El retorno de Davud a su pueblo, donde descubrirá que la única que lo habita es su hermana, nos presenta la extraña realidad en la que convivirán los dos personajes protagonistas de Sermon to the Fish y, a la postre, los únicos que han sobrevivido a una rara enfermedad que se ha extendido por la zona y por la cual todos los lugareños se han ido pudriendo poco a poco hasta descomponerse del todo. Aunque el cineasta azerbaiyano no otorga explicación alguna a aquello que sencillamente podría percibirse como una extraña pandemia, sí le atribuye un cierto significado que se desliza de algún testimonial diálogo entre ambos personajes, cuando ella le explique a él que ese proceso de descomposición se ha dado mientras esperaban que Davud regresara de la guerra. Baydarov asienta con gestos como el citado los cimientos de una obra que se aferra a un extraño lirismo entre la decadencia y el desasosiego que arrastra ese contexto en el que la muerte se alza ya no como el sino definitivo, sino quizá como el único posible de entre todos los demás.
No obstante, y aunque hallamos en ella ideas e incluso diálogos (como esa frase en boca de uno de sus personajes, «Sobrevivir no es vivir») que apuntalan esa especie de lugar de no retorno en el que nos sitúa el azerí, Sermon to the Fish rezuma más un hiriente humanismo que el pesimismo que se podría sustraer de la construcción realizada por Baydarov. No es que la situación retratada sea ni mucho menos apacible, pero en su lugar la confrontación de ese lacerante estado nos lleva al reconocimiento de una tierra baldía, de una humanidad abocada a la nada, lejos de retozar en un cruento drama que se disipa en la dimensión de cada estampa; es a través de estas que el film cobra una magnitud totalmente distinta en tanto es capaz de refrendar su condición mediante una planificación plagada de planos generales —que bien podría remitirnos al cine de Nuri Bilge Ceylan por el modo en cómo la morfología del paisaje toma cuerpo a partir de las imágenes— que nos sumergen en la inmensidad del territorio, alejándonos de sus personajes, pero al mismo tiempo captando una sensación de quietud, de punto de no retorno en el que se dirime una situación como la expuesta por el autor de In Between Dying.
A través de la amplitud del plano, Sermon to the Fish se alza como un ejercicio que tiene claros sus propósitos, y aunque las veces toma forma desde esos soliloquios en ‹off› que definen su tono pero se dirimen quizá de un modo más gráfico, menos sutil de lo que parecen inferir sus formas, lo cierto es que ello no resta un ápice de la poética que Baydarov logra trazar mediante ese estilo contemplativo, intrincado por momentos, pero casi siempre extrañamente sugerente. Como si el hecho de dilucidar ciertos detalles desde el diálogo no interfiriera en los motivos de un cine que, ya en In Between Dying, mostraban una propensión en torno a esa poética que termina germinando en el film que nos ocupa en la construcción de un estado, de ese mencionado no lugar —no es casual que la localización en la que se desarrolla el relato parezca más bien una especie de abstracción, de tierra sin nombre— que termina por dotar de las constantes adecuadas a una obra que quizá no funcione siempre al mismo nivel y se sienta un tanto desigual, pero ante todo hace prevalecer una discursiva que ni mucho menos impide la consecución de esa lírica tan propia del director.

Larga vida a la nueva carne.