El terror suramericano llega a la sesión doble con dos títulos de cinematografías bien distintas: por un lado, Brasil, con uno de los mitos del cine de género de su país como es José Mojica Marins, de cuya El extraño mundo de Zé do Caixão os hablamos, y por el otro de un nombre emblema en México como es el de Chano Urueta, prolífero autor de quien ha sido elegida su El espejo de la bruja.
El espejo de la bruja (Chano Urueta)
No estoy excesivamente curtido en cine de terror mejicano, pero sí he notado, en las diferentes muestras a las que he podido acceder, una veta de irreverencia (quizás inconsciente) que singulariza, en gran medida, un material dramático esencialmente tradicional. El espejo de la bruja no supondría, en este caso, una excepción: bajo su aparente clasicismo formal y temático se esconde, de forma indisimulada, un cocktail heterodoxo y extravagante de referencias (que van desde las películas de casas encantadas a las de mad doctors, pasando por la brujería, lo demoníaco y el cine de venganzas de ultratumba) que cristalizan en un película extraña, una suerte de pastiche de horror gótico a través del cual se filtran ramalazos de crueldad y enferma poesía que son, en última instancia, los que otorgan valía y perdurabilidad al film de Chano Urueta.
Rastreando en los logros de la cinta, se topa uno con algunas figuras clave del cine de género de aquellas tierras: por una parte, el guión viene firmado por Carlos Enrique Taboada, nombre decisivo en la gestación de un terror mejicano que supo combinar los ítems básicos del género (fantasmas, brujas) con los peligros y miedos que anidan en la propia psique, trasladando el género a un territorio de ambigüedad rico en sugerencias malvadas e inteligentes (recordemos Veneno para las hadas). Por otra parte, los aficionados al fantástico latinoamericano reconocerán en Isabela Corona el rostro de otra bruja cinematográfica memorable, aquella tía Alejandra que nos legó Arturo Ripstein en su película homónima de 1979. Finalmente, está su director, en cuya amplia trayectoria destacan algunas de las primeras piezas de género de la cinematografía mejicana (El signo de la muerte, La bruja, El jinete sin cabeza, El barón del terror).
El espejo de la bruja responde, pues, a la unión de una de serie de talentos y a la mixtura, a ratos violenta (pero siempre gratificante), de diferentes sensibilidades cinematográficas y de diferentes formas de entender el cine de terror. Mientras la primera mitad, más clásica y decepcionante, se inscribe en un cine de lo sobrenatural excesivamente anclado en una narrativa previsible, de iconografía tirando a básica (en la que conviven tanto la estética ornamental de Häxan como unos escenarios más deudores –por su naturaleza espartana– de El fantasma del convento que del cine gótico de la Universal), la segunda mitad resulta mucho más excéntrica y estimulante, entregándose a los excesos del cine de científicos locos y vampirizando (puede que sin sutileza, pero sin duda con energía y hasta virulencia) la poética triste de la incontestable Los ojos sin rostro, sin olvidar la cita a los buenos Burke y Hare, ya presentes en la base de El ladrón de cadáveres de Robert Wise.
Si la película triunfa es, en definitiva, gracias a esta osada combinación de elementos, en la que las formas del cine de terror estadounidense clásico se enriquecen gracias a una sensibilidad latina más oscura y cruel, incluso con visos de amoralidad (el personaje que más sufre es, también, el más inocente de todos), que no se detiene en los homenajes superficiales, sino que integra de forma natural en su ADN el suspense de Hitchcock (del vaso de leche envenenado a la morbidez mortuoria de Rebeca) y hasta la delicadeza visual de Dreyer, salvando las correspondientes distancias (la hermosa fotografía remite ocasionalmente al Vampyr del genio danés, especialmente en los planos finales de la bruja en la ventana o en aquellos que muestran a la fallecida en su ataúd). Esta elegancia en la puesta en escena, dominada por la sobriedad, se cortocircuita, no obstante, con arrebatos de puro fulgor poético (el beso enfermizamente romántico entre el esposo y la mujer desfigurada) o con detalles bellamente grotescos como aquel que muestra la cabeza seccionada de la joven, con el resto del cuerpo descansando al fondo del plano.
El espejo de la bruja es, en definitiva, una irregular pero estimable película de terror, tal vez lastrada por una ingenuidad disculpable tratándose de época más bien temprana (la historia, por ejemplo, funciona mejor en un registro poético que científico, siendo generalmente disparatada), pero que ofrece muchos más estímulos que otras coetáneas cintas de género estadounidenses, más modositas y menos malvadas en su acercamiento al campo de la brujería y la locura científica. La obra de Uruete, por lo ya mencionado, cabría emparentarse con la sin par Misterios de ultratumba, otro pequeño clásico mejicano que suponía (como la cinta que nos ocupa) una delicia macabra en la que la idiosincrasia cultural de la propuesta sobrevivía a unos cimientos narrativos y estéticos más bien impersonales y genéricos.
Escrito por Nacho Villalba
El extraño mundo de Ze do Caixão (José Mojica Marins)
Sin duda vamos a reseñar una de las grandes obras maestras del cine de terror latinoamericano de todos los tiempos. Y es que El extraño mundo de Ze do Caixao no solamente es la obra cumbre del peculiar realizador José Mojica Marins sino que igualmente es una de las piezas más bizarras e inclasificables de la historia del fantástico. ¿Quién es Ze do Caixao? Por este nombre responde un siniestro personaje vestido con un sombrero de copa y una tenebrosa capa que fundamentalmente es el alter ego de su creador, el cineasta Mojica Marins, que encumbró al personaje en una de esas trilogías de cine de terror que es puro culto compuesta por A medianoche me llevaré tu alma, Esta noche poseeré tu cadáver y la cinta integrada en esta sesión doble, sin duda la mejor de las tres.
Mojica Marins es conocido por ser el gran maestro del cine de terror brasileño y con El extraño mundo de Ze do Caixao dio en el clavo al construir una película de la que emana un universo malsano pero a la vez dotado de la poesía del cine de arte y ensayo. Si bien las dos películas que preceden a la presente eran principalmente una inteligente mezcla de cine gótico de Edgar Allan Poe con el gore más grotesco y artesanal, este ambiente tremebundo fue pulido y sublimado por Marins para elaborar un plato impecable como es El extraño mundo de Ze do Caixao.
La cinta se estructura en tres episodios radicalmente distintos entre sí presentados por la voz en off de Ze do Caixao, personaje que no aparece físicamente en ninguna de las tres historias si bien hace las veces de narrador (el personaje aparecerá poéticamente en el tercer episodio, el más bruto y degenerado, en la forma del profesor Oaxiac Odez). La cinta se abre igualmente con uno de esos monólogos que hacen historia, en el cual la quebrada voz de Ze do Caixao filosofa entre ruidos de tormenta y nubes tenebrosas sobre el sentido de la vida y el significado de la palabra miedo desde un sentido puramente metafísico.
En el primer episodio, titulado El fabricante de muñecas, Marins centra su atención en las falsas apariencias y la búsqueda enfermiza de la belleza lanzando una bella metáfora sobre las distintas caras que presenta la maldad, no siendo éstas pérfidas fauces precisamente las más evidentes en muchas ocasiones. La cinta narra como unos maleantes ven la oportunidad de ganar un dinero fácil asaltando la casa de un exitoso fabricante de muñecas famoso por esculpir sus criaturas con una mirada que parece humana. El fabricante vive rodeado de belleza gracias a la presencia de sus numerosas hijas que ayudan a su progenitor en el taller familiar. Tras asaltar la casa y violar a las hijas del dueño, los ladrones serán realmente las víctimas al caer en la trampa ideada por el maestro juguetero y sus bellas descendientes.
En el segundo episodio, titulado Vicio, Marins efectúa un ejercicio de estilo al abordar la narración del capítulo desde el lenguaje del cine mudo. El director brasileño aprovechó este recurso para homenajear a los grandes clásicos del cine de terror mudo y particularmente a las legendarias cintas de Lon Chaney y Tod Browning. El cuento está protagonizado por dos personajes: un feo vendedor de globos totalmente obsesionado por la belleza de una joven brasileña. La epopeya únicamente se basa en la persecución enferma que la bestia efectuará sobre la bella. Para oxigenar la trama Marins emplea un sano humor negro, humor que será desterrado en el sector final del episodio por la depravación más absoluta ya que Marins concluirá el mismo con una explícita escena de necrofilia para demostrar que el amor verdadero es aquel que sobrevive a la propia muerte.
El tercer episodio es quizás el más sádico, inquietante y espeluznante. De título Ideología, Marins echó toda la carne en el asador dando como resultado una historia que mezcla la filosofía del Marqués de Sade con el gore más desgarrador. Este último vector, narra como un estrafalario profesor llamado Oaxiac Odez invitará a un incrédulo periodista y a su mujer a pasar una noche en su mansión para experimentar con ellos sus teorías sobre las fuerzas que inducen la aparición del miedo y la depravación. Con un tono seco y explícito, Marins nos hará testigos de las crueles torturas que padecerá el matrimonio a manos de Odez y sus secuaces, martirio que incluirá desde el canibalismo, la visión de asesinatos en directo o un cautiverio del cual solo uno de los cónyuges podrán salir con vida. Martins no dudará en mostrar en primer plano escenas de extrema violencia para turbar al espectador logrando con creces su objetivo.
Escrito por Rubén Redondo