Sesión doble: El horrible secreto del doctor Hichcock (1962) / Autopsia – ¡Tensión! (1975)

Un tótem del cine de terror como las ‹scream queens› llega a la sesión doble con dos nombres que siempre hay que tener en cuenta para hablar sobre el género: por un lado, el de uno de los iconos del cine italiano de género, la británica Barbara Steele, que a principios de los 60 protagonizaba una de las dos obras en las que colaboró con Riccardo Freda, El horrible secreto del doctor Hichcock; y por el otro, un nombre también cercano a la cinematografía transalpina, Mimsy Farmer, que a mediados de los 70 protagonizaba Autopsia de Armando Crispino.

 

El horrible secreto del doctor Hichcock (Riccardo Freda)

Siempre se ha celebrado en el terror a la mujer bajo la tensión más extrema, esas ocasiones donde gritar hasta destrozarse la garganta es una necesidad para intentar salvar la vida. Nombres como el de Jamie Lee Curtis en Halloween o Marilyn Burns en La matanza de Texas son iconos imprescindibles, pero solo la punta del iceberg, pues no podemos olvidar a una de las más estilizadas antecesoras del ahora reconocido como subgénero de las ‹scream queens›: Barbara Steele. Actriz predilecta de los directores de la etapa en la que lideró la gran pantalla a base de films de serie B donde los italianos explotaron su figura en títulos como Danza macabra de Margheriti y Corbucci o La máscara del demonio de Mario Bava.

Nos encontramos con Riccardo Freda, quien compartió títulos con directores como el ya citado Bava (Los vampiros) o nuestro Jorge Grau (Un hombre en la red), uno de esos directores que tan bien se manejaban en el entretenimiento con películas que van de la épica al destino que tanto nos interesa hoy: el terror. De corte clásico, El horrible caso del doctor Hichcock mezcla el misticismo del terror femenino con el del ‹mad doctor› en la historia de un reputado cirujano y su adorada esposa que, a partir de sus extrañas apetencias sexuales tensa la cuerda hasta malograr la vida de su amante. Ambientada en el Londres de finales del siglo XIX, la historia parece repetirse cuando, años después, el doctor vuelve a su gran mansión con su nueva y joven esposa (papel que centrará la tensión en el rostro de Barbara Steele). Los alicientes están marcados para que la imaginación de la recién llegada se agite frente a los ruidos y sombras que aparecen en cada esquina de tan lúgubre caserón, donde el ama de llaves muestra una actitud que aumenta la tensión frente al peso del recuerdo de la mujer difunta. El director se empeña entonces en crear un thriller gótico en el que dilucidar quién es la misteriosa mujer que atormenta los sueños de la nueva esposa, y las verdaderas intenciones del doctor que da nombre a la película, donde la atmósfera se mantiene con elegancia pero da de bruces con un final algo abrupto, dispuesto a contentar al espectador con otro de esos términos tan festivos del terror como la ‹final girl›, llevándose por delante a inocentes si estos eran molestos para hacer que dejara de lucir a la protagonista, pero con un conjunto que no deja de lado en el entretenimiento.

Escrito por Cristina Ejarque

 

Autopsia – ¡Tensión! (Armando Crispino)

Apenas tres títulos le bastaron a la estadounidense Mimsy Farmer para erigirse en musa del terror italiano más extraño de la década de los 70: Cuatro moscas sobre tercipelo gris (atinada y primeriza incursión en el ‹giallo› de un Argento ya fascinado por la violencia y la escopofilia), Il profumo della signora in nero (obsesivo y bello descenso a los infiernos que no desmerece los mejores logros del Polanski más paranoico y vecinal) y esta que ahora nos ocupa, Autopsia (también traducida como ¡Tensión!, aunque el original —Macchie solari (Manchas solares)— sigue siendo mi preferido), otro ‹giallo› que se aleja de la norma mediante una imaginería morbosa y lindante con el gore (ese ojo desorbitado, esos sesos esparcidos por el suelo) que resulta poco habitual dentro del género, y que en su excelente prólogo consigue preconizar los logros del Shyamalan de El incidente, otra película de culto que hay que reivindicar siempre que se pueda.

La historia se desarrolla en una Roma azotada por una extraña epidemia de suicidios aparentemente debida al impacto del sol en la mente de los ciudadanos. En esta tesitura, la doctora Simona (Mimsy Farmer) aprovecha para realizar un estudio sobre el suicido y sobre las diferencias entre el suicidio real y el simulado, cuando descubre, horrorizada, que uno de los cuerpos sujetos a la locura desatada por los rayos gamma corresponde al de una joven que tenía una ambigua relación sentimental con su padre, empujándola a una investigación criminal no exenta de peligros y en la que los sospechosos no tardarán en multiplicarse. Antes de enfocarse en esta trama detectivesca prototípica del ‹giallo›, Crispino nos ha regalado una secuencia de horror cuasi-sobrenatural en una morgue que es oro puro, y que sirve también para calibrar hasta qué punto la cordura de nuestra heroína no está comprometida por las circunstancias (los cadáveres, el sol de ferragosto golpeando como un demonio).

Crispino conduce el relato con relativa habilidad, desperdigando pistas (falsas y reales) aquí y allá, y en general manteniendo el interés en la narración durante los 100 minutos que dura la película, aunque la trama tenga ciertos desajustes y arritmias que podrían haberse solventado. El principal interés está en Farmer, en su magnética y cándida belleza y en la fragilidad que transmite su personaje. Con ella al frente, el espectador seguirá enganchado por mucho que la urdimbre de la trama se complique o enrede más de lo deseado, si bien las piezas del puzle terminan encajando con facilidad. A esto hay que sumar la atmósfera enfermiza (con apuntes necrófilos incluidos) con que Crispino tiende a envolver el relato, así como los siempre agradecidos destellos de erotismo y de violencia que son moneda común dentro del cine de terror de la Italia de los setenta, y que en este caso sirven también para complejizar la psicología del personaje de Farmer, siempre en tensión entre el deseo y la repulsa, entre la voluntad de descubrir la verdad y el pánico a que dicha verdad resulte intolerable.

Estamos, pues, ante una pieza sugestiva y recomendable de terror con deriva policial, que no sólo nos permite descubrir una película tan irregular como rica en detalles mórbidos que harán las delicias del cinéfago de turno, sino también disfrutar con el talento y el inefable carisma de su protagonista, una Mimsy Farmer ya tristemente retirada del cine (aunque activa en el campo de la pintura y la escultura), que sigue siendo una de las ‹Scream queens› más memorables que dio la escena europea hace cinco décadas.

Escrito por Nacho Villalba

 

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