La década de 1960 fue la de mayor esplendor del cine italiano, aspecto que se reflejó en la calidad de sus películas y en la popularidad que adquirieron en todo el mundo. Las claves para ello las podemos encontrar en la originalidad de las propuestas fílmicas, en un innovador enfoque narrativo y en la consolidación de una generación inigualable de cineastas de gran talento y creatividad.
Fue en este tiempo en que el cine de Italia afianzó un estilo de comedia satírica que se fundamentó en ese elemento representativo del país mediterráneo, patentándolo desde la época del neorrealismo, de mostrar en la gran pantalla, como si fuese un espejo, la realidad de su sociedad, en esta ocasión ridiculizando personajes y situaciones cotidianas.
De este modo, la comedia italiana de la década sesentera se asentó en una autocrítica a determinadas costumbres y conductas, enfocadas a todos los segmentos sociales y de poder, siendo estos políticos, económicos o religiosos. La superficialidad del ser humano o su artificiosa apariencia cuando se relacionaba con otros de su especie, fue uno de los recursos de humor empleados.
Señoras y señores, de Pietro Germi, constituye uno de los mejores ejemplos de esta tendencia cinematográfica. Hablamos de un llamativo filme que dibujó magistralmente y con suficiente dosis de sarcasmo el comportamiento cínico e hipócrita de las personas.
Germi tomó como referencia para su parodia la conflictiva convivencia de las parejas italianas de la época, que derivaba en engaños y en el mal predicamento de las mismas, ante una sociedad cuyas instituciones representativas querían mantenerse como intachables, aunque sea en apariencia. Fue, entre otras, una franca crítica a la forzada permanencia del vínculo matrimonial, pese a que éste fuera insoportable, pues recordemos que para ese tiempo no existía el divorcio en Italia.
Señoras y señores nos cuenta, básicamente, la historia de un grupo de personas relacionadas por varios motivos entre sí, y que conviven en un mundo en el que cada cual lleva su propia máscara y donde sus principales pasatiempos son burlarse de los demás y aparentar lo que no son.
El filme se sustenta en un impecable guión que sirve de cimiento para que Germi construya una historia aguda y picante, dividida en tres episodios (un recurso muy usado por el cine italiano de la época). Esta segmentación, permitió ampliar el espectro humorístico para ironizar diversos comportamientos humanos y sociales.
La primera parte de la película se enfoca en las peripecias de un tipo llamado Gasparini que, afligidamente, finge ante su amigo médico ser impotente, lo que es aprovechado por este último para usarlo como su juguete y divertirse con su “drama” en reuniones sociales, sin sospechar que se trata de una estrategia del “desdichado” para acercarse íntimamente a su hermosa mujer.
En este espacio veremos el tratamiento sarcástico que se da a determinados hechos, en donde el burlador resulta ser burlado, y la defensa de las apariencias llega a ser más importante que el honor ultrajado. Por eso, el médico ofendido hará de todo por ocultar lo sucedido y evitar ser el centro de la mofa de sus conocidos.
Paralela a esta historia, Germi nos muestra otros ejemplos de relaciones mojigatas, para enriquecer más su sátira social. Pone al descubierto, por una parte, el vínculo extramarital de una