En nuestra sesión doble de este fin de semana, reivindicamos uno de esos lazos familiares que tanto nos han hecho disfrutar en la gran pantalla, el de la hermandad, y lo hacemos rescatando dos films bien distintos entre sí: por un lado, dirigida por un debutante Sean Penn, aquella Extraño vínculo de sangre que protagonizara un jovencísimo Viggo Mortensen, y por el otro, una de las tantas joyas ocultas de la carrera de Shôhei Imamura, Mi segundo hermano.
Extraño vínculo de sangre (Sean Penn)
Tras desempeñar una fructífera carrera como intérprete, tan ecléctica como contundente, Sean Penn (el más rebelde y contestatario de la generación de actores estadounidenses surgida en los años ochenta) decidió debutar en la dirección de largometrajes con Extraño vínculo de sangre (The Indian Runner), obra que el propio Penn se encargó de escribir inspirándose libremente en la canción de Bruce Springsteen Highway Patrolman que narraba la historia de un oficial de policía que recordaba con nostalgia sus años de juventud junto a su hermano, ahora convertido en delincuente.
Y esa premisa es la que tomó prestada Penn para construir una película poderosa que parte de un esquema narrativo muy trillado tanto en la literatura como en el cine, que no es otro que apuntalar una epopeya forjada a través de la relación de dos hermanos de temperamentos y vidas opuestas unidos únicamente por su nexo sanguíneo. Uno pacífico y calmado que ha decidido trabajar como policía en un pequeño pueblo de la América rural y profunda (David Morse) y otro atormentado e inconformista (Viggo Mortensen), quien torturado por sus remordimientos y su inadaptación innata hará estallar el fuego allá por donde pasa. Pero Penn quebró el sentido de su creación derivando el mismo hacia una tragedia poética que combina el melodrama clásico con una composición escénica rompedora influenciada por la imaginería de los años ochenta, donde la selección musical (muy cuidada por su autor) jugará un papel primordial transformándose en un actor de carne y hueso gracias a varias escenas que evocan al mundo del videoclip, punto que Penn potenció igualmente en sus obras posteriores.
Extraño vínculo de sangre se eleva como una ópera prima muy sólida y potente en la que se nota la ambición de Penn de hilvanar un producto tan sorprendente como reflexivo. Se advierte el apetito del realizador novato por inyectar ciertos guiños autobiográficos a su cinta desdoblando su personalidad en la de los dos protagonistas. Por un lado, ese Joe que personifica al niño bueno que Hollywood quiso moldear en los rasgos callejeros de Penn, quien en algún momento claudicó ante los cantos de sirena de ese oasis de perdición que es la industria estadounidense. Y por otro ese Frank que representa a la figura traviesa y desobediente que enarboló la bandera de la contracultura pija hollywoodiense (junto al ex matrimonio Sarandon-Robbins), rehusando dorar la píldora a los impulsores del mercantilismo mayoritario.
Ese es el punto que más me fascina de esta obra: su defensa del carácter subversivo y agitador como eje existencial de una carrera coherente con la psicología de quien la ostenta. Ahondando en esos brotes de esquizofrenia que surgen de la oscuridad y del vacío de quien sobrevive en la más rotunda soledad. Y todo ello rubricado con una factura impecable que no cae nunca en las lagunas de la pedantería y el artificio al no dejar reposar las simpatías de este ejercicio de introspección creativa hacia uno u otro lado, tal vez por la experiencia de quien se analiza todos los días al mirarse al espejo. Por ello nos hallamos ante una película que puede parecer antipática o áspera, pues resultará complicado empatizar con sus protagonistas, todos ellos personajes con algún aspecto oscuro que tratan de mantener oculto, hecho que posiblemente la haya relegado a un injusto ostracismo en los últimos años.
Pero quien se deje conquistar por sus muchos aciertos, encontrará en Extraño vínculo de sangre un placer muy gozoso y gratificante que revela los aspectos más complejos de una de las mentes más lúcidas del cine estadounidense de finales del siglo pasado. A destacar también el espléndido trabajo de todo el elenco, entre otros Charles Bronson, Valeria Golino y Patricia Arquette.
Escrito por Rubén Redondo
Mi segundo hermano (Shôhei Imamura)
El nombre de Shôei Imamura sonará a muchos aficionados al cine, pero hay pocos que puedan recitar más de dos o tres películas suyas. Pese a no llegar al nivel de maestría de otros directores como Ozu o Kurosawa, se trata de un cineasta menos reconocido en occidente de lo que merecería. Su obra se extiende a lo largo de seis décadas, desde sus primeras películas a finales de los años 50 hasta Akai hashi no shita no nurui mizu (2001) su último trabajo.
Mi segundo hermano (Nianchan, 1959) es uno de sus primeros films, antes de que alcanzara cierta fama internacional en los años 60 y 70, tanto por su manera vanguardista de hacer cine como por tratar temas controvertidos. Nos encontramos ante una obra comprometida, de clara influencia neorrealista, y que toca temas que en aquella época eran prácticamente universales (la posguerra, la pobreza o la infancia).
La película se centra en cuatro hermanos en un pueblo minero empobrecido tras la guerra. Después de perder a su padre, los niños se quedan huérfanos, y empiezan a buscar la manera de sobrevivir en duras condiciones. Imamura decide situar la película en un entorno rural, rodando una gran parte de sus escenas en exteriores. Ello, junto a un protagonismo colectivo que da voz a colectivos desfavorecidos y una casi nula evolución dramática, hace que podamos ver ciertas conexiones de Nianchan con el cine europeo (especialmente italiano) de la época.
Estructurada a través del diario personal de una de las niñas (de la marginada etnia coreano-japonesa zainichi), la película sigue el día a día de los cuatro hermanos, sus separaciones, peleas y reencuentros, mostrando la tragedia de una infancia demasiado acelerada hacia la adultez. En conjunto, el film consigue su profundidad a través de una suma de pequeños dramas individuales y uno colectivo (el cierre de la mina que da vida al pueblo).
Un reflejo difuso une la película de Imamura con otro film contemporáneo, Nadie sabe (Hirozaku Koreeda, 2004). Los cuatro hermanos huérfanos de ambas películas nos plantean reflexiones acerca de qué entendemos por infancia y familia en entornos desestructurados. La falta de recursos, las pocas perspectivas de futuro y un ambiente de pesadumbre hacen de Nianchan una película dura, poco dada a artificios técnicos o dramáticos, más allá de algunos movimientos de cámara y planos en los que se aprecia la gran capacidad del director para transmitir emociones con imágenes.
Mi segundo hermano es un raro diamante, sepultado por el tiempo y por otras obras que, tratando temas similares, alcanzaron mayor reconocimiento. Sin embargo, se trata de una película cuyo visionado nos permite, además de introducirnos en la obra de Imamura, trazar conexiones temáticas y visuales entre diferentes momentos y lugares de la historia del cine.
Escrito por Iván Correyero