marcada por la influencia de la URSS, a este futuro de ficción.
Todo esto también indica la senda que seguirá Ga-Ga: Glory to the Heroes. Aunque los primeros 40 minutos gozan de un pequeño resquicio de seriedad, tras la detallada revelación del castigo que sufrirá el héroe se da paso a una segunda mitad que es el desmelene absoluto. Hablamos de la clave humorística, no alejada de lo paródico, que impregna Szulkin al relato y que lo define en sí mismo, ya que sería imposible disociar este tono de la ambientación que el cineasta pretende construir. El nuevo planeta es bastante similar a lo que sería La Tierra, exceptuando ciertos detalles gastronómicos y la densa neblina que cubre todas sus calles. La situación general en el plano socioeconómico tampoco es muy distinta de la que se reflejaba en las primeras escenas, emplazadas en Polonia, de manera que esos paralelismos con la realidad también se pueden equiparar desde esta perspectiva.
Estética y visualmente, Ga-ga: Glory to the Heroes luce una fotografía un tanto sucia y apagada que favorece ese clima de degradación social presente en el nuevo planeta. Huyendo de los escenarios recargados, el film opta, como en su guión, por elaborar su esencia a partir de pequeñas piezas. Sin renunciar a una cierta parte de auto-complacencia visual (los brazos desmembrados) o narrativa (la historia romántica), Szulkin maneja una película fresca y nada gratuita, bastante más meritoria de lo que pudieran sugerir ciertos gags algo chabacanos pero que no dejan de tener su gracia. El resultado es una comedia ‹cyberpunk› tan digerible al momento de visionarla como rica en todos los detalles que bajo ella subyacen.
Escrita por Álvaro Casanova
Death Machine (Stephen Norrington)
La inteligencia artificial (y sus causas y consecuencias) han sido por lo general vía articular para uno de esos géneros que se definen por si mismos, y es que pese a abrazar siempre terrenos que anidan en los escenarios más cercanos a la ciencia-ficción, el ‹cyberpunk› ha encontrado su identidad en una decadencia (comúnmente arrastrada por el impulso humano de sobrepasar sus propios límites) sometida en última instancia a nuestro propio caos. En ello se apoya un Stephen Norrington primerizo para sentar las bases de Death Machine: del bullicio generado por las dudosas prácticas de una empresa armamentística a los intereses individuales tras una ambición desmedida, fuera de lugar; así es como el cineasta desgrana un territorio que, lejos de fomentar un alegato más crítico incide en una faceta como creador instaurada en su vertiente más lúdica. No es de extrañar pues que la ensalada de referencias, las en ocasiones connotaciones cómicas y el eco a géneros más proclives a fomentar la acción se den cita en un ejercicio que acepta sus limitaciones (y falta de medios) como tal y las celebra haciendo gala del carácter más tronado e incluso caricaturesco (desde sus personajes incurriendo hasta en la parodia) del género.
Death Machine encuentra en sus carencias un sugerente punto de apoyo que le permite juguetear con unas constantes tan particulares como extrañas. Norrington no se muestra en ese sentido como un gran escritor de personajes, pero es probablemente en esa faceta donde genera resultados más estimulantes, pues el hecho de jugar con caracterizaciones conocidas e incluso ridículas desde una exaltación también lógica (a través de, en ocasiones, la sobreactuación) deviene una virtud gracias al tono logrado. El desparrame generado no atiende a la necesidad de entrar en un género que rebasa al propio autor, sino a un reflejo constante de unas inquietudes y filias que van más allá de la mera cita. Esas ante las que se destapa Norrington como buen aficionado al género no dejan de ser un complemento, nunca un modo de dilapidar el carácter propio del film.
Más allá de esa reverberación lúdica, la cinta sabe extraer sus propias conclusiones, y lejos del dramatismo impostado al que de vez en cuando acude el cineasta se genera una respuesta a toda esa decadencia anteriormente mencionada: el hombre es quien en definitiva pone principio y fin a esa inteligencia artificial desde la cual ha pretendido sobrepasar su naturaleza. En ese sentido, que la máquina rebase al ser humano no es sino una consecuencia lógica impuesta por él mismo. Death Machine escenifica aquello de «el hombre es un lobo para el hombre»: no hay espacio para la sublevación de las máquinas, es el propio hombre quien, acuciado por sus absurdos intereses, propone ese enfrentamiento. Que Norrington opte por una senda más distendida y cómica no resta efecto a una propuesta que no deja de ser un indicador del carácter de un cine (el suyo) con una voz identificable, más allá de si esa voz se ha forjado en sus encuentros con un género que pervive en la memoria de muchos, pero que tan pocos han sabido reflejar con esa falta de complejos y esa férrea voluntad.
Escrita por Rubén Collazos