Hace apenas una semana llorábamos al ver Galicia y sus alrededores asolada por las llamas, unas provocadas por el hombre, nuestro peor enemigo. Por ello hemos decidido dedicar la sesión doble al fuego y sus extintores, tambié inventados por el hombre, los bomberos. Las películas seleccionadas son ¡Al fuego, bomberos! que dirigió en 1967 Milos Forman y el documental de Manuel H. Martín La vida en llamas. Os dejamos con la sesión doble.
¡Al fuego, bomberos! (Milos Forman)
«Ideas de bombero»
Anónimo
Con ¡Al fuego, bomberos!, su primera película en color, el director checo Milos Forman culminó su carrera cinematográfica en su país natal antes de trasladarse definitivamente a Estados Unidos. A pesar del éxito inicial que le valió una nominación al Óscar, tras los sucesos de la Primavera de Praga el filme, con una carga satírica muy marcada, fue rápidamente prohibido y no pudo volver a verse en Checoslovaquia hasta el fin de la influencia soviética.
Su historia parte de la premisa sencilla de la organización de un homenaje a un antiguo jefe de bomberos, pero la ineptitud, la desorganización y la falta de ética por parte de los organizadores harán de esta celebración un caos en el que todo lo que pueda salir mal, saldrá peor. A base de mil enredos y equívocos avanza una cinta en la que el guión se entretiene cargando las tintas contra el desastroso comité de bomberos y crea con ello una comedia ágil, divertida y excesiva, con un énfasis especial en la acumulación de absurdos y fracasos y sin dar tregua a sus personajes.
Solamente en dos secuencias se adivina algo parecido a un cierto tono de solemnidad, y en cuestión de segundos se revierte la situación. En una de ellas, un anciano ve cómo su casa se quema y por un momento todos los asistentes observan hipnotizados, sin poder apartar la mirada, el poder destructivo del fuego mientras los bomberos realizan su trabajo. La segunda sucede al final, cuando la última bala que se reservaba Forman da un golpe bajo en forma de un discurso de agradecimiento tan emotivo y escueto como fiel reflejo del bienquedismo falsario del comité. Dos escenas que rompen con el tono general de la película y que por ello tal vez resultan especialmente memorables dentro del conjunto.
El resto de la cinta es un puro disparate de personajes trepas e inútiles intentando organizar con éxito el evento, luchando contra todo tipo de inconveniencias, desde la mala suerte hasta su propia incompetencia que en ocasiones raya en el autosabotaje, En particular, el intento de organizar un concurso de belleza da lugar a algunas de las escenas más esperpénticas que recuerdo haber visto en una comedia, en particular en el momento de la presentación de dicho concurso, que es tal vez el punto álgido del absurdo, una secuencia de acontecimientos tan excesiva y caótica que en cierto modo incluso resulta incómoda de ver.
Pero la energía de ¡Al fuego, bomberos! no parece apagarse nunca, ni la irreverencia cómica que demuestra en cada uno de sus fotogramas. Entre la locura de slapstick, equívocos, chistes verdes y ridículo hay también espacio para intervenciones demoledoras en las que su sátira se trata de forma sorprendentemente explícita y carente de ambigüedades. Viendo su mala baba y falta de contención se entiende enseguida por qué esta película molestó hasta el punto de ser objeto de una censura que la mantuvo fuera de las pantallas checoslovacas durante veinte años.
El estilo acumulativo, que avanza los sucesos y el propósito final de sus personajes hacia el desorden y el fracaso sin remisión, es en cierto modo un doble filo de esta película que puede agotar bastante al espectador, y su variada comedia también incluye ciertos chistes que, ya sea por su trazo grueso o por puro hartazgo, no me llegan a funcionar; pero sin lugar a dudas esta obra de Forman consigue salir airosa de estos problemas y en último término logra crear una visión global de farsa potente y memorable, que se disfruta con suma facilidad y que ejemplifica varios de los rasgos más llamativos del cine contestatario de la Nueva Ola checoslovaca.
