Las conspiraciones se presentan en la sesión doble con un protagonista único: la muerte de John Fitzgerald Kennedy. Disfrutamos del tema con estas dos películas, Acción ejecutiva, dirigida en 1973 por David Miller y el ‹mockumentary› Interview with the Assassin de Neil Burger, que se daba a conocer en 2002. ¡Conspirad con nosotros!
Acción ejecutiva (David Miller)
«Aunque gran parte de esta película sea ficción, otra se basa en hechos reales documentados. ¿Existió en realidad esta conspiración que describimos? Lo desconocemos. Simplemente sugerimos que pudo haber existido»
Antes de que la introducción típica de “película basada en hechos reales” colonizara gran parte de la producción dramática del último cuarto del siglo XX y décadas posteriores, en 1973 se produce un largometraje canónico dentro de la temática conspirativa que crecía con empuje comercial en aquella época. Y no sobre una conspiración de medio pelo, sino sobre la madre de muchas conspiraciones posteriores. El magnicidio de John Fitzgerald Kennedy en Dallas, el 22 de noviembre de 1963, un atentado en el que a día de hoy lo menos creíble o lo más terrorífico es que hubiera sido una chapuza de los cuerpos de seguridad y, realmente, solo la obra del archiconocido Lee Harvey Oswald. Los libros, documentales, series de televisión y filmografía sobre aquel asesinato necesitarían algunos ensayos para cubrir su amplitud. Pero es curioso que solo diez años después del suceso, desde Hollywood, con algunas estrellas aún rutilantes y maduras en su reparto, como eran Burt Lancaster o Robert Ryan, se pudiera realizar una película que va directa a la inspiración de su libreto, escrito por un guionista no menos brillante que Dalton Trumbo.
Desde los títulos de crédito compuestos por una sucesión de fotos fijas, en blanco y negro, extraídas a partir de varias escenas del propio metraje posterior, mediante panorámicas y acercamientos a los personajes principales, ya se le da un contexto cercano al documental que implica resonancias verídicas para la ficción posterior. Marcadas con gravedad por el acompañamiento musical entre jazz y disonancias melódicas de la partitura compuesta por Randy Edelman. Suficientes elementos para darnos cuenta de la década en la que se produce la cinta.
Un inicio de nervio teatral con los millonarios, espías, militares y otros poderosos conspiradores que hablan sin disimulo de regímenes derrocados en el extranjero, conflictos raciales, guerras contenedoras de las explosiones demográficas y otras barbaridades que dan tan poco crédito a cualquier poderoso o político que mande en algún gobierno. Por una parte adolece de la cháchara televisiva que se agazapa en las formas de la película, en ocasiones más parecida a un telefilme de lujo de aquellos que se produjeron en los setenta. Métodos narrativos como cierto descuido en el empleo del zoom en alguna escena, los fundidos a negro y encadenados entre planteamiento, nudo y desenlace, similares a los usados para dar paso a intermedios publicitarios. Aunque a pesar de las apariencias el largometraje se estrenó en cines y es uno de los más apreciados en las intrigas enfocadas hacia JFK como las de Oliver Stone o la misma Greetings de Brian de Palma.
Acción ejecutiva deja la intriga fuera de su juego, planteada con todos los ases encima de la mesa, y sobrecoge por apuntes breves pero intensos como la secuencia en la que los francotiradores ensayan sus disparos con cámaras fotográficas, desde azoteas, observando el recorrido futuro del coche presidencial. Diálogos que certifican la profesionalidad de Trumbo, cuando James Farrington (Burt Lancaster) comenta que uno de sus fracasos en Asia fue producido «por un mal guion».
El ritmo no decae durante todo el metraje, ya desde ese inicio demencial de los personajes hablando de una acción ejecutiva. Alterna bien los entrenamientos de los mercenarios que llevarán a cabo el trabajo sucio, añadiendo un tratamiento del personaje de Oswald como hombre de paja que lo deja en un lugar muy diferente al del resto de películas sobre el tema. David Miller orquesta como director este trabajo, tirando de un presupuesto insuficiente, para recrear ambientalmente la situación de Dallas en los sesenta, pero saca partido al apoyo de imágenes de archivo, bien insertadas en la acción ficticia., además de narrar con pulso cronológico y un epílogo que remata la teoría de la conspiración esta obra modélica del subgénero. Buena despedida también, para un animal cinematográfico como el gran Robert Ryan, que falleció ese mismo año.
Escrito por Pablo Vázquez Pérez
Interview with the Assassin (Neil Burger)
Las teorías de la conspiración surgen como una herramienta para explicar de forma simple realidades complejas y carentes de estructura, de sentido de relato, que se escapan a nuestro control y comprensión. Esto explica también nuestra obsesión por la ficción y el cine como medios de expresión de la desconfianza de los ciudadanos ante las instituciones y la clase política a lo largo de su historia. Algo que se sublimó durante los años setenta en Estados Unidos con una ola de thrillers conspiranoicos inspirados y potenciados directamente por las mentiras de su gobierno, la Guerra Fría, el fenómeno OVNI, el caso Watergate o el asesinato de JFK. Esta última ha sido probablemente la gran conspiración del siglo XX, que Oliver Stone expuso brillantemente en JFK (1991) y de la que que Neil Burger tomaba su relevo con su debut en el largometraje Interview with the Assassin (2002) desde el formato de falso documental. Ron Kobeleski (Dylan Haggerty) es un cámara de televisión sin trabajo que recibe de su vecino Walter Ohlinger (Raymond J. Barry), un marine retirado, la petición de que registre una inesperada confesión: él fue el segundo francotirador que asesinó a Kennedy.
La sorpresa y dudas iniciales dan paso a la curiosidad e interés del protagonista que graba sus encuentros y diálogos con una cámara de video digital, que es la que el director utiliza para proveer al filme de autenticidad estética a través de la textura de imagen y recursos de composición y montaje propios de un reportaje de investigación televisivo. Con Ohlinger viaja a Dallas y visitamos los mismos espacios que reconocemos de las imágenes informativas de la época, mientras repasa los hechos de aquel fatídico día. Combinándolo con material de archivo del suceso, Burger consigue crear una inmersión muy eficaz que expone los puntos ciegos de la versión oficial sobre el terreno y las dudas que provoca incluso a día de hoy. ¿Qué intereses había detrás del magnicidio? ¿Quiénes lo impulsaron? El marine se presenta únicamente como la mano ejecutora, desconocedora de las respuestas clave del misterio. Y este misterio —que es el motor de la narración hasta su desenlace— también permite involucrar al espectador hasta el final por delirante que parezca su testimonio a priori.
El sentido de paranoia aumenta progresivamente y lleva a Kobeleski a instalar un sistema de videovigilancia en su casa. La percepción de amenaza a su familia y a si mismo o de estar siendo seguidos se desarrolla en un difícil equilibrio que siempre alimenta el sentido de realismo de la propuesta y el pacto inicial con el espectador desde una precisa ambigüedad. La búsqueda del superior del asesino confeso, John Seymour (Darrell Sandeen), involucra al reportero directamente en el proceso de verificación de su fuente y sus informaciones, que nunca acaban de probarse materialmente más allá del casquillo de bala que conserva en una caja de seguridad de un banco. Es en la parte final cuando podemos vincular su narrativa con la de otros filmes como The Parallax View (Alan J. Pakula, 1974) o la coetánea Arlington Road (Mark Pellington, 1999) que, en el desenlace de los acontecimientos, subvierte para revelar la verdadera enfermedad social de nuestro tiempo —que tan bien explicaba recientemente la serie Q: Into the Storm (Cullen Hoback, 2021)— en la era de la conectividad global, las ‹fake news› y el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. No sabemos si Ohlinger fue de verdad el asesino de JFK, pero él sí lo cree y está dispuesto a fabricar esa realidad con sus acciones, manipulando el dispositivo cinematográfico que sustenta su punto de vista.
Escrito por Ramón Rey