El peplum vuelve a nuestra sesión doble con dos cineastas tan distintos como dispares son los títulos que nos disponemos a analizar. Por un lado, uno de esos talentos venidos del cine clásico, autor de míticas obras, Richard Fleischer, y su Barrabás protagonizado por Anthony Quinn; y por el otro Riccardo Freda, uno de los precursores del ‹giallo› italiano que a inicios de los 60 realizaba su singular aportación al personaje de Maciste con Maciste en el infierno.
Barrabás (Richard Fleischer)
La figura central del cristianismo se reconoce por los textos sagrados y se mitifica a través de la historiografía religiosa de formas frecuentemente contradictorias. Por un lado se defiende la vigencia y validez de los primeros por su vocación de ser interpretados y no tomarse de manera literal según conviene. Por otro, se siente la necesidad de creyentes y de la jerarquía eclesiástica de legitimar a su salvador incorporándose a un pasado irreal, a unos sucesos históricos validados por la búsqueda de trascender lo cultural. El cine épico religioso, tan popular hace unas décadas, sería la última expresión de este fenómeno que traslada esos mismos intereses a lo audiovisual —explotando la autenticidad que otorgan tanto los recursos narrativos y de ambientación del cine histórico como las referencias a hechos conocidos como base—. Barrabás (Richard Fleischer, 1961) es una ambiciosa producción de Dino De Laurentiis que adapta la novela homónima del premio Nobel de literatura sueco Pär Lagerkvist y utiliza como hilo conductor las vivencias del prisionero del mismo nombre, que fue liberado por Poncio Pilato siguiendo la supuesta costumbre durante la Pascua judía de perdonar la pena de muerte a la que había sido condenado. Costumbre que únicamente se referencia en los evangelios y de la que no se ha encontrado registro alguno en otros documentos históricos.
Barrabás se presenta como un personaje clave para la misión salvadora de Jesucristo en la Tierra. Se trata de un hombre incapaz de asumir el sacrificio del profeta de Nazareth en su lugar. Así pasará toda su existencia buscando el sentido a ese momento concreto, a los motivos y las expectativas puestas en él por fuerzas que primero rechaza pero luego se pasa décadas intentando comprender. El uso del motivo recurrente de la pugna entre la luz y la oscuridad se aborda en multitud de ocasiones a través de la escena, la fotografía y la misma narración. Si Jesús es luz, Barrabás es la sombra que proyecta sobre la humanidad. En las primeras escenas que sitúan al protagonista en los márgenes de la Pasión de Cristo, ese mismo sufrimiento le persigue colándose a veces desde el fuera de campo —aunque intente evitarlo porque le atormenta—. El momento de la crucifixión sucede durante un eclipse con planos tomados durante uno auténtico que tuvo lugar en febrero de 1961, creando una estética espectral que psicológicamente nos acompaña como parte del proceso de expiación del personaje central durante el resto del film. Desde la luz cegadora del exterior tras pasar tiempo en una celda a la oscuridad de una mina de sulfuro en la que con los años acaba en sus profundidades perdiendo contacto con el mundo, con la humanidad propia y el resto de los que forman parte de ella.
Barrabás utiliza la épica para describir e intensificar el conflicto interno de su protagonista, sus dudas y las consecuencias de su falta de compromiso con la fe desde una propuesta metafórica y predispuesta para su interpretación abiertamente adoctrinadora. Barrabás encarna las mismas razones por las que Jesucristo muere: para redimir sus pecados que son los de todo el pueblo judío. Este juego del relato es simbólico como la propia existencia de Barrabás, que se describe como un reflejo en negativo de Jesús. Si este propugna amarse los unos a los otros, la paz y liberarse de los deseos, Barrabás es un violento rebelde que disfruta de los placeres terrenales. Dos formas de entender la vida y la lucha contra los romanos que se enfrentan con una dialéctica espiritual elaborada a través de su tratamiento psicológico, dramático y formal cuyos ecos resuenan en su estructura cíclica.
Escrito por Ramón Rey
Maciste en el infierno (Riccardo Freda)
Sin duda, Maciste fue un icono cinematográfico no solo del peplum sino un emblema que marcó a toda una generación de jóvenes cinéfilos. De la mano de grandes autores del cine de género italiano, este personaje siempre vestido en calzoncillos dejando ver su formidable musculatura, vivió mil y una aventuras en el marco de la serie B más desprejuiciada.
Maciste en el infierno es una de las mejores obras protagonizadas por este personaje, no solo por su extravagante propuesta vinculada al ‹trash› más chocarrero, sino fundamentalmente gracias a la mano maestra de Riccardo Freda, uno de los fundadores del giallo, quien apoyándose en una puesta en escena atmosférica que dota al envoltorio visual del film de una superficie fascinante y alucinógena, un protagonista entregado a la causa que cumple con nota su cometido (el mítico mazas Kirk Morris AKA Adriano Bellini) y su contrastada sapiencia logró construir un producto digno y encantador sazonado con algunas escenas terriblemente entrañables como esas en las que nuestro héroe se las tendrá que ver con un león de trapo, levantar piedras que claramente se observa fueron diseñadas con un pedazo de corcho ornamentado con Titanlux, con una manada de cabras que por la magia del cine se transformarán en un saco relleno de poliestireno cuando embisten a Maciste, o esas pitones que se enredarán al cuello de nuestro héroe convertidas en peluches de tómbola. Puntos todos estos que ensalzan la grandeza de una producción sacada adelante con cuatro duros.
A todo esto se añade un argumento surrealista que mezcla diversos géneros de moda como el cine de terror gótico, la sci-fi y el peplum, situando la trama en la Escocia medieval, donde tendrá lugar la ejecución en la hoguera de una bruja acusada por un juez de cometer actos impíos debido a los celos del togado. Un par de siglos después llegará al pueblo donde tuvo lugar este suceso una pareja de recién casados cuya parte femenina comparte nombre con la bruja ejecutada en el pasado. Esto provocará la ira de los lugareños que creerán que la mujer es en realidad el espíritu de la bruja en busca de venganza, lo que les impulsará a asaltar el castillo donde se refugia la pareja con la intención de sentenciar a la recién llegada. Pero por arte de magia Maciste irrumpirá en el pueblo para ayudar a los recién casados, introduciéndose en una cueva que conduce al infierno con el propósito de localizar a la auténtica bruja y así terminar con la maldición pasada. Para ello, deberá sortear diversos obstáculos, matar a varias fieras, regatear figuras demoníacas, también a un gigante guardián de las puertas del infierno y apaciguar la tentación que supondrá la aparición de una bella mujer que esconde oscuras intenciones. También se topará con Prometeo mientras el águila devora su hígado y por fin hallará solución para todas las injusticias presentadas.
Lo inverosímil del argumento no fue óbice para que Freda pudiera componer un film alucinante, engalanado de una atmósfera tenebrosa y realista gracias al predomino de escenarios naturales, con un sector final absolutamente magistral que toma prestados varios trucos visuales de la legendaria Hércules en el centro de la tierra, y que asimismo sabe homenajear varias escenas del Maciste en el infierno de 1925 como la secuencia de la lucha con las serpientes o esas panorámicas del infierno infestado de almas cautivas que se hallan expiando sus pecados en lo más profundo de las cavernas demoníacas. Todos estos ingredientes convierten la propuesta en un dulce sensual, lujurioso y refrescante que forma parte por méritos propios de las grandes obras del peplum italiano de todos los tiempos.
Escrito por Rubén Redondo