En la sesión doble el thriller toma notas de jazz con dos títulos donde dicho género musical destaca por encima del género, conformados por el Acosado (Mickey One), dirigida por un especialista como Arthur Penn; y por Kansas City, de todo un gran cineasta como Robert Altman, que dejaba su peculiar huella a mediados de los 90.
Acosado (Arthur Penn)
Arthur Penn fue el líder de la generación de cineastas que surgieron en el cine americano a finales de los cincuenta o principios de los sesenta procedentes de los platós televisivos. Sin duda, uno de los principales benefactores del llamado Nuevo Hollywood, puesto que algunos críticos sitúan el inicio de la corriente con su película Bonnie y Clyde.
Ya desde su debut, ese extraño western titulado El zurdo, dio claras muestras de su carácter indómito, rebelde y contracultural. En este sentido, su tercer largo fue una auténtica declaración de principios y un producto que pudo costarle su carrera, una peli suicida a la que hoy en día sería imposible que un gran estudio, como Columbia Pictures, la dedicara siquiera dos minutos de atención.
Y es que Mickey One (Acosado en su título en España) fue desde el primer momento demolida por la crítica y el público de la época. Algo muy injusto, puesto que nos encontramos ante uno de los proyectos más personales del autor de La noche se mueve y, a pesar de ello, su película menos vista y más maldita. También una de las más vilipendiadas de la filmografía de su protagonista, un Warren Beatty que pasó de ser un simple guaperas a liderar, en los sesenta, algunas de las propuestas más radicales del cine USA.
Acosado es, sobre todo, una rareza extravagante que parte de una premisa a priori ligada con el thriller psicológico, pero que acabará sucumbiendo en una especie de pesadilla kafkiana de tintes surrealistas con ciertos toques de cine fantástico (muy al estilo de lo que luego cocinaría David Lynch en sus mejores trabajos) y comedia absurda (con escenas aceleradas y dadaístas como la de las camas elásticas) merced a una inquietante trama de pérdida de identidad y búsqueda de un destino que se antoja fatal, plasmándose así el gusto de su director por las nuevas corrientes rupturistas que estaban teniendo lugar en Europa.
La cinta arranca mostrando a Beatty totalmente desfasado tras pasar una noche de lujuria y consumo de estupefacientes. Beatty es un artista que alterna en tugurios de jazz regentados por mafiosos de medio pelo. Su gusto por el juego le ha llevado a endeudarse con la mafia, motivo por el que decide huir para evitar ser liquidado por sus deudas. En su deambular solitario por las calles de la ciudad, el cómico tomará prestada una cartilla de la seguridad social de un inmigrante polaco que yace borracho en la acera. Esta cartilla le permitirá encontrar trabajo, siendo bautizado por su empleador como ‘Mickey One’ ante la dificultad de pronunciar el apellido polaco de su dueño.
Pero su enfermiza mente provocará que termine en las oficinas de un representante que le presentará a una pareja de mafiosos que quedarán encantados con el humor hilarante que parece poseer de forma innata Mickey. Todo ello desencadenará una fuerte paranoia en nuestro protagonista, que creerá que está siendo perseguido por un grupo de mafiosos que quieren liquidarle, aunque esta creencia parece que solo existe en su maltrecha mente… ¿o no?
Todo el conjunto muestra un contorno muy inquietante, con la presencia de un personaje de un mimo que aparecerá como un fantasma en varias transiciones emocionales y vitales de Mickey (que recuerda al Mystery Man de Carretera perdida), recreando un mundo onírico de atmósfera malsana potenciada por la partitura de jazz compuesta por Eddie Sauter (ornamentada con los solos improvisados por el legendario Stan Getz) y por una sórdida fotografía en blanco y negro fundada principalmente por primerísimos planos de los actores.
