Steven Knight es ya un experto en historias redentoras. En sus tres películas ha sabido poner a un hombre como foco principal, con una personalidad muy potente y un drama envolvente que marcaba sus biorritmos. La magnífica Locke partía de mínimos, tanto argumentales como de escenario (único en este caso) y confiaba en su historia y actor principal para crear emoción con el paso del tiempo.
Ahora el británico ha dado el paso (parece que inevitable) hacia Estados Unidos con Serenity, y ha decidido que, con un mismo fondo, fiel a su estilo, debía revolucionar sus formas revistiendo la historia con numerosos elementos con los que interpretar sus verdaderas intenciones argumentales. Y este atrevimiento parece que no ha dejado indiferente a nadie.
Confiando en la fiera en la que se ha convertido en los últimos años Matthew McConaughey como epicentro físico y analítico, Serenity parece crear suspense a partir de un rudo pescador de vuelta de todo. Pero las apariencias, como siempre, son un simple bufo engañoso con el que simular un posible hilo del que tirar en la película. Lo que consigue Knight es algo más complejo gracias a las altas miras de su propia historia, que da más giros que una peonza, pero que una vez reposada, permite comprender a la perfección todas y cada una de las decisiones que va tomando.
Uno de los puntos a destacar es su personal reinterpretación (modernización si cabe) del noir. En un ambiente engañosamente abierto y luminoso, la aparición de Anne Hathaway filtra un nuevo halo de oscuridad que cualquier fan del género va a saber reconocer. Como pieza no encajada en la visión del conjunto, crea un personaje de femme fatale prototípico: su uso del lenguaje, su tono, su aspecto físico y su vestuario acompañan a sus ruegos para transportarnos al cine más comprometido de los años 40-50. Su presencia es solo el primer paso para convencernos de sus toques de noir, porque otro de los aspectos más cuidados en este cine es el escenario. Como uno de los elementos clave del género, utiliza el entorno —la isla de Plymouth y el barco— para focalizar su historia, pero con el avance del film conocemos que la localización en sí es ficcionada, convirtiendo ese apartado en algo inexistente y consiguiendo así hacer una nueva lectura de las bases del noir. Lo que consigue es actualizar y homenajear a un mismo tiempo un género básico para el suspense, sin imposibilitar por ello la presencia de otros muchos —ciencia-ficción, melodrama…— con los que intenta enriquecer una historia ya de por sí compleja, llena de aditivos.
Serenity es una película a analizar retrospectivamente, de atrás hacia adelante, ya que una vez finalizada se comprenden los juegos de cámara, los impactos lumínicos forzados y las presentaciones de personajes como parte del juego en el que se convierte el film. Aunque el bombardeo informativo en ocasiones cause extrañeza, Knight no pierde de vista su principal objetivo, crear el crecimiento personal de su protagonista, el capitán Baker Dill, del que va destilando poco a poco un ‹background› que justifica de algún modo los movimientos que se van creando. Es casi imposible no encontrar reminiscencias de otras películas en las que la sorpresa final implicaba rasgos sociales impostados, pero Serenity sabe dejar un regusto que la podría convertir en una rara avis a disfrutar.
El problema es que toda historia con personaje dispuesto a complacer al espectador con un camino redentor tiene el peligro de caer en una conclusión en exceso buenista (como regusto, ni siquiera como resultado, porque no es lo que sucede en el film) que puede ablandar al protagonista con la intención de agradar a un amplio grupo del público, un mal muy cotizado en el cine estadounidense que parece más una imposición para los recién llegados, que una voluntad propia.
Aún así, con su intrincada visita al noir y su interpretación visual de la intimidad familiar y la venganza, Steven Knight construye una Serenity que engancha y sorprende, atreviéndose a cruzar algunas líneas excesivas que anulan la indiferencia, convirtiéndose en un gran descubrimiento o una hecatombe, según con los ojos que maneje cada espectador. Yo me atrevo a recomendarla, sin ser mi juego favorito el de atrapar el atún.