Sesión doble: Aaltra (2004) / Kills on Wheels (2016)

Sillas de ruedas. Como género parece término obsoleto desde la desaparición en la pequeña pantalla de Ironside, pero lo cierto es que como excusa nos sirve para rescatar dos joyas (de las sucias, con sangre derramada por medio) del cine europeo como son la franco-belga Aaltra, debut de Benoît Delépine y Gustave Kervern en 2004 y la reciente Kills on Wheels, film húngaro que dirige Attila Till.

 

Aaltra (Benoît Delépine, Gustave Kervern)

Aaltra, fabricante de trailers y eje (para todo tipo de ruedas) de esta película nos invita a conocer a dos directores y terroristas emocionales llamados Benoît Delépine alias el estirado y Gustave Kervern, reconocible por su (des)peinado y facilidad para dormir. Ambos protagonizan Aaltra, una ‹road movie› sin tracción a las cuatro ruedas en la que dos enemigos de la vida se cruzan y acaban con la utilidad de sus piernas en pleno ataque rabioso, uno de esos que nos remiten a los buenos momentos de Hal Hartley, rememorando golpes al aire y diálogos (pocos) sin motivación.

Pero algo supera a todo esto, es ese humor cenizo floreciendo de su alma franco-belga, donde se demuestra que todo vale para recalcar lo absurdo cuando el ambiente es macabro. En blanco y negro y con un avance sin descanso y con mucho descaro por parte de ambos personajes, la discapacidad sirve para demostrar que no todos quieren ayuda, a veces solo hay necesidad de sacar provecho de incautos. Si uno es malo, moverse sobre cuatro ruedas en vez de dos piernas no va a suavizar el ambiente. Los directores se toman su tiempo para mostrar a dos almas perdidas sin ganas de nada que tras fastidiarse mutuamente la vida deciden que moverse es lo que más desean, justo ahora que es algo imposible. Dos tipos tristes, sucios y rastreros, que se muestran dispuestos a estar mañana un poco más lejos de su lugar de origen. Por este camino lleno de obstáculos encuentran a todo tipo de gente de la que… aprovecharse, porque sí, estos antihéroes odian el mundo, y ante nuestra incapacidad de identificarnos, su faceta de perdedores envuelve Aaltra para convertir a la extraña pareja en una victoriosa experiencia. Pero los personajes difíciles siempre encuentran otros más asfixiantes que ellos, o algo peor, los rebajan a su nivel, para así dejarnos deliciosas y denigrantes escenas que se suceden vez tras otra.

Como debutantes, Benoît Delépine y Gustave Kervern se alían al estilo indie y transcriben al blanco y negro una película de ruedas y carretera, donde son tan protagonistas las cuestas y pendientes como las sillas que intentan salvar esos obstáculos. Lo de sobrepasar al humano es pan comido para estos dos desgraciados a los que no les queda nada.

Divertida y con estilo propio, como todas las películas de este dúo, no pierde la oportunidad de sobrepasar excesos pese a una premisa tan simple, donde realmente parece que recorren la «autopista al infierno», una que se han buscado por méritos propios. Impagable el momento en que Aki Kaurismaki levanta la mirada, para luego hacer lo propio con su codo y acercar el vodka a su boca. Porque como novatos supieron rodearse de buenos amigos, con los que despegar (no del suelo, en silla de ruedas se demuestra que lejos se llega, alto no) una carrera impactante y malsana, capaz de motivar a cualquiera para no mover un dedo por el prójimo.

Escrito por Cristina Ejarque

 

Kills on Wheels (Attila Till)

Haciendo uso del drama y la comedia, Kills on Wheels retrata la vida de dos jóvenes discapacitados que deciden huir de su rutina médica mediante la construcción de un mundo paralelo al que dan forma mediante viñetas de un cómic. Intercalando la realidad y la imaginación mediante las ilustraciones que realizan como transición, Attila Till construye una obra que suple los baches de la desdicha con dosis de humor descabelladas. La creación que llevan a cabo los chicos de un protagonista para su historia es de gran importancia en este sentido. La admiración que profesan estos jóvenes hacia la figura sobre la que pivotan los acontecimientos de su nuevo mundo no está centrada tanto en cualidades positivas típicas de un héroe al uso como precisamente en la carencia irónica de estas. Un ex-presidiario en silla de ruedas que ha perdido la fe en el amor, alcohólico, gruñón y sin principios morales aparentes, es el personaje al que van dando forma hasta definir un itinerario que va del antihéroe de manual hasta un hombre que cada vez da más signos de humanidad. La falta de un referente paterno y la necesidad de aventura quizá sean los motivos por los que los chavales desarrollan una historia habitada por esta poderosa personalidad para acompañarla en sus aventuras con la mafia.

A pesar de abordar el tema de la imaginación como elemento de evasión de los problemas del presente, Kills on Wheels no es una película de superación a las que el cine nos tiene acostumbrados. Y es que en lugar de utilizar la fantasía y la creatividad para romper las limitaciones que padecen en la realidad, los jóvenes se interesan por plasmar otro tipo de inquietudes y ensoñaciones en el mundo que construyen. Es decir, en ningún momento se representarán moviendo las partes del cuerpo que tienen paralizadas, sino que se retratarán tal cual son como personajes de las historias que todo el mundo se alimenta. En este sentido un factor de gran relieve es el hecho de que los intérpretes tienen los mismos problemas que los personajes interpretados. El director húngaro busca que sean las personas incapacitadas las que se representen a sí mismas, convirtiéndolas así en las verdaderas protagonistas de la historia. Al igual que en la narración de la obra los chicos impedidos sueñan con vivir situaciones propias de la imaginación colectiva desde sus propias limitaciones; en la vida real Attila Till da la oportunidad a estos hombres y mujeres (atendiendo a la totalidad apariciones, teniendo en cuenta elenco principal y extras) de que habiten directamente esas historias dentro de un producto cinematográfico al que dan vida tomando como base sus propios problemas.

Kills on Wheels, que ha recorrido diferentes festivales europeos en los que no ha pasado desapercibida, es una obra original y excéntrica en la que las imágenes de una Hungría que siempre engatusa se complementan a la perfección con secuencias llenas de ingenio y de violencia en la interacción entre inepto que ofrece sus servicios y sádico que recuerdan al maravilloso Guy Ritchie de Lock and Stock, Snatch y RocknRolla. Su mérito, a pesar de todas sus demás virtudes, es romper con la discapacidad como tema tabú desde dentro de la propia discapacidad.

Escrito por Pablo Castellano

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