A pesar del caos que envuelve el estilo narrativo del film, Acosado se eleva como uno de los experimentos más insólitos del cine americano de los años sesenta, mezclando con mucho tino el suspense, el cine fantástico, la comedia absurda y unos elementos kafkianos muy asfixiantes, dando lugar a una propuesta que, pese a su ambición, no resulta pedante. Un retrato de la sociedad americana de su época que sabe pintar unas metáforas muy insinuantes acerca de las enfermedades padecidas en el decenio de la revolución social y cinematográfica.
Escrito por Rubén Redondo
Kansas City (Robert Altman)
Es curioso que Kansas City sea una película tan divisoria para los fanáticos de Robert Altman cuando tiene todos los ingredientes que reconocemos en muchas de sus películas, como son las vidas cruzadas de varios personajes en un determinado lugar en un espacio de tiempo corto, apenas unas horas horas o un día, donde los de abajo acaban perdiendo y los de arriba pierden más lentamente o incluso salvan.
Si antes fue Nashville y un homenaje al country, ahora el cineasta se detiene en la Kansas City del año 34, en una noche especialmente señalada y determinada. El país sigue recuperándose lentamente (muy lentamente) del crack del 29, mientras Roosevelt lo dirige aún sumido en la pobreza y Kansas City es la nueva capital, momentáneamente, del jazz. Un grupo de personas deambulan por la ciudad, sobre todo en un antro donde va a acontecer la pelea de jazz más importante. Y Altman incluso decide meter a un chaval de 14 años apellidado Parker al que llaman ‘Bird’ como testigo de dicho acontecimiento. Toda la cinta está bañada de jazz, de rubias platinos con una pistola (Jennifer Jason Leigh está espectacular), de ricachonas adictas, de racismo, de política, de trabajadores subidos a una camioneta, de rateros que se pintan de negro para asaltar y de mafiosos. Y luego está Harry Belafonte haciendo de Seldom Seen, dueño del Hey-Hey Club, el local donde acontece la batalla final de jazz. Un tipo embaucador, amigo de sus amigos, amante de la buena música y hombre de esos negocios que acaban con alguien en el fondo del río y cemento en los pies.
Kansas City lo tiene todo para ser otra gran cinta de varios personajes y puntos de vista, de un drama con toques de comedia bañado de buena música y homenajeando por el camino, y sin embargo no será extraño encontrarse apelativos como no tener alma, mostrar una vez más lo de siempre por parte de su director, ser lenta, impostada o grandilocuente, aunque Altman siempre acaba desmitificando precisamente lo que a la vez homenajea, dejando un poso agridulce en el ambiente.
La clave es saber si se entra en su atmósfera, si el jazz, el juego de cartas o Jennifer Jason Leigh secuestrando a una dama de la alta clase, que entre lo esperpéntico y lo divertido te cautiva. Si los primeros 10 minutos has entrado en su juego es como sentarte en primera fila del Hey-Hey Club y disfrutar de la buena música. Te dejas llevar con esa música, con sus diálogos, con Jennifer Jason Leigh (¿he dicho ya lo que me encanta esta actriz?) y su pistola y su pelo platino y su lunar impostado en la cara y de pronto, plof, llega el final, entiendes que alguien debía perder la batalla, la de jazz y cualquier otra, y se vacía el Hey-Hey Club mientras apagan las luces y todos nos vamos para casa, incluyendo ese chaval de 14 años que se apellida Parker y que luego todos conocerán como ‘Bird’. Porque esa noche cualquiera de 1934, en Kansas City, la Kansas City del jazz y la mafia, esa ciudad que alcanzó su momento de gloria con todas sus miserias a cuestas durante un instante, fue la noche donde ‘Bird’ decidió ser el más grande, mientras el resto de personas daban vueltas a su alrededor, aunque en ese momento, curiosamente, parecía que era al revés, que Parker sólo era un chaval que se cruzaba mínimamente en la vida de algunos seres y humanos en momentos críticos de su existencia.
Escrito por Pablo García Márquez