Sesión doble: El francotirador (1952) / El estrangulador de Rillington Place (1971)

La opinión pública siempre presenta una mirada morbosa ante uno de esos temas que espantan e interesan al mismo tiempo: los asesinos en serie. Ahora mismo se centra la atención en lo último de Lars Von Trier (en cines está La casa de Jack) y la serie documental Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy (Netflix concentra un amplio catálogo sobre el tema) así que nos decidimos con una sesión doble imprescindible con El francotirador de Edward Dmytryk estrenada en 1952 y El estrangulador de Rillington Place, película dirigida por Richard Fleischer en 1971.

 

El francotirador (Edward Dmytryk)

El asesino en serie ha sido un personaje recurrente en el cine. Varias películas, de distintas nacionalidades, han abordado a este complejo criminal desde una perspectiva, casi siempre, policial o terrorífica. En medio de una amplia vertiente, emerge un filme casi desconocido que tiene la cualidad de haberse involucrado en el cuadro psicológico del homicida y en la influencia que ejerce en su mente el entorno social que le rodea. Se trata de The Sniper, de Edward Dmytryk, estrenada en 1952.

Dmytryk configura en su realización el perfil patológico de un experto francotirador llamado Eddie Miller, interpretado por Arthur Franz, quien no puede contener su deseo de disparar a mujeres para calmar su angustia existencial.

La construcción argumental de la película es impecable de inicio a fin. Se cuida de no tomar partido por ningún tipo de valoración subjetiva y muestra al personaje de Miller en todas sus facetas, sobre todo cuando convive consigo mismo. Se trata de un ser solitario que encierra una perturbación en su interior. Deambula por la calle para olvidar su situación, pero basta que presencie a parejas enamoradas, a mujeres que le recriminan algo o simples miradas que parecen rechazarlo para alterar sus emociones. Sentirá incluso como propia la bofetada que ve dar a una madre a su pequeño hijo.

La virtud de The Sniper radica en el grado de profundidad en la aproximación psicológica que hace sobre el pistolero y en cómo el desenvolvimiento cotidiano de una colectividad ahonda su crisis patológica.

Eddie Miller es consciente de su problema e intenta buscar métodos para que otros intervengan y detengan su ansia de ejecutar a mujeres. Le atormenta saber que volverá a asesinar e incluso llegará a quemarse la mano para evitar tomar un fusil. Todo será inútil, lo único que calma su zozobra existencial es matar.

También interviene un psiquiatra en un tramo de esta historia, y es que Dmytryk no quiso dejar entrever que las únicas alternativas de solución eran la caza policial, la sanción carcelaria o la pena de muerte. Así, abrió el abanico a un tema más complejo y dejó que la voz autorizada del doctor sea la que explique, ante los hacedores de la política y de la justicia americana, que el tratamiento mental en un sanatorio podría ser una opción para atacar a un serio problema desde su raíz.

The Sniper constituye una auténtica obra maestra de ese misterioso género llamado cine negro. Sombrío en su imagen, con personajes atormentados y con connotación sórdida en su moral.

Su desenlace es impactante, no precisamente por un contenido violento, por más que la gente que acorrala la casa del asesino parece estar dispuesta a presenciarlo o la policía a impulsarlo. La representación del sufrimiento reflejado en la pasividad y en el rostro de Miller será demoledor. Él sabe que su castigo no solo será ir a la cárcel sino continuar con su mente encerrada en la misoginia.

También constituye un filme curioso de Edward Dmytryk por los mensajes que podrían quedar encubiertos. Hay que considerar que el director de El motín del Caine fue uno de los “Diez de Hollywood”, las principales víctimas de la Caza de brujas que se instauró en Estados Unidos en las décadas de 1940 y 1950 en contra de los comunistas. Para salir de prisión, aceptó testificar en 1951 ante el Comité de Actividades Antiamericanas y delató nombres de varias personas para poder retomar su carrera cinematográfica. Un año después, rodó The Sniper y, quizá, ¿aprovechó para cuestionar a una sociedad americana indiferente o a su institucionalidad radical? ¿O, tal vez, quiso auto-representar su sentimiento de culpabilidad y clamar la comprensión de la gente? Las respuestas las encontrará cada espectador.

Escrito por Víctor Carvajal

 

El estrangulador de Rillington Place (Richard Fleischer)

Resulta sorprendente que los títulos más conocidos del director Richard Fleischer sean de géneros, presupuestos y sistemas de producción tan diversos. Y, aún así, dentro de su extensa filmografía se pueden encontrar de manera recurrente el tratamiento de temas sociales relevantes —muy al estilo de las películas con mensaje tan típicas de Stanley Kramer— o entroncadas tanto en la tradición del noir como de la corriente pionera en la concepción moderna del thriller y el terror psicológico. Buen ejemplo de esto último es 10 Rillington Place (1971), una producción británica basada en el libro homónimo del escritor y periodista Ludovic Kennedy, que destapó controvertidos fallos en el sistema judicial y tuvo un papel crucial en la abolición de la pena de muerte en el Reino Unido. Es importante entender el contexto social de la época para adentrarse en algunos aspectos de este film. Apenas pocos años antes se había aprobado la ley del aborto (todavía vigente) que despenalizaba su práctica exclusivamente en casos de peligro físico o psicológico para la madre o de enfermedad y daños graves del feto.

Richard Attenborough encarna a John Christie, un inquietante hombre de mediana edad que atrae a sus víctimas —mujeres— con la confianza de procedimientos y saberes médicos y las promesas de aliviar sus problemas. Una excusa para dejarlas inconscientes, abusar sexualmente de ellas y asfixiarlas con una soga. La obsesión por el procedimiento del asesino queda minuciosamente registrado en la secuencia inicial de la cinta, ambientada en 1944, incluyendo la forma de deshacerse del cuerpo sepultándolo en las inmediaciones de su propia casa. De la oscuridad y la soledad surge una figura en apariencia educada, inofensiva, que explota las convenciones y normas sociales para establecer contacto amigable forzoso y manipular a sus futuras víctimas hasta su violento final. Fleischer se toma el tiempo necesario para presentar al asesino en su cotidianidad, siguiendo en clave costumbrista a la nueva pareja (John Hurt y Judy Geeson) y el bebé que van a habitar el piso de arriba del bloque. Su aproximación al espacio es muy funcional, pero en ella busca los límites en la exploración de la psicología hermética de un enigmático y perturbador hombre corriente capaz de atrocidades inexplicables.

Esta naturaleza indescifrable del mal y la crueldad ante la cámara son clave en su narrativa para generar una inquietud profunda en el espectador. Entre esas paredes además se filtra de una manera para nada casual la necesidad de una mujer joven con escasos recursos económicos de interrumpir su embarazo por una simple cuestión de supervivencia. El relato del asesino en serie, sus cruentos actos y sus pasos para encubrirlos se entretejen temáticamente con esta dimensión social, buscando deliberadamente la ambigüedad en el discurso. La tensión durante muchos minutos se basa en el punto de vista del criminal enfrentándose a los imprevistos e incriminando con macabro ingenio a un hombre inocente. La violencia latente y sus consecuencias, con el conflicto entre represión sexual y los cambios de la dinámica de poder entre hombres y mujeres como catalizador, se van acumulando así durante el metraje, sepultadas pero también descubiertas —casi podría decirse inevitablemente— por el paso del tiempo y la historia. Todo esto a partir de imágenes que, lejos de ser explícitas, aprovechan el imaginario colectivo para sugerir los detalles que dejan fuera de campo.

Escrito por Ramón Rey

 

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