Ahora que comienza a oscurecer es el momento perfecto para dar rienda suelta a los terrores más humanos con el cine. Nuestra primera sesión doble para Halloween trae dos clásicos que no deben caer en el olvido, comenzando por Demencia (1979) de Joe D’Amato y The Maze (1953) de William Cameron Menzies.
Demencia (Joe D’Amato)
Halloween es una día señalado para dejarse llevar por el cine demencial y para disfrutar del planteamiento grotesco y nada poético de estas producciones que tanto nos hacen disfrutar. Acotando el género de terror en el subgénero del gore no hay mejor ejemplo para perturbar la mente y disfrutar de un rato, visualmente hablando, la mar de desagradable que esta obra cumbre de Joe D´Amato: Demencia.
Partiendo de un argumento con referencias góticas y reminiscencias al mito de Edipo y al Frankestein de Mary Shelley, Joe D´Amato construye una película enfermiza que abraza ese talante explícito tan de su estilo, que seguramente espantará a los amantes del cine filosófico y profundo. La cinta contiene alguna de las secuencias más chocantes del cine de terror de los setenta, encontrándose la misma muy influenciada por el cine de casquería fina de Herschell Gordon Lewis y por el propio euro-trash italiano.
Demencia tiene todas las papeletas para hacer disfrutar a los amantes del gore: atmósfera macabra, descuartizamientos, torturas malsanas (o como desmembrar las uñas a una muchacha con unas simples tenazas), ambiente chusquero, fetichismo, una música estridente que taladra el cerebro, escenas de sexo (llamativa es esa mítica escena de amamantamiento infantil entre el protagonista y su ama de llaves), destripamientos (vomitiva hasta decir basta es la escena del vaciado post mortem del cuerpo de la novia llevado a cabo por el taxidermista) y también cierto halo de suspense propio del giallo transalpino.
La sinopsis nos narra la historia de Francesco, un huérfano y rico taxidermista (la profesión más tenebrosa del cine que sirve a D´Amato para lanzar un guiño al Psicosis de Alfred Hitchcock) que vive apartado de la civilización en una mansión sita en el campo con la única compañía de una siniestra ama de llaves la cual siente una vigorosa apetencia sexual hacia el joven Francesco.
Sin embargo Francesco se halla profundamente enamorado de una bella joven que tras padecer una extraña enfermedad fallecerá en brazos de su amado. Francesco no aceptará la muerte de su novia, por lo que tras la celebración de su funeral, decidirá desenterrar su cuerpo para disecarlo y así poder disfrutar de su inerte presencia el resto de su existencia. Pero una serie de desencuentros convertirán a Francesco en un sádico asesino que no dudará en masacrar a sus infortunadas acompañantes en aras de proteger su enloquecido secreto.
Joe D´Amato, un todoterreno especialista en géneros obscenos, se lo guisa y se lo come para transgredir las normas de lo políticamente correcto cocinando un atrevido plato de mal gusto, ideal para paladares depravados que deja al Cabin Fever de Eli Roth al nivel de Sonrisas y lágrimas. El cineasta italiano huye de todo atisbo de insinuación para mostrar en primer plano la violencia más psicópata jamás filmada apoyándose en el uso del latex y de desechos de infectos mataderos (hígados, ojos y tripas de diversos animales que sirven para dotar de un vicioso realismo las escenas más fuertes) logrando de este modo su objetivo, que no es otro que alterar nuestra conciencia a través del empleo de imágenes turbadoras. Toda una joyita solo recomendable para amantes del cine de serie Z sin complejos.
Escrito por Rubén Redondo
The Maze (William Cameron Menzies)
Lo más curioso con The Maze es su poco probable relación entre las fuentes de donde bebe, sus objetivos atmosféricos y su improbable aunque efectiva resolución final. Este film de recoge sin ningún tipo de pudor tradiciones como el terror gótico, el ambiente victoriano y una clara influencia de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940).
William Cameron Menzies (que ese mismo año filmaría también la obra de culto Invasores de marte) apuesta por una de esas películas basadas en la atmósfera, situando la acción en un mansión llena de sombras, recovecos, puertas que esconden misterios, propietarios huraños y criados con cara de haber salido de algún tipo de centro de rehabilitación o presidio. Evidentemente pues la baza a jugar en esta cinta es la del terror psicológico, en la presunta asfixia a la que se somete, vía puesta en escena, a los protagonistas.
Y sí, la palabra presunta es más adecuada que nunca, ya que por desgracia este es un film que desaprovecha en gran medida los recursos que su planteamiento propone. Todo resulta demasiado impostado, de cartón piedra. Nunca nos llegamos a creer, ni temer, los sucesos que ocurren en pantalla. Sobre todo por la inexplicable incapacidad de dotar de un timing adecuado a una obra que, por su escaso metraje, pedía una transición argumental más directa.
Así, estamos ante una sucesión de eventos, de giros y digresiones que muy a menudo (y no por trampa argumental) nunca llegan a ninguna parte, creando más que confusión un tedio bastante acusado. Por eso mismo el desenlace resulta del todo abrupto, incluso desconectado de muchas de las cosas que se habían insinuado previamente. Pero atención, no por ello resulta insatisfactorio, al contrario. Posiblemente el desenlace de The maze no solo es lo mejor del film, sino que podría operar casi como película dentro de la película, como un cortometraje que se hubiera colado involuntariamente. No desvelaremos la naturaleza de dicho desenlace, pero desde luego aporta justo lo que le falta al resto de la película: Una locura y un descaro que se impone por encima de el acartonamiento general anterior.
Concluimos con la sensación de que The maze es una obra fallida en casi todos los niveles en los que opera: aburre, no inquieta y contiene unas interpretaciones pésimas que no ayudan a empatizar con los personajes y sus visicitudes. Un artefacto prácticamente desechable que sin embargo hay que rescatar sí o sí, por su espectacular giro final, inesperado desde luego e incluso algo absurdo, pero precisamente por ello capaz de sacar del sopor y arrancar sino una mueca de pavor si una carcajada de estupor, asombro y un pellizco de admiración.
Álex P. Lascort