El cine de género tomó vuelo gracias a una de esas míticas productoras que pusieron el terror en un estrato distinto; pero hay vida más allá de sus grandes hitos, y rescatamos dos piezas de la Hammer a tener en cuenta: uno de los pocos títulos que dirigiría Seth Holt protagonizado por Bette Davis —y escrito, por cierto, por su compañero en esta sesión doble— con A merced del odio; y el último largometraje de la corta carrera de su autor, Jimmy Sangster, en una Miedo en la noche protagonizada por Judy Geeson.
A merced del odio (Seth Holt)
A merced del odio es una película que, aún rescatada aquí como una de esas producciones que esquivaron la condición de título estrella de la Hammer, es meritoriamente recordada dentro de un periodo muy concreto que podemos ubicar en la filmografía de la insigne estrella de Hollywood Bette Davis. La protagonista de incuestionables clásicos como La extraña pasajera o Eva al desnudo, cintas con las que rápidamente encandiló al público con un rostro angelical e imponente clase, vivió, con la llegada de la década de los 60 y el estreno de ¿Qué fue de Baby Jane? (película de Robert Aldrich anexada para siempre a un rodaje de amplio anecdotario), el descubrimiento de un reverso interpretativo que estigmatizó, en el mejor de los sentidos, su legado como actriz. Un trasunto de devenir profesional que cargó a Davis de un oscuro simbolismo, amén de las conexiones con el terror del siempre histórico personaje que allí interpreta. Sería a partir de entonces, en un productivo ocaso, en el que la Bette Davis se emparentaría con el cine de género, cubículo alejado de los grandes clásicos que antaño protagonizaría y donde ubicamos esta película de la Hammer dirigida por Seth Holt en 1965 y con un libreto escrito por Jimmy Sangster (guionista de cabecera para la compañía) adaptando la novela homónima de Evelyn Piper. Davis interpreta a la niñera y ama de llaves de una familia a la que le ha sacudido la tragedia; el joven de la casa, un niño de diez años, vuelve al hogar después de salir de un colegio correccional en el que ha estado recluido por el supuesto asesinato de su hermana pequeña. Si bien él siempre defendió su inocencia, el testarudo infante vivirá un enfrentamiento constante con su niñera, que aumenta cuando su madre es misteriosamente envenenada.
Siguiendo la tradición del suspense británico, la Hammer crea en A merced del odio un thriller de corte clásico para lucimiento de Bette Davis, quien conduce el suspense de la película bajo la propia ambigüedad con la que se edifica aquí el misterio. Siendo alargada la herencia, tres años antes, de su Baby Jane, el espectador sabe edificar su zona de confort, con un elemento maquiavélico ondeando en todo momento sobre el personaje de Davis, aquí a merced de un protagonista infantil quien, a pesar del escaso apoyo moral de los adultos secundarios, configura una trama bajo la que desenmascarar a la enigmática niñera. El director Seth Holt (al igual que Sangster, otra firma de confianza para la Hammer) dinamita el potencial de la historia con una construcción de la tensión que no decae en los 90 minutos de la película, alejándose de los artificios narrativos (la película comienza situando el contexto de una manera rápida y eficiente) y guardándose para la recámara un puñado de momentos en los que el suspense abraza las aristas del terror. Escudándose en el potencial cromático de un blanco y negro que muestra el hálito gótico de la tradición europea del cine de género, la película se preocupa en trabajar un ritmo constante en su empeño de dotar de dinamismo a la trama, ampliando su premisa a unas líneas conceptuales bastante agresivas para la época (especialmente las concernientes a esos niños y las turbias situaciones que han de sufrir), con un grupo de sólidas interpretaciones en las que conviene destacar la del joven William Dix como niño protagonista; tanto él como el resto de secundarios orbitan sobre una sombra alargada y de ambiguo misticismo, la de una Bette Davis que con ardua vehemencia escénica se apropia de la carga iconográfica de esta muestra modélica de suspense europeo.
Escrito por Dani Rodríguez
Miedo en la noche (Jimmy Sangster)
Aunque sustentó su fama, principalmente, en su tratamiento moderno de figuras clásicas del terror, haciendo un mayor hincapié en el componente sexual del que hiciera en su momento la estadounidense Universal, la productora británica Hammer tocó muchos palos dentro del género, y uno de ellos fue el del thriller de terror de tintes psicológicos. Jimmy Sangster, que fue sin duda uno de los partícipes de la grandeza de la compañía (suyos son los libretos de las mejores películas que se filmaron en su seno: Drácula, La maldición de Frankenstein, Las novias de Drácula, etc.), escribió varios de ellos, sirvan de ejemplo las muy notables El sabor del miedo, El alucinante mundo de los Ashby o A merced del odio. Miedo en la noche, que fue su tercera y última película como realizador, se inscribe en esta misma línea, desarrollando una intriga con pocos personajes en un entorno aislado y opresivo, donde los giros de guion y la paranoia están a la orden del día.
Sin embargo, es un trabajo que pone un poco en evidencia sus carencias como director: a fin de cuentas, su talento siempre ha brillado más cuando han sido otros realizadores los que han dado forma a sus creaciones. En el caso del título que nos ocupa, aunque solvente en líneas generales (la narración es fluida y en pantalla todo luce correctamente), se echa en falta la inventiva e imaginación visual que sí solían aportar gente como Terence Fisher o Freddie Francis. Asimismo, le perjudica un poco coincidir con la etapa de máximo esplendor del ‹giallo›: siendo tan afín en espíritu a este fructífero subgénero italiano (comparte con él la trama retorcida que desnuda desviaciones morales ligadas fundamentalmente a la avaricia y la lujuria), carece del estilo, el erotismo y la violencia descarnada que solían presidir las mejores obras de Bava, Fulci, Argento, Lenzi o Martino. Sangster pone en pie una ficción turbia en su fondo, pero demasiado recatada en su superficie.
El otro problema, más evidente quizás, es la transparencia de su construcción. A poco que uno haya visto algo de cine de suspense, no resulta difícil unir las piezas que conforman este, por otra parte ingenioso, puzzle criminal relleno de veneno. Esto hace que, mediada la narración, el espectador sepa más o menos los derroteros que va a seguir de ahí en adelante la trama, aunque siga deparando en su tramo final alguna pequeña y bienvenida revelación. En este sentido, Sangster peca de naíf, también en lo que atañe a su necesidad de (sobre)explicar los detalles del engaño en un desenlace que no requería de tanta verborrea, demostrando confiar poco en la sagacidad del público.
Nada de esto, de todos modos, impide disfrutar de esta pequeña obra de suspense a la vieja usanza, en la que, aparte del ritmo bien medido y el atractivo escenario en el que se ambienta la trama, brilla el buen hacer de su reparto, desde una joven Judy Geeson (que por aquellas fechas legó dos pequeños clásicos del género: El estrangulador de Rillington Place y Una vela para el diablo) y un atinado Ralph Bates (sí, otro habitual de la Hammer; estaba sublime en la demencial El Dr. Jekyll y su hermana Hyde), hasta los más célebres Joan Collins (haciendo de mala pécora, por supuesto) y Peter Cushing, aportando ambos pedigrí y presencia a este título quizás menor dentro de la filmografía de su autor o de la propia productora, pero muy entretenido y con ese aroma a cine de antes (de siempre) que a veces se echa en falta en el cine que se hace hoy en día.
Escrito por Nacho Villalba
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