Escrito por Javier Abarca
La vida en llamas (Manuel H. Martín)
El verano terminó hace tiempo pero los incendios forestales continúan. Es la peor noticia del panorama medioambiental, sucesos que se repiten y amplían cada año. Quizás solo esto sea motivo suficiente para rodar un documental acerca de los profesionales que trabajan en la extinción de incendios esos que conviven con el monstruo del fuego alrededor. El film La vida en llamas es el segundo trabajo del género documental dirigido por Manuel H. Martín, un ejercicio del reportaje que destila solidez técnica e interés divulgativo a partes iguales. Planteado como un largometraje de difusión minoritaria en salas comerciales, distribuido directamente en VOD. Finalmente editado en tres episodios que fueron emitidos en diversos canales de televisión. Es una cinta que lejos de ser barata supone una superproducción en este terreno, con un presupuesto de casi seiscientos mil euros. El respaldo económico del Canal Sur y otros temáticos, varias televisiones europeas, más diversos patrocinios, supone una base de compromisos que el director sortea con acierto, para entregar un largo que no funciona solo como publirreportaje o un video industrial hecho por encargo de varias empresas. Así que el resultado final es una película que no se sale de su planteamiento, esa vida en llamas a partir de las experiencias introducidas por tres personajes a lo largo de junio, julio y agosto, meses eternos durante un verano amenazado por el fuego, el calor y la inseguridad acerca del momento en que se pueda declarar el siguiente incendio.
Estructurado en tres partes, presentadas con los nombres de Gustavo, el técnico forestal que dirige la brigada de extinción, la BRICA. Formada por once hombres entre los que está también Curiño, un joven proveniente del retén que supervisa los montes y campos para prevenir catástrofes posibles. Un grupo de bomberos forestales que dirige Abarca, el más veterano, el jefe de brigada que supera los sesenta años. El valor del documental es dejarlos hablar con naturalidad, sin necesidad de decorar u orientar sus diálogos, pensamientos, ni estados de ánimo. Sin presentarlos como héroes inalcanzables, sino personas que realizan un trabajo que, objetivamente, supone un esfuerzo tanto físico como mental, cercanos al sacrificio. Sus testimonios se intercalan con los de las esposas de los dos primeros y varios compañeros de la brigada, aportando más puntos de vista que complementan la sensación de compañerismo e incertidumbre vital de los protagonistas.
La película es un ejemplo de divulgación y entretenimiento que quizás carga en ocasiones más de lo aconsejable el tono sentimental, sobre todo por el uso de la música, de las imágenes ralentizadas en contrapicado y plano general de los bomberos, con el tono épico de las grandes gestas. Además de algunas formalidades audiovisuales que dan planos espectaculares como los tomados desde los helicópteros. O una secuencia de transición de narración, más propia del videoclip, que funciona poco como información. Salvo estas concesiones impuestas -probablemente- por los que aportan el presupuesto, Junta de Andalucía incluida.
Pero en el otro lado de la balanza pesan más lo buenos resultados del film. Ese acercamiento humano a los componentes de la BRICA, siempre pendiente de sus reflexiones, sus recuerdos y sus miedos. Es curioso cómo aluden a la fuerza del fuego a partir del ruido con que crujen las ramas al arder. O el sonido que parece más propio de explosivos, frente a la fascinación ancestral de ver el fuego con sus tonalidades lumínicas. También el olor a ceniza del que se impregnan sus uniformes y la piel, pasados varios días. Fuera de la ecuación quedan circunstancias a las que por lógica no se puede aludir en un producto de este tipo, como son los recortes presupuestarios del gobierno y dirigentes autonómicos, en materia de extinción y prevención. Tampoco se habla de los causantes de iniciar el fuego, ya sean involuntarios, pirómanos o delincuentes. Por una parte se pueden echar en falta comentarios al respecto, pero por otro lado se mantiene a foco la visión humana hacia los protagonistas.
Al menos quedan para el recuerdo buenas imágenes de las extinciones. Un acercamiento al conjunto de varios seres humanos que no son superhéroes. Algunas explicaciones claras de cómo atacar el fuego aunque sea sin agua, con mención especial sobre la apertura de vías para que puedan llegar los camiones cisterna. Y esa fotogenia terrible del fuego, capaz de dar vida y arrasar, al mismo tiempo, todo a su alrededor.
Escrito por Pablo Vázquez Pérez