El thriller político no tiene edad siempre que las tramas entre los poderosos sean nuestro día a día, por eso elegimos dos propuestas únicas en su especie desde distintos puntos de vista. Empezamos por la argentina Después del silencio, que rodó Lucas Demare en 1956. A continuación encontraréis una de las imprescindibles del incansable Costa-Gavras, que en 1970 presentó La confesión. Os dejamos con la sesión doble:
Después del silencio (Lucas Demare)
Corría 1955 en Argentina y un golpe militar derrocó a Juan Domingo Perón como presidente de la nación y se instauró una dictadura que se denominó «Revolución Libertadora». El accionar de este régimen se centró, entre otros aspectos, en desprestigiar al régimen y uno de los medios que usó fue el cine.
Es así que, un año después, se estrenó Después del silencio, una extraña película que quiso demostrar que había suficientes motivos para la asonada militar en contra del gobierno peronista. Entre los méritos de la cinta está que posee buenas actuaciones y que supo introducir en su argumento algunas constantes propias del thriller para crear tensión e identificar a los buenos, a los malos y a los redimibles. No obstante, su contexto primordial fue lo político ya que su plan era convencer a la población de lo nocivo que fue Perón y de cómo habría afectado a los valores de la sociedad argentina.
De esta manera, el filme se llena de momentos que pretendían representar una realidad política. Las actividades normales que debe cumplir un médico para salvar vidas se constituyen en el núcleo moral y narrativo que irá componiendo una trama que descubre la corrupción, la tiranía, la idolatría a un caudillo y el control del pensamiento humano.
Por ejemplo, se quiso visibilizar la manipulación que se habría dado en la educación escolar, para lo cual fue suficiente colocar una escena en donde el hijo del médico se revela ante lo establecido y no reconoce que exista una nueva Argentina, como lo había pregonado el “peronismo”, sino que su país seguía siendo mismo desde su fundación. Oportuno e interesado acto cinematográfico para defender, subliminalmente, la real decisión del gobierno militar de retomar la constitución original de la nación.
Después del silencio también cuestiona a la principal base popular de respaldo de Perón: el sindicalismo. Hábilmente, insinúa el tremendo drama que vivirán los pacientes ante una huelga de enfermeras de un hospital que amenaza, incluso, con suspender las operaciones de emergencia, si es que éstas no son autorizadas por el dirigente del paro, que resulta ser el cocinero del centro de salud. Fue un claro y efectivo intento de ridiculizar a la organización laboral del «justicialismo».
El remate del filme fue colocar como una de las víctimas del «gobierno represor» al líder de un grupo de «buenos» obreros que no reclaman mejoras salariales ni protección, sino más libertad y democracia. Su personaje asume un protagonismo básico al representar a aquellos que han sido engañados por el «caudillo» y que, por estar en contra de un ‹statu quo›, serán sometidos a retenciones arbitrarias y a crueles torturas. Este recurso actoral se torna fundamental para reseñar lo malvado que habría sido Perón. Este significado evoluciona, incluso, a cuestiones más repudiables como las amenazas en contra de la integridad de los hijos de quienes se nieguen a obedecer al oficialismo.
La intención de producir esta cinta fue convencer que hubo una vez un gobierno que afectó los valores patrios y humanos y que era necesaria una contundente intervención militar, así se tenga que bombardear a Buenos Aires y sacrificar la vida de más de 300 personas. Por algo, en el filme se evidencia un esbozo de alegría cuando se anuncia la sublevación del ejército, de la armada y de la fuerza aérea. La inserción en la cinta de tomas del real bombardeo y de la imagen fugaz de una de sus víctimas confirmaron este cuestionable propósito.
Pero la misión de la «Revolución Libertadora» de utilizar el cine para derrumbar la idolatría de Perón no terminará. Un año después, dirigiría sus dardos para destruir la arraigada imagen popular de Evita, con la producción de El mito de Perón y Evita, filme que afectar la honorabilidad de la esposa de Perón y, de paso, alborotar al público con mensajes sobre «eventos seniles con menores de edad» y un «clima de degradación ignominiosa». La película prometía ser una «una lección inolvidable para todos los amantes de la libertad»… Sin embargo, desprestigiar a Evita era cosa seria y, finalmente, nunca se llegó a exhibir esta cinta, tal vez por miedo a una revuelta popular.
Escrito por Víctor Carvajal
La confesión (Costa-Gavras)
En 1952 el que fuera Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia —Rudolf Slánský— fue sometido junto con otros trece miembros clave del partido a uno de los juicios escenificados que proliferaron en distintos países del Bloque del Este después de la ruptura entre Yugoslavia y la Unión Soviética. Se trataban de procesos incluidos en las purgas del momento dirigidas a posibles disidentes que pudieran suponer un peligro de distanciamiento de los estados socialistas satélite de las directrices del Kremlin y las líneas marcadas por Stalin. Entre los acusados se encontraba Jack London, que participó en el servicio de inteligencia militar republicano durante la Guerra Civil y en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. London fue uno de los tres supervivientes del juicio y pudo escribir su experiencia de lo ocurrido junto con su esposa Lise en el libro de título L’Aveu (1968), que daría pie a la adaptación homónima que realizaría Costa-Gavras en 1970 con la colaboración de Jorge Semprún en el guión.
Conociendo los hechos históricos parece imposible ya de entrada que existiera otro director más apropiado para relatar lo sucedido y más por su claro posicionamiento ideológico. Desde el primer momento seguimos al protagonista encarnado por Yves Montand, preocupado por el supuesto seguimiento y observación que sufre en su día a día, tanto él como su dispositivo de seguridad asignado como Viceministro de Asuntos Exteriores. El magistral manejo del punto de vista, combinado con un montaje ágil de las secuencias va colapsando su realidad ante nuestros ojos para llevarlo al extremo de la paranoia. El miedo a ser detenido por elementos de la misma organización y del estado al que sirve se ve justificado finalmente. Acaba por ser capturado y a partir de ese momento es sometido a un maltrato sistemático que incluye tratamiento de privación de sueño y comida, desgaste físico y manipulación psicológica permanente. La fotografía de Raoul Coutard se pone al servicio de una mirada con la cámara entre distante y contenida, que posiciona siempre al individuo protagonista frente al entorno reclusivo y lo contrapone a sus interrogadores y carceleros.
La naturaleza kafkiana de la situación de su personaje central se hace evidente. En su evolución pasa de negarse a reconocer la autoridad de quien pretende extraerle una confesión a rechazar los hechos totalmente fabricados contra el estado de los que le acusan, pero finalmente caerá en las garras de los burócratas en su búsqueda de deconstruir los hechos y retorcer el lenguaje para adaptarlos a la verdad oficial que quieren imponer. El montaje vuelve a ser aquí clave en la parte central del film. La perspectiva que toma en su estructura es la de un narrador no fiable que está relatando su experiencia puramente subjetiva y salta de un instante a otro de los interrogatorios —que se confunden y mezclan a partir de los temas y la orientación de las preguntas—, evoca breves conversaciones y momentos a través de flashbacks, dando cierta noción de transcurso temporal a través de la reiteración de las torturas en su celda. La consecuencia es la pérdida total de la percepción del tiempo, su descomposición. Todo se configura como un gran contínuo en el que el momento exacto en el que doblegan su voluntad resulta difícil de distinguir.
Costa-Gavras construye una crítica radical a la represión política de los regímenes comunistas y su alejamiento de los principios que sustentaron las revoluciones socialistas sin buscar desacreditar ideológicamente sus fundamentos. Son las estructuras de poder corrompidas y aquellos que las sirven ciegamente los que traicionan profundamente los ideales y el sacrificio del pueblo sobre los que se edificaron.
Escrito por Ramón Rey