Sesión doble: Diabólicamente tuyo (1967) / Serie negra (1979)

El ‹neo-noir› vuelve a la sesión doble con dos propuestas inteligentes y atrevidas plagadas de clásicos del cine francés. Comenzamos con Diabólicamente tuyo, con Alain Delon protagonizando esta película dirigida por Julien Duvivier en 1967. Le sigue Serie negra, película dirigida por Alain Corneau en 1979 donde Patrick Dewaere interpreta un papel inolvidable.

 

Diabólicamente tuyo (Julien Duvivier)

El destino quiso que el cineasta francés Julien Duvivier muriera de un ataque al corazón provocado por un siniestro con su coche en el otoño de 1967, justo mientras finalizaba la producción de Diaboliquement vôtre. Esta película contaba con una secuencia inicial en la que el personaje de Alain Delon sufría un percance con su automóvil que le dejaba amnésico. Ante la imposibilidad de recordar quién es, descubre a través de una atractiva mujer que tiene una esposa y una posición económica próspera. Christiane (Senta Berger) le cuenta que es su marido y se llama George Campos. Se lo lleva a su mansión, donde trata de recuperar su memoria con la ayuda de las atenciones de su amigo y médico Freddie (Sergio Fantoni). El sentido de extrañeza es lo primero que consigue capturar el director siguiendo a su protagonista en unos espacios que le son a priori desconocidos. Tomas fijas de los alrededores de la gran residencia, el lago, los jardines, la arboleda… se combina con el uso agresivo del zoom buscando bloquear encuadres en planos largos que capturan los diálogos repletos de ambigüedad y sospecha en sus estancias interiores.

A George le vienen a la cabeza fragmentos visuales inconexos y palabras. ¿Quién es Pierre Lagrange? Los sospechosos accidentes de los que se libra milagrosamente y la amenaza de su supuesto perro no dejan de intensificar una atmósfera inquietante, creada a partir de unos decorados de lujo y ostentación. El mismo deseo que le despierta su esposa hace que quiera incluso mentir sobre su mejoría con tal de satisfacer sus demandas y poder tener sexo con ella. Quiere recuperar la legitimidad que le otorga el poder sobre sus posesiones —y su mujer está entre ellas—. Las referencias al Sudeste Asiático, al norte de África y a las recientes guerras de su país en sus antiguos territorios coloniales introduce un contexto político determinante para entender el discurso subyacente del filme. La pérdida de la memoria de George no es más que la encarnación del conflicto de la descomposición de la identidad nacional francesa tras la Segunda Guerra Mundial, inmersos en la alienación del consumismo y las promesas vacías de progreso capitalista que darían pie a la revolución de Mayo del 68.

En su fuerte construcción del punto de vista, la insistente y juguetona cámara de Duvivier usa paneos y recoge los movimientos de George exhaustivamente en su tránsito por las habitaciones y la exploración de su mente, sus ejercicios para rehabilitarse físicamente y sus intentos de huida de una jaula de oro de la que se siente prisionero. También el sonido se utiliza como recurso para proveer a la imagen de una cierta ambivalencia, como en el caso de los recurrentes planos de Alain Delon durmiendo mientras escuchamos lo que creemos son recuerdos que se transforman en perturbadoras indicaciones, que no sabemos si provienen del subconsciente o de su pasado. Todo indica que Christiane, Freddie y su sirviente chino Kim (Peter Mosbacher) participan en una conspiración que justificaría los susurros y los cambios de comportamiento que escenifican si saben que está presente, en una estrategia de manipulación para que cumpla su función dentro de un plan maestro. La búsqueda de sí mismo y la identificación con él que promueve las decisiones formales de la cinta —con sus toques de humor negro e ironía— no le salvan, en cualquier caso, de corromperse como un individuo más que desea encajar y aprovecharse de una estructura social implacable, que considera desechable a cualquiera que ya no sirva a sus propósitos.

Escrito por Ramón Rey

 

Serie negra (Alain Corneau)

Si de algo ha podido presumir el ‹noir› desde sus inicios es de ese desencanto habitual por una sociedad en la que sus protagonistas son incapaces de destacar con buenas artes. Por tanto, es algo que sobrevive a esa segunda tentativa del género, revisitando argumentos, escenarios y motivaciones en un mundo que cambia pero siempre arrastra a aquellos que no conocen la palabra “suerte”. Alain Corneau se fue convirtiendo con los años en una voz fuerte y decidida en el ‹neo-noir› francés, capaz de dotar formas y colores a una de las novelas predilectas del suspense de crimen y perdedores. Esta es Una mujer endemoniada de Jim Thompson, que queda relegada a los pies del protagonista de Série noire, una arriesgada adaptación para la que Patrick Dewaere parecía haber nacido.

Porque Franck Poupart es la estrella más oscura del firmamento que conforma Série noire, donde el hombre desencantado sabe ir un paso más allá al perder por completo la razón bajo la mirada de una joven silenciosa, necesitada de su inestable adoración. Dewaere perfila un desnortado Poupart capaz de atraernos con su inquietante forma de actuar. Es un simple hombre, un pobre diablo que sobrevive con pequeñas triquiñuelas, demasiado amable para su trabajo, demasiado vago para imponer sus deseos, incapaz de ocultar una velada inocencia que le hace conectar con esa muchacha desnuda, el físico del desamparo y la injusticia, que le atraerá como un canto de sirena.

Así, un tipo cualquiera deberá tramar un plan para solucionar el futuro de ambos ante la promesa de una pistola, un puñado de billetes y un sol distinto que les vea amanecer. Lo grandioso de Série noire es que el defecto hace crecer a cada momento a Poupart. Un poco payaso, totalmente inquieto y de mente desordenada, así es como un tipo corriente se enfrenta a actuar, a mentir y a desesperarse por aquello que cree es su deber: perder la razón quién sabe si por un poco de ‹amour fou› o por un mucho de dinero.

Dewaere es implacable ante un puñado de personajes con tan mala estrella como la suya, que nos invitan a contemplar esas bajezas cercanas a la glamourosa París aquí desaparecida. A cambio nos trasladamos a esa otra cara formada por descampados, casas antiguas, coches desvencijados y almacenes abarrotados de nadería, donde Poupart es un don nadie, que como en cualquier ‹noir› —casi nunca importa si es de primera o segunda generación—perderá su minúsculo mundo por una mujer, aquí arriesgadamente una adolescente de nombre Marie Trintignant, cuya penetrante y pausada mirada se mezcla con la agitada expresión de Dewaere, incapaz de encontrar la calma, incapaz de hacer algo bien para que no nos olvidemos que de la oscuridad no se sale si uno ya ha nacido con ella encima.

Série noire es caótica y elegante a un mismo tiempo. Magnífica. La formalidad de sus composiciones se contrapone constantemente con la hiperactividad de Poupart, y todos aquellos que interactúan con él se permiten el lujo de dejarse llevar por un tonto que solo lo aparente, por un simple tipo normal que no sabe hacer mejor eso de vivir. Cuanto más se escapa a su control la situación, más espectacular es el embrollo, asomando la tristeza y el desespero, sin poder olvidar que partimos de un hombre que comienza armado con un transistor —no puedo dejar de lado esos bailes ‹godardianos› en los que el protagonista encuentra su propio sentido de seguir adelante— y acaba poniendo el foco, al fin, en que por ella todo tiene un mentiroso y positivo futuro. Quién iba a pensar que sus protagonistas iban a tener un futuro tan oscuro (y desencantado) fuera de las cámaras.

Escrito por Cristina Ejarque

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *