El debut en la dirección en forma de largometraje de ficción del bielorruso Sergei Loznitsa tras una larga ristra de documentales llegó de la mano de My Joy, film rodado en Ucrania cerca de la frontera con Rusia, que debe estar en la lista negra del Ministerio de Turismo ucraniano porque no deja títere con cabeza en una despiadada aproximación a la Ucrania rural contemporánea profundamente triste y ambigua que participó en la sección oficial del Festival de Cannes de 2010.
Georgy, comienza el día sin despedirse de una mujer triste, de la cual no sabemos exactamente qué tipo de relación mantiene. Ya en su camión, que transporta un cargamento de harina, evita un control en carretera donde los policías se aprovechan de los detenidos para obtener dinero o abusar sexualmente de una mujer, y toma un camino equivocado que le lleva a un pueblo perdido donde se tropieza con una realidad cotidiana que le es desconocida. No sabemos mucho acerca de Georgy, salvo que es un tipo aparentemente decente, a juzgar por su bondad con una prostituta menor de edad con la que se encuentra en otro control. A partir de este momento su presencia en el pueblo se convertirá en una auténtica odisea sin salida que cambiará su personalidad.
La película comienza con una introducción repleta de simbología cínica e irónica mostrando a un hombre en una obra de construcción que es lanzado a un hoyo y enterrado por el cemento. La Secuencia no está relacionada directamente con la trama de la película pero sugiere una metáfora sobre el enterramiento de los preceptos de la solidaridad y la ética por parte de una sociedad corrupta que inundan la narración. La primera parte está presentada de un modo lineal con un flashback central ubicado en 1946, mientras que la segunda da un giro argumental inesperado a través de un segundo flashback cuya relación con el resto de la trama no parece nada claro a simple vista. My Joy es una película compleja, difícil de seguir debido a la presencia de los citados flashbacks inconexos que despistan notoriamente, pero son añadidos que refuerzan el contexto desalentador general. Esas dos secuencias del pasado en tiempos de guerra marcadas por la violencia, la angustia, y la falta de solidaridad provocadas por el estalinismo no desentonan con el mundo que se topará Georgy en la aldea perdida del presente. La cámara sigue al protagonista central en su ‹vía crucis› particular hasta que la violencia, presente en el ambiente en todo momento, explota de manera definitiva, y decide saltar de un personaje a otro a través de pequeñas historias que tienen relación con la trama central, y otras completamente independientes, provocando que no consiga una narración compacta y desconcierte bastante, aunque hay que reconocer que dicha confusión consigue dotar de gran misterio a una narración que no pierde en ningún momento su sentido e interés.
My Joy es una película dura e implacable con aspecto de pesadilla agobiante y claustrofóbica sobre la alienación, que muestra una lograda representación del descenso a los infiernos de la decadencia, la corrupción y el abuso de poder de la Ucrania post-comunista, que traen como consecuencia la pérdida absoluta de la moral y la sensatez. El director Bielorruso nos presenta un paisaje desolador con una inquebrantable brutalidad, en una parábola claramente pesimista y casi apocalíptica, la mayoría de las veces relacionada con los constantes abusos de poder por parte de las autoridades policiales del lugar que interfiere en la actitud de todos los habitantes. En esa aldea perdida no se salva ni el apuntador (incluso se aprovecha sexualmente del protagonista una mujer que lo recoge cuando es atacado y herido por unos ladronzuelos de poca monta que pensaban que transportaba algo más valioso en su camión). Tras ese incidente, Georgy aparece en pantalla con una barba repentina y un aspecto muy diferente, ya no habla y parece como si se hubiese refugiado en otra existencia, convirtiéndose en una especie de monstruo.
Loznitsa se ampara en un estilo con claras influencias del documental que tanto domina y rueda la historia con un estilo muy realista (sus años como documentalista se aprecian cuando la cámara nos muestra las aldeas y mercados, señalando la tristeza de la miseria) colocando el ruido de sus ambientes casi al mismo nivel del diálogo. Tal y como sucede en la reciente En la niebla, el director cuenta con la poderosa fotografía de Oleg Mutu (el fotógrafo oficial del nuevo cine rumano) y se toma su tiempo en cada plano, jugando con la paciencia del espectador menos osado. El director bielorruso, pese a la gravedad de los acontecimientos mostrados, no le hace ascos a un lirismo visual bastante siniestro con algún pequeño destello de humor negro que no empañan la trascendencia predominante de la obra. Un debut en el largometraje de ficción notable y ligeramente superior a su segundo trabajo, a pesar de su imprevisible caos narrativo.
peliculón, y muy buena la reseña. la verdad es que es bueno advertir al que la vaya a ver que este bastante tento, si te concentras puedes enterla perfectamente y disfrutar de la profundidad de esta (para mi) obra maestra