El western patrio llega a nuestra sesión doble con un par de títulos de ‹chorizo western› dirigidos precisamente por dos hermanos: en primer lugar, Joaquín Romero Marchent, que dirigía en 1964 quizá uno de los estandartes del género con esta Antes llega la muerte, y en segundo un Rafael Romero Marchent que en 1968 dejaría también una de esas piezas ineludibles del género con ¿Quién grita venganza?.
Antes llega la muerte (Joaquín Romero Marchent)
Corría el primer lustro de la década de 1960, el famoso “Cine del Oeste” americano estaba entrando en su ocaso. El gran western clásico, que cimentaron personalidades como John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, John Wayne y James Stewart, entre otros, había llegado a su cúspide creativa y no podía crecer más. El exclusivo género estadounidense estaba sentenciado.
No obstante, durante esos años, al otro lado del Atlántico países como Alemania, España e Italia estaban empeñados en mantener vigente al western, aunque con algunas variantes en su estética y contenido. Empezaba el origen así de un subgénero que se haría muy popular en todo el mundo: el ‹spaghetti western›.
Es precisamente en esta etapa de transición cuando surgen en España las propuestas cinematográficas de Joaquín Romero Marchent, uno de los pioneros de las películas de ‹cowboys› en Europa. En 1964, dirigió una importante y buena película, que tiene incluso un título muy atinado (y también con visos de spoiler): Antes llega la muerte.
Este filme aún conserva la estructura del clásico western “hollywoodiense”, aspecto que se aprecia en su puesta en escena, en la temática que aborda y en la estructura de forma y de fondo de los personajes. Además, involucra un alto componente dramático en su argumento, que trata sobre un hacendado, Clifford, que al enterarse que su esposa María tiene un tumor en el cerebro venderá todo lo que posee para emprender un largo y peligroso viaje hacia la ciudad para que la operen.
En este contexto, María, interpretada por la actriz italiana Gloria Milland, asume un alto protagonismo en la película y en torno a ella gira la historia. Aspecto importante a destacar porque en poco tiempo el ‹spaghetti western› se caracterizará por anular a la mujer en su contenido y priorizar la acción por encima del entramado dramático.
Pese a su gran inspiración americana, Antes llega la muerte también empieza a aportar con ciertos elementos diferenciadores del clásico estilo. Por ejemplo, incorpora una extraña comicidad. Hay un cocinero chino en la película que pone notas de humor incluso en los tiroteos mortales.
Este detalle no debe pasar desapercibido porque hay que recordar que el western europeo evolucionó, o se distorsionó, en la década de 1970 hacia corrientes muy surrealistas y cómicas.
La historia del filme de Romero Marchent no solo aborda el drama de la enfermedad de María y los esfuerzos de su esposo. Hay una historia paralela de venganza, donde Bob Carey, antiguo novio de María, sale de prisión tras cumplir una condena por asesinato. El hermano de la víctima se entera de esto y lo perseguirá para matarlo.
La habilidad del director español es que compagina las historias para que todos los personajes se involucren en el urgente viaje que debe hacer la caravana. Es precisamente esta travesía, llena de peligros externos y fuertes diferencias internas en el grupo, el aspecto medular que llena la película de tensión.
Hay un notable manejo narrativo y artístico en torno a los desesperantes momentos de quienes son parte del viaje. Ellos se sentirán derrotados por la crudeza del desierto y la falta de agua; y, sobre todo, porque el tiempo de María se acaba. Los personajes se sumergen de este modo en un auténtico infierno donde todo puede pasar, y así se lo refleja fielmente en la película.
Los minutos finales son de una composición artística admirable, pues hacen de lo imprevisible una fuente de suspense para dejar atónito al común de los espectadores.
De esta manera, Antes llega la muerte destaca por encima de muchos otros subproductos de la corriente cinematográfica a la que pertenece. Merece ser rescatado del olvido por ser una de esas piezas que marcó una pauta decente en la transición entre el western clásico de Hollywood y el ‹spaghetti western›.
Escrito por Victor Carvajal
¿Quién grita venganza? (Rafael Romero Marchent)
¿Quién grita venganza? se eleva como una joya de eso que muchos llaman ‹gazpacho western› o también ‹chorizo western›. Lo que más me gusta de una propuesta como esta es su adscripción a un ambiente característico que no solicita en ningún momento su pertenencia a un modelo diferente al moldeado por el propio Marchent. Así, la película combina con acierto algunos patrones prestados tanto del western de serie B americano de los cincuenta, especialmente en lo relativo a esas muertes aparatosas y ausentes de salpicaduras de sangre inherentes a una obra de muy bajo presupuesto, como del ‹spaghetti western›, fundamentalmente en el empleo del zoom, los primeros planos o una bruta secuencia de tortura que quizás no encaja del mismo modo dentro del descarado tono que empapa el film.
Me gusta que Rafael huyera del feísmo y suciedad del ‹spaghetti western› para construir un producto que se aproxima a los paisajes pictóricos de encuadre clásico, beneficiándose de los bellos parajes madrileños (como Hoyo de Manzanares o las ruinas del Monasterio de Santa María de Valdeiglesias, donde tiene lugar la magnífica escena de arranque de los títulos de crédito) en los que se rodaron la mayor parte de los exteriores del film.
La cinta plantea algunos de los temas fundacionales del western europeo, pues nos encontramos con una historia de venganza que estalla en la cara del espectador en la apertura del film con la muerte de un hombre de familia tiroteado desde la lejanía por el amante de su mujer. También se ubica ese relato en el que el presente se ve afectado por un pasado del que resulta imposible huir a pesar del desconocimiento que el personaje aquejado por ese trauma parece tener. Igualmente enriquecedora se destapa una trama bien trenzada sazonada con una comedia muy fresca a través del dibujo de las personalidades chocantes de la pareja protagonista, dos cazarrecompensas (interpretados con desenvoltura y empaque por el a veces soso Mark Damon —que aquí cumple con creces— y por el emblemático Anthony Steffen, quienes desprenden una sorprendente química) que se verán envueltos en una trama de corrupciones y arrebato de tierras a los más débiles por parte de sheriffs y esbirros comprados por el terrateniente de turno, que además resultará ser la persona que asesinó al padre de uno de ellos.
No será el guion el ingrediente más llamativo del film, pues se advierte un texto bastante convencional. Lo que resalta será un conjunto sólido, divertido y seductor en el que habrá cabida para la comedia, la acción, el romance, las intrigas palaciegas y una violencia que no desentona a pesar de la ausencia de sangre. Asimismo una planificación meditada hasta la médula merced a su juego de planos-contraplanos, ‹close-up›, panorámicas y tomas en grúa que demuestran el virtuosismo técnico que poseía el autor de Uno a uno sin piedad.
Me encantan las gotas de humor con las que Rafael Romero Marchent regó su creación gracias a las pícaras interpretaciones de Damon y Steffen en el rol de esos dos caraduras que se verán arrastrados a defender una ley que no es muy de su agrado para proteger a los pequeños propietarios de los ambiciosos apetitos del malvado terrateniente con el que tendrán que encararse. Romero Marchent se luce en lo que mejor sabía hacer: componer magistrales coreografías de acción tanto en las distancias cortas (duelos) como en las largas (tiroteos y persecuciones a galope), siendo especialmente impecable el tiroteo final donde se ajustarán cuentas con el pasado. Un tiroteo a escopeta limpia en el que sobresale su espectacular montaje y su fascinante fotografía que me recuerda y mucho a los ensamblados por un maestro como Anthony Mann, de hecho nada tiene que envidiar este desenlace al de Colorado Jim.
Todo ello convierte este dulce en una película que brilla con luz propia en el oculto panorama del cine de género patrio que bien merece todo nuestro afecto.
Escrito por Rubén Redondo