Sesión doble: Cautivos del terror (1958) / Purgatorio heroico (1970)

El terrorismo llega a la sesión doble con dos títulos sobre los que discernir de formas muy distintas en torno a esa temática: por un lado, en el ámbito ‹noir›, y de la mano de Andrew L. Stone, con Cautivos del terror, y por el otro, bajo el yugo de la Nueva ola de cine japonés, y embarcándonos en el cine de Yoshishige Yoshida, con Purgatorio heroico.

 

Cautivos del mal (Andrew L. Stone)

En Cautivos del terror conviven dos almas y, en este sentido, podemos hablar de un film de transición. De un lado la obra de Andrew L. Stone sigue cierto esquematismo que lo emparenta, ni que sea de lejos, con el ‹noir› más clásico, esencialmente por lo que respecta al tema del falso culpable. Pero esto no es más que el disparador, un punto de partida que rápidamente es resuelto para dar paso a una temática radicalmente diferente: el terrorismo.

Cada época ha tenido sus miedos. Si la década de los 2000 se vio afectada por el trauma post 11-S en 1958 el terror pivotaba en torno a la destrucción del modelo familiar americano y la paranoia al respecto del comunismo. Un marco de Guerra fría que el film de Stone insinúa, aunque finalmente el móvil del grupo terrorista sea el económico, para centrarse en la crisis que sufre un matrimonio sometido a la tensión de un secuestro.

Stone filma huyendo de las clásicas atmósferas del ‹noir› de bajos fondos, nocturnidad y sombras para situarnos en un mundo luminoso, casi idílico. De esta manera los terroristas aparecen como una mancha en el tejido social impoluto sugiriendo así dos aspectos de apariencia contradictoria: por un lado mostrar un mundo que parece haber superado la confusión social tras la Segunda Guerra Mundial y por otro, y aquí es donde el aspecto paranoico cobra fuerza, que el criminal, el terrorista (el comunista) ya no es un cuerpo ajeno reducido a un ámbito concreto sino que puede tener la apariencia del ciudadano corriente, como una versión malévola del vecino de al lado que puede irrumpir en cualquier momento, sin preaviso.

Con estas bases, Cautivos del terror se desarrolla dejando de lado, en cierta forma, el objeto terrorista per se (casi como si fuera un ‹macguffin›) para pasar a ser algo cercano a un thriller tenso, turbio en ocasiones, centrado especialmente en lo femenino como objeto de abuso psicológico y sexual. Un tema que enlaza con lo ya comentado al respecto de la destrucción del modelo familiar como forma máxima de terrorismo más poderosa que cualquier bomba. La fragilidad del corpus social americano adopta forma de mujer sugiriendo la posibilidad de que la corrupción de la mujer es la mejor forma de acabar con todo el orden establecido.

No obstante, aunque no podemos olvidar el contexto y el año de producción, hay casi una necesidad compulsiva de dejarlo todo en meras insinuaciones, de no ir más allá en lo explícito, tanto de lo sexual como de lo violento. En este sentido se echa de menos en el film de Stone algo más de arrojo y transgresión. Hay un constreñimiento y contención en los temas, como si diera demasiado miedo que el material pasara de advertencia a una suerte de manifiesto que diera ideas equivocadas. La paranoia de la época pasa pues a ser un tema casi metacinematográfico que afecta incluso a la producción forzando, incluso, a un desenlace precipitado y feliz. Algo que resulta un tanto decepcionante pero que, en su conjunto, no desmerece a una obra que merece cierta reivindicación.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Purgatorio heroico (Yoshishige Yoshida)

Hay films empeñados en hacer trastabillar cualquier conocimiento previo que se creía poseer sobre el cine como disciplina. Esta es una maravilla irreverente y de complejísima estructura, que explora con afán las inacabables fronteras de la imagen en movimiento. Yoshida nos vuelve a capturar en su universo particular y vanguardista, como hiciera en obras maestras como Eros + Massacre. Por lo que se puede apreciar, su cine se enmarca en la cuestionablemente acuñada como Nueva ola de cine japonés, denominación demasiado europeizante y deudora de la Nueva ola francesa. El cine de Yoshida es contemporáneo al de Ōshima, Wakamatsu, Teshigahara o Terayama, nombres que el canon decidió dejar fuera por no se sabe qué razones. Hay mucho cine nipón más allá de los grandes nombres, como acontece en todos los países. Jean-Luc Godard estaba muy en lo cierto al referirse a las Historias del cine en lugar de la Historia en singular, y Agamben no yerra al afirmar que el contemporáneo es aquel que transporta lo arcaico. Yoshida escribe su historia, y tiene muy interiorizada la constante de que en el origen de las cosas late una gran verdad gestual y figurativa, un instinto reprimido que a través del movimiento se revela en toda su rica extensión. Su trabajo sobre la fisonomía de los rostros, por ejemplo, evidencia su capacidad de pensar el cine desde la idea de lo múltiple, del registro de la realidad a través de la maleabilidad tecnológica que implica el dispositivo cinematográfico. A su modo, Yoshida lleva a la praxis una tipología de cine de poesía, que se deja ver en tanto que es cine que crea, duda y vuelve a crear constantemente.

Purgatorio heroico está fabricada para que el espectador la complete, demanda una experiencia activa y propone múltiples focos de pensamiento, en tanto que cada cierto tiempo parece rehacerse en base a los andamios de su lenguaje. Son dos horas de destrucción absoluta de lo que se entiende por trama de intriga o cine político, capaces de redimensionar de forma radical el horizonte de expectativas del espectador. Como escribía Hans-Robert Jauss, el género es lo que se produce inconscientemente en la cabeza del espectador, o como aducía Andréi Tarkovski, un género es una manera pobre de categorizar un film, siempre que se entienda el término como un corsé en sacrificio de la libertad creativa. En ese sentido, Yoshida procura disolver la lógica convencional de la jerarquía del cine estandarizado, como la mirada dominante de la cámara y el sujeto-objeto subordinado ante ella. El cineasta trabaja desde los márgenes del encuadre y el vigoroso contraste entre el blanco y el negro, mientras articula un relato relleno de poros, sensualidad y espíritu crítico y beligerante. Es sin duda una película excelsa para compartir y discutir, que demanda a un público cocreador que la decodifique en términos políticos, de género o formalistas.

Respecto a los intérpretes, el cineasta no reclama ningún alter ego, sino que construye la obra en base a las interrelaciones de los cuerpos, sin personalidades estrella que despunten por encima de las demás. Ejerce una extraña labor de transparencia y de democratización del acceso a la ficción. Y como tal, no puede ser desdeñado.

A la memoria de Yoshishige ‘Kiju’ Yoshida.

Escrito por Arnau Martín

 

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