La crónica negra española regresa a nuestra sesión doble con dos títulos a rescatar: un ‹noir› en primer lugar, el realizado por Miguel Iglesias a mediados de los 50 con El cerco, y una incursión en las familias más turbias de la mano de Santiago San Miguel con Crimen en familia.
El cerco (Miguel Iglesias)
La crónica negra española ha dado para unas cuantas obras magnas del cine español a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Aunque los ejemplos se extienden hasta el mismo día de hoy, no es menos cierto que aquellos films producidos durante la etapa álgida del régimen franquista, en la década de los años 50, resultan especialmente representativos del subgénero por su potente capacidad para aprehender el signo de unos tiempos sombríos y miserables.
En esta ocasión, precisamente un año antes de la enorme película de Rovira-Beleta, El expreso de Andalucía, convenientemente testimoniada ya en este espacio maldito de análisis fílmico, descubrimos un producto emparentado con el dramático relato del asalto al tren-correo del sur, con determinadas particularidades diferenciadoras. Del Madrid castizo, tan neorrealísticamente plasmado por la cámara inquisitiva del director de Hay un camino a la derecha, nos trasladamos a la ciudad condal, que se deja sentir ya en los primeros compases. En una magnífica secuencia inaugural, los planos de Iglesias se van enlazando con dinamismo a partir de la estampa de un hombre joven en gabardina que espera inquieto en la célebre plaza de España barcelonesa, hasta que un coche negro ocupado por un conductor y por el hombre que enseguida se descubrirá como el jefe, lo recoja. El vehículo avanzará por las calles bulliciosas del desarrollismo para la incorporación de dos miembros más de este equipo que se empieza a intuir de condición criminal y en marcha hacia su objetivo: el atraco a la caja fuerte de una importante fábrica metalúrgica —hay que señalar que el guionista Juan Bosch confirmó que se dramatizaron diversas acciones del grupo de Facerías; desde luego no faltó la advertencia moralizante previa de reminiscencias “dostoiewskianas” sobre el crimen y el castigo—.
Como resulta de rigor en una mayoría de propuestas de esta índole, tal y como sucedió en el fatídico ferrocarril hacia el sur, la reacción inadecuada de uno de los asaltantes, causada a su vez por una circunstancia inesperada, derivará en las temidas víctimas mortales y en una grave quemadura en su brazo. No anda a la zaga respecto a su destacable ejecución y planificación en la puesta en escena, esta segunda tanda de cinco minutos de metraje que desarrolla la tensa acción del asalto y la accidentada retirada.
Y partir de ahí, Iglesias nos ofrece todo un film para reconstruir el anunciado cerco, la implacable persecución policial y sus pesquisas, que conseguirá atrapar a cada uno de los rateros hasta que solo queden dos, el áspero Conrado, interpretado por el actor José Guardiola, que recordamos especialmente por su trabajo de doblaje —a través del que prestó su voz a un buen puñado de grandes estrellas norteamericanas como Richard Widmark, Humphrey Bogart, Anthony Quinn, James Coburn, Yul Brynner, Richard Burton o Lee Marvin, entre otros—, y el joven Emilio, arribista ennoviado con una chica de clase alta a la que recurrirá para tratar de salvarse. Por supuesto, no faltan unos cuantos perfiles arquetípicos de la época y del género negro, como el boxeador fracasado por una querencia excesiva a la jarana y la noche, o la mujer de mal vivir, Ana Méndez, en la piel de la hermosa actriz portuguesa Isabel de Castro, amante abandonada y despechada del capo, a la que recurrirá sin remordimiento para curar a su hermano malherido, que componen un fresco fehaciente de los bajos fondos siniestros que anhelan la huida de la podredumbre.
En el lado negativo, se hace evidente una cierta carencia de profundidad psicosocial en los personajes, sin duda mucho menos trazados que en los films mencionados, aunque la película vuelve a rubricar unas cuantas secuencias de indubitada calidad y potencia visual hacia su trágico tramo final, especialmente cuando el último superviviente caiga abatido en la playa oscura de la noche, al lado del mar. En definitiva, El cerco es un film a un par de peldaños de otras joyas del ramo, que en cualquier caso resulta muy interesante para seguir indagando en el legado cinematográfico de ese otro cine español ausente de la difusión mayoritaria que se reivindica por su calidad.
Escrito por María Verchili Marti
Crimen en familia (Santiago San Miguel)
Hubo un tiempo, no tan lejano, donde lo que hoy día se conoce como ‹true crime› no es que no estuviese de moda, no, sino que más bien era territorio de sensacionalismo en tabloides tipo El caso o, ya de modo algo más serio, de las páginas que en los periódicos se denominaban sucesos. Todo bajo el epígrafe genérico de “crónica negra”. Lo que queda claro es que el interés o el morbo ya existía, solo que la plataforma de expresión era diferente. En el cine, por supuesto, también abundaban estos productos aunque, después de la polémica de El crimen de Cuenca, se redujeron, más o menos, a films más cercanos a la explotación que a un estudio serio del suceso en sí.
Crimen en familia de Santiago San Miguel podría inscribirse fácilmente en este tipo de producciones o como mínimo en espíritu, ya que ofrece más de una sorpresa a nivel subtextual. Basado libremente en la historia real de “La dulce Neus” se nos narra la opresión que un despótico padre ejerce sobre su familia hasta que la cuerda se tensa y sucede el crimen del título. Esto sería, sin más, ‹grosso modo› lo que se nos ofrece. Pero en realidad, Crimen en familia funciona sorprendentemente como retrato de una época y de un personaje que puede parecer exagerado pero que, por desgracia, es muy real.
Estamos ante unos hechos donde emerge una figura patriarcal que ejerce una violencia que puede parecer desmesurada pero que contiene un fuerte componente ideológico y que no solo funciona a nivel primario de composición (brutal Agustín González) como de metáfora. Efectivamente esa familia, ese padre, no son más que un reflejo de un país que aparentemente está normalizado democráticamente pero que sigue arrastrando en base a estatus y a convicciones fuertemente arraigadas en los meandros de una dictadura de pura irracionalidad y fuerza bruta fascista.
Así pues no solo asistimos a un despliegue de humillaciones y malos tratos de todo tipo, sino al convencimiento de que todo ello se basa en el hecho de que son cosas correctas bajo su visión. La corrupción, el desfalco, la violencia de clase y machista, todo ello acaba siendo mostrado, y por ende denunciado, de forma que la producción se eleva por encima de su espíritu de voyerismo morboso a una especie de denuncia social.
La conclusión es que Crimen en familia se convierte en un caso de buenas y malas noticias. La buena es que siga siendo relevante hoy en día. La mala es que sigue siendo relevante hoy en día. Bien está que se pueda utilizar esta película como ejemplo casi didáctico, y más cuando vemos que estos personajes y sus valores parecen reverdecer viejas glorias. No obstante, uno no puede más que asistir con preocupación al hecho de que esto sea así. Sea como fuere, estamos ante un film que vale la pena rescatar y que, a pesar de sus limitaciones formales, contiene suficiente material temático, amén de grandes interpretaciones, como para ser material de advertencia sobre el huevo de la serpiente que sigue anidando entre nosotros.
Escrito por Àlex P. Lascort