Sesión doble: 12:01, testigo del tiempo (1993) / Atrapados en un bucle infinito (2023)

Los bucles temporales llegan a la sesión doble con dos títulos tan distintos como complementarios: una de las primeras incursiones en televisión de Jack Sholder, con la eficiente 12:01, testigo del tiempo, y el segundo largometraje tras las cámaras del nipón Junta Yamaguchi con Atrapados en un bucle infinito.

 

12:01, testigo del tiempo (Jack Sholder)

Pese a que Jack Sholder sea un cineasta que haya terminado mayormente en estanterías de videoclub (sigh), alimentando sagas de la más baja estofa y firmando productos televisivos de dudosa calidad, cabe destacar en sus inicios a un realizador con la suficiente personalidad como para firmar joyas como Hidden (Oculto), una de esas piezas ‹sci-fi› a reivindicar a la que pronto seguiría un periplo televisivo por parte del propio director: primero realizando algún episodio para Historias de la cripta, y más adelante ensartando sus últimas notas de talento en propuestas como la que nos ocupa, una 12:01, testigo en el tiempo cuya particularidad fue coincidir con Atrapado en el tiempo el mismo año (de hecho, apenas unos meses separaron ambos estrenos), si bien el film de Sholder está basado en un relato corto del escritor estadounidense Richard Lupoff —que años antes ya había sido adaptado por el cineasta Jonathan Heap en 12:01 PM, a la postre guionista de la cinta que nos ocupa—.

Pero haciendo a un lado coincidencias temporales (o no), cabe destacar que con 12:01, testigo en el tiempo estamos ante una propuesta que tiene muy claras sus ideas en un híbrido entre ‹sci-fi›, comedia, romance y thriller que funciona ya desde sus primeros compases. En ese aspecto, se nota la presencia de Sholder, que maneja el compás a la perfección, haciendo que sus tintes humorísticos estén tan bien engarzados como complementados por la agilidad de cada diálogo, el buen trabajo de un elenco que se desenvuelve de maravilla —y donde encontramos la presencia de actores como Martin Landau, Helen Slater tras su periplo como Supergirl, o secundarios (de presencia casi testimonial) como Danny Trejo y Frank Collison— y una narrativa resuelta, cuyo desempeño dota de la energía adecuada a la historia.

Estamos, pues, ante un ejercicio que sin desplegar las cotas de brillantez de títulos adyacentes, saca el jugo posible a su premisa sin que ninguna de sus vertientes se sienta como un mero artificio: así, sus conatos de thriller sirven para otorgar tanto un detonante como un estímulo al film, la ‹sci-fi› anida a modo de pretexto, el romance aparece como incentivo central, y la comedia se alza como motivo de un tono especialmente inspirado.

Si hubiese que achacarle algo, quizá estaría en un último acto que desprende una sensación de ‹déjà vu› que Sholder había sabido evitar hasta entonces, pero que por otro lado no atenúa ni por un momento la fuerza de una de esas propuestas que no simulan algo distinto a lo que se supone que deberían ser: un producto de entretenimiento que funciona como un reloj y se adhiere al género con un carisma y una certidumbre que ojalá percibiéramos más a menudo.

Escrito por Rubén Collazos

 

Atrapados en un bucle infinito (Junta Yamaguchi)

Dos minutos, otra vez. Junta Yamaguchi se saltó todos los límites temporales en Más allá de los dos minutos infinitos, y sabe darle una vuelta de tuerca al asunto en su último trabajo, Atrapados en un bucle infinito. ¿Acaso construir historias de dos minutos puede bloquear la narrativa? Yamaguchi demuestra que no, es más, solo necesita ese lapso temporal para crear una película divertida, inspirada y carente de malicia con la que sorprendernos una vez más.

Atrapados en un bucle infinitoRiver, con un título más óptimo y menos explicativo, nos lleva a uno de esos santuarios japoneses donde parece que el tiempo se ha detenido realmente. Kybune, un pueblecito en las montañas con posadas donde todavía es necesario el kimono y los modales exquisitos, que se rodea de naturaleza apenas manipulada por el hombre y permite el reposo y la relajación con sus baños humeantes y sake caliente, es el escenario perfecto para esta repetición. Tras una brevísima presentación empezamos a seguir a Mikoto, una de las empleadas de la posada, que tras mirar absorta hacia el río que bordea su trabajo, vuelve a la realidad laboral. Y comienzan los dos minutos. Lejos de bloquear el tiempo para una persona en concreto, Yamaguchi hace partícipes a todos los presentes en la posada y alrededores y, teniendo en cuenta el lugar en el que nos encontramos, las reacciones de los implicados son totalmente pintorescas. Comienza entonces una comedia en la que se mezclan los impolutos modales y cortesías de empleados con las confusas reacciones de los huéspedes, retomando la trama cada dos minutos cada uno de ellos desde su punto de partida. Seguimos así los múltiples caminos de esta posada hacia los encuentros fortuitos en ocasiones, planeados otras veces, para dar sentido a todo lo que ocurre en el lugar. Da paso así a pequeños ataques de nervios, historias de amor, teorías sobre la física y el tiempo, relaciones espirituales y un sinfín de posibilidades con la que reconstruir la historia cada dos minutos y a la vez darle una continuidad lógica a su desarrollo.

Es la gracia de Atrapados en un bucle infinito, esa composición coral en la que vamos descubriendo las verdaderas preocupaciones de sus personajes, de su capacidad de sobrepasar sus límites mientras la cámara va jugueteando con el espacio y las múltiples salidas que pueden ofrecer esos limitados recorridos por los alrededores y el interior de la posada. Hay tiempo para la comprensión, la locura y la solución, mientras, cada dos minutos, se reinician las posiciones de cada uno de los implicados. Tengamos en cuenta, de paso, que todo sucede en una región histórica y placentera, donde las convenciones sociales de los japoneses forman parte de ese impecable humor con el que nos seduce poco a poco. Puede que algunos pasajes te interesen más que otros, pero cada forma de reiniciar el bucle ofrece una nueva visión en la que reformular lo ocurrido y, aunque todo se traduzca en una historia colectiva de superación y positividad, si te la cuenta Yamaguchi, la aceptas sin poner ningún pero. Cuando finaliza, ofreciendo un motivo loquísimo para que todo esto suceda, queda claro que podría hacer una saga completa donde juguetear con el tiempo cada dos minutos y veríamos todas las películas sin dudarlo un instante. Fans de los bucles temporales, esta propuesta es un soplo de aire fresco que no os podéis perder.

Escrito por Cristina Ejarque

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *