Halloween ya asoma por la esquina y lo empezamos a celebrar con una sesión doble centrada en esa terrorífica fiesta. Las películas que os animarán a celebrar la noche de los muertos son Clownhouse, título de Victor Salva dirigido en 1989 y The Houses October Built, el ‹mockumentary› de Bobby Roe de 2014.
Clownhouse (Victor Salva)
Sobre miedos adolescentes, aquellos de los que parece improbable escapar hasta que no se ha llegado al fin de una etapa donde el subconsciente puede llegar a jugar malas pasadas, versa esta Clownhouse, debut de uno de esos cineastas de género, Victor Salva, al que llegaría su momento a inicios del s. XXI, cuando Jeepers Creepers, que terminaría deviniendo saga, se convirtió en un fenómeno y, más difícil todavía, dejó uno de los primeros (y terroríficos) iconos del nuevo siglo. Ahí es nada.
Pero mucho antes, a finales de los 80 —y precediendo su primer gran éxito, la mítica Powder—, el californiano daba sus pasos inaugurales con un ejercicio de género tan sencillo como funcional. Palabras que podrían jugar en contra de la carta de presentación de Salva, pero nada más lejos de la realidad, otorgan precisamente una de las virtudes centrales de la propuesta: conocer con exactitud cuáles son sus limitaciones —partiendo de un relato tan simple como directo—, y aplicar a través de estas el revestimiento adecuado que haga de Clownhouse exactamente lo que es. Clownhouse es un producto hijo de una época —algo que se deduce en especial a partir de su tratamiento, y de una mirada artesana que desafortunadamente es difícil hallar en el cine de terror actual—, preso de unos elementos —que más tarde, extrapolaría a su archiconocida saga— que son aquellos que confieren un plus al film que nos ocupa. Porque, más allá de tener entre manos una interesante idea que, una vez sentadas sus bases, no ofrece demasiados estímulos —más allá de ese juego psicológico entablado con el protagonista, cuyo mecanismo funciona como resorte en el propio relato, pero no ante ojos de un espectador omnisciente—, Salva logra hacer de la dirección un bastión propio desde el que poder afianzar las cualidades de Clownhouse.
El extraño y atípico juego del ratón y el gato entablado por los villanos de la función en torno al pequeño Casey, al fin y al cabo atemorizado por esos miedos que, de repente, devienen la más estremecedora de las realidades, sabe ir dibujando vías colindantes, incluso tomando préstamos de lo más singulares que nos llevan incluso a un ‹home invasion› desde el que continuar aprovechando al máximo los espacios de que dispone el cineasta. Y es que esos espacios (contados) son administrados con inteligencia en una cinta cuyo único “pero” quizá sea no poseer un tramo final con el mismo envite que el resto del metraje; puesto que si bien la cámara de Salva se encarga de contagiar a toda secuencia de una personalidad que impregna el film de principio a fin pese a los propios límites que posee de por sí la historia, se echa en falta un poco más de coherencia y, ante todo, imaginación en esos minutos de cierre. Una leve imperfección que, sin embargo, no echa ni mucho menos por tierra el trabajo realizado, otorgando una de esas menudas pero sugerentes vías de escape que ojalá otros cineastas configurasen con la facilidad que lo hace aquí un primerizo autor que se encargaría de dejar su santo y seña años más tarde, aunque su talento ya empezara a quedar desplegado en esta Clownhouse.
Escrito por Rubén Collazos
The Houses October Built (Bobby Roe)
The Houses October Built es una modesta película que en aquel 2014, y dentro de unos límites de producción de muy bajo presupuesto, se sumerge en un aspecto desconocido, pero intrínsecamente relacionado con la contracultura, como es el lado más sumergido y oscuro de la festividad de Halloween; las atracciones de feria inspiradas en casas malditas, crímenes espeluznantes y, en general, todo lo que tenga que ver con las sensaciones de terror, algo que supone todo un simbolismo en sí mismo para la cultura del horror norteamericana dentro del reverso menos popular de la citada celebración. Esta es la premisa bajo la que se desarrolla este ‹mockumentary›, apadrinado por la todopoderosa Blumhouse, en el que un grupo de jóvenes se disponen a indagar sobre diversos puntos de la geografía norteamericana en la búsqueda de las emotividades más cruentas del terror que proporcionan estos irresistibles puntos turísticos para los amantes de las emociones fuertes. Esta práctica, todo un canto de amor al ‹freak show› y a los realistas efluvios de ese American Gothic tan cercano a los extremismos más incómodos de cierta facción del cine de terror, es donde ficción y realidad convergen a modo de atracciones circenses y una ambigüedad en su calado tan embaucadora como atrayente para el aficionado.
La película supone un más que eficiente pieza dentro de su corriente, que aunque caiga en algunos de los clichés menos acertados de aquella nueva ola del ‹mockumentary›, se permite experimentar con los arraigues más viscerales de esta convergencia de estímulos para lo grotesco, y que aprovecha sus más que evidentes limitaciones presupuestarias para dar un enfoque de ensayo sobre este fascinante universo subterráneo; aquí subyace su principal acierto, donde el formato es utilizado para enfatizar las texturas de guerrilla del mismo. Ello queda justificado por la validez de su discurso sucio, con ciertas oda a lo burlesco y en el que se hace partícipe, sin ninguna remisión, al propio espectador, consiguiendo que se implemente de primera mano estas filias circenses hacia lo tenebroso; un concepto narrativo a modo de “tren de la bruja”, que extrae este ideario de siniestro calado, visto en piezas muy relevantes para el género como The Funhouse de Tobe Hooper o una de sus hijas espirituales, La casa de los 1.000 cadáveres de Rob Zombie, aquí sumiéndose en una óptica feísta y enfervorizando su andamiaje escénico bajo una cercanía estrecha hacia la temática tratada.
Las ya mentadas naturalidades de su formato refuerzan su carga escénica, aunque sería injusto no mencionar que en otros momentos esto le hace caer en algún que otro planteamiento caótico en sus escenas de impacto, principal motivo que aleja a The Houses October Built de ser la película redonda que podría haber sido. Pero, aún así, el concepto principal de la cinta acaba por embellecer sus irregularidades, dignificando el lado más perverso de la noche de las brujas, a modo de efusión de su carga folclórica con inquietantes reminiscencias reales sumidas dentro de la contracultura, donde seremos testigos de las raíces menos exploradas de esa América que no sale en las guías turísticas. Con sus trabas, es muy interesante que una película como esta trate de manera abierta y bajo la ausencia intrínseca de limitaciones visuales del ‹mockumentary› una propuesta tan atrayente como esta, permitiéndose además el discernir sobre la adrenalina hacia el miedo y la sugestión ante lo perverso.
Escrito por Dani Rodríguez