El cine que nos acerca a las pandemias es el epicentro de esta sesión doble en la que rescatar dos grandes nombres de la cinematografía mundial: por un lado el de George Pan Cosmatos, que con El puente de Cassandra trasladaba su particular mirada al tema en su etapa pre-Hollywood; y por el otro el de un Kinji Fukasaku más conocido por su obra Battle Royale, pero que a principios de los 80 aportaba su particular granito de arena en Virus (Exterminio), una cinta donde además sobresalían nombres como los de Sonny Chiba o Glenn Ford.
El puente de Cassandra (George Pan Cosmatos)
Cuando se piensa en películas sobre pandemias, virus y contagios es inevitable que nuestra mente se desplace (aún a pesar de casos más “científicos” como Estallido) hacia mordeduras, apocalipsis y un debate tan eterno como absurdo sobre zombis vs infectados. De alguna manera es como si el subgénero hubiera sido absorbido en su totalidad por estas criaturas, relegando la veracidad de una posible catástrofe real al olvido. Desde Cine Maldito rescatamos El puente de Cassandra, film de George Pan Cosmatos, que, a pesar de producción europea, se sumaba a ese fenómeno hollywoodiense tan en boga por la época del cine catástrofes.
Los patrones son casi miméticos, reparto coral de calidad, amenaza global de casi imposible resolución y una cuenta atrás en busca de solución. Sin embargo muchas son las peculiaridades de este film: la reducción a un ámbito de dimensiones escasas, la claustrofobia de la imposibilidad de escape y una buena dosis de mala uva en tanto que carga las tintas sin piedad tanto a la proliferación de experimentos bacteriológicos, como el cinismo y crueldad inhumana de los responsables (no en vano estamos ante una producción de la RDA con lo que se carga contra USA, sin miramientos de ningún tipo).
La premisa es simple, virus que se escapa y que acaba teniendo el riesgo de contagiar a todos los pasajeros de un tren intercontinental. A partir de aquí, Cosmatos teje un relato al que le cuesta arrancar al necesitar de excesivo tiempo para definir cada uno de los personajes principales que tendrán protagonismo en la trama. Pero, como si del propio tren se tratara, la acción se va acelerando hasta llegar aun cierto punto de inflexión donde, por desgracia, acaba primando más un cierto gusto por la acción que por el debate sobre cuestiones morales, o sobre las consecuencias propias que podría tener el virus a nivel global.
En este sentido El puente de Cassandra podría definirse casi como un Alerta Máxima 2 con virus como telón de fondo. Es evidente que Cosmatos sabe como hacer de su producto algo ciertamente entretenido y con cierto gusto a la hora de rodar las escenas de acción. No tanto, no obstante, cuando se trata de dibujar a los personajes haciéndoles caer en giros tan improbables como convertir a un médico fatuo y vanidoso en una suerte de ‹action hero› o, incluso, cómo la crisis viríca se resuelve de una manera tan ‹Deus ex Machina› que rechina considerablemente.
Lo realmente interesante del film se encuentra, paradójicamente, fuera de la acción en el tren. Es en el retrato del militar interpretado por Burt Lancaster, donde se cuece el elemento más interesante al respecto de las implicaciones éticas sobre la solución a la posible pandemia haciendo hincapié en la absoluta falta de humanidad del personaje estableciendo un paralelismo (un tanto cogido por los pelos) con el holocausto y la solución final. Aún así El puente de Cassandra es un film rescatable, más divertido que interesante, que, a pesar de su telón de fondo, entronca más con el género de acción/aventuras, que el de catástrofes. Para pasar un buen rato.
Escrito por Alex P. Lascort
Virus — Exterminio (Kinji Fukasaku)
En enero de 1983 la raza humana puede encontrarse al borde de su extinción por el peligroso virus MM88, un arma bacteriológica con una capacidad de asesinar millones de vidas en numerosos países. El virus es expandido por un accidente en las montañas de Mongolia pero la propagación se desarrolla en poco tiempo por Europa, sobre todo desde Italia y otros continentes como Japón o América, incluso exterminando a los poderosos Estados Unidos. Quedan pocas esperanzas para la humanidad, salvo 863 supervivientes en bases militares de varios países en la Antártida —apenas nueve mujeres entre todos— que tal vez consigan repoblar el planeta.
Al comienzo de la década de los ochenta Japón y Canadá coprodujeron este largometraje de anticipación científica que funciona como bisagra entre un subgénero catastrófico, demasiado agotado por sobreexplotación setentera de su fórmula y el incipiente apartado postapocalíptico.
La película se inicia con la acción ‹in media res›, mientras los tripulantes de un submarino certifican que Tokio ha caído por la mortalidad del virus. Después de un largo prefacio que presenta los personajes principales en una historia de protagonismo coral, aunque los papeles más destacados sean los del doctor Yamauchi —Sonny Chiba— y su compañero de aventuras el sargento Carter, seguramente los dos héroes más claros por su entrega desinteresada para salvar a los humanos. A pesar de las imposiciones comerciales en materia de duración el film se divide en tres partes claramente diferenciadas que muestran escenas destacables por encima de lo esperado en una producción aparentemente tan formularia. La primera se dedica más al subgénero catastrófico con la propagación del virus a modo de crónica fechada con títulos superpuestos del país, mes y año en que se desarrollan los hechos, ya sea la gripe italiana como catalizador o el desastre en Japón posterior. En la segunda parte la película cambia su rumbo al de la ciencia ficción especulativa de supervivencia, ya situada en las bases ubicadas en los Polos, centrada en varios supervivientes que deben hacer frente a la catástrofe nuclear que se avecina, debido a la puesta en marcha del programa automático de defensa de los norteamericanos contra los soviéticos. El epílogo se desliga de las predecesoras e invoca el cine de aventuras más puro, con un Robinson que surca el globo en busca de vida.
Exterminio/Virus o El día de la resurrección en traducción aproximada del título original japonés es un buen broche al cine catastrofista que inundó cines y taquillas en los setenta, una obra que parte de esas películas para replantearlas con dignidad, sentido del espectáculo y una puesta en escena con el formato en panavisión bien utilizado por la espectacularidad de los glaciares. Con un montaje que alterna bien las secuencias que se desarrollan en la Casa Blanca, un ejemplo de cómo sacar partido al decorado, a viejas glorias como Glenn Ford, Robert Vaughn, Henry Silva y algunas jornadas de rodaje para no encarecer costes. Los interiores de submarinos que hacen progresar la acción. O esos planos de situación de capitales mundiales llenas de cadáveres que se insertan brevemente. Unidos a la secuencia de un niño estadounidense que pide ayuda desde un aparato de radioaficionado, a punto de suicidarse. O ese fogonazo terrible de una discoteca en Japón en la que los clientes infectados por el virus, se desnudan y bailan hasta morir. Incluso destacan detalles incoherentes de publicidad fugaz como son el coronel Smirnoff que comanda un submarino ruso. O un cartel que anuncia el refresco burbujeante más universal, sin que a la placa metálica —ni la pintura roja— le afecte ese invierno nuclear incipiente.
Recordando la coyuntura económica y política global en 1980, el predominio mundial se repartía entonces entre USA, URSS, Japón, Reino Unido y curiosamente, Chile, Argentina o algunos países europeos que se nombran en alguna escena. China por entonces ni era esperada ni temida, algo inquietante cuarenta años después.
Escrito por Pablo Vázquez Pérez