En una de las declaraciones a cámara del puñado de expertos —científicos, políticos, activistas, etc— que incluye Isabel de Ocampo en Serás hombre se viene a decir que históricamente la masculinidad, el ser hombre, se ha definido como la negación de ser mujer, de lo femenino. Los cambios sociales han hecho que la posición en segundo plano de ellas haya cambiado, apropiándose cada vez más de un mayor espacio público, político, cultural… Si ser hombre es no ser mujer y las mujeres desempeñan roles y ejercen su libertad en términos que tradicionalmente pertenecían a los hombres en exclusiva, la masculinidad está inmersa en una crisis irreversible. Una crisis que obliga a redefinir qué significa ser un hombre en la actualidad y, más importante, qué no debería serlo. Cambios que se reflejan en la percepción social que al final afecta a la educación, la paternidad, la economía, la publicidad o la misma construcción de la identidad individual, que deben repensarse para dar paso a esta nueva realidad que entra en conflicto directo con lo considerado normativo hasta el momento. De Ocampo aborda en su película de esta manera la idea de masculinidad y sus implicaciones en la organización de nuestra sociedad jerarquizada alrededor de unos valores cuya expresión última son las violencias sistémicas hacia las mujeres.
Esta cinta documental establece tres líneas narrativas alrededor de la idea de qué es ser un hombre. Sigue a un proxeneta supuestamente arrepentido que ha traficado con más de mil quinientas mujeres durante su trayectoria criminal. Registra la búsqueda del artista Abel Azcona de su padre como hijo de una prostituta y un putero desconocido que abusó de ella, usando su propia existencia dentro de sus acciones artísticas como carga política contra el sistema que permite que algo así pueda suceder. Y entre estos dos lugares situados en lo más alto y lo más bajo de la estructura de opresión patriarcal, un profesor de instituto enseñando a sus alumnos que la sociedad y la cultura actuales —los roles que tenemos grabados en la cabeza como inamovibles y determinados por la naturaleza— son en realidad fabricaciones históricas que se han ido transformando con el paso del tiempo. Si algo se echa en falta es una mayor profundidad en el segmento que ocupa brevemente una firma de marketing, donde sus creativos reflexionan sobre su papel y el del propio sistema económico capitalista en la forma de explotar y perpetuar el modelo de masculinidad y adaptarse según las distintas épocas a los cambios que experimenta para garantizar su propia supervivencia.
La estructura alterna estos sujetos y situaciones con los testimonios que exploran diferentes facetas de la masculinidad. Si bien su narrativa lineal se apoya en un montaje que facilita cierta tensión que proyecta una elaboración de sus tesis iniciales hacia un objetivo concreto, su discurso se percibe deslavazado a través del mismo. No existe un auténtico diálogo entre las imágenes y sus protagonistas —sus contextos e historia— con el relato que perfilan los entrevistados o el uso coyuntural de la voz en off. Algo que también se contagia a las condiciones de rodaje en las distintas localizaciones, con varias cámaras que fragmentan el espacio en el film con el único objetivo aparente de que una edición con planos distintos y más cortos en duración permita al espectador mantener mejor la atención. Se trata de una decisión puramente estética y más digna de formato periodístico televisivo que de aproximación formal cinematográfica. Su poderoso e incuestionable discurso queda así despedazado en el tiempo y en el espacio. Algo que imposibilita la generación de un desarrollo holístico del mismo, de una consistencia global de conjunto que apenas se vislumbra en el encuentro final entre Azcona y el proxeneta a modo casi de auténtica ‹performance› concebido por el primero: un momento espontáneo que da cierta idea pero a un nivel muy básico de las interrelaciones subyacentes en el resto de la película.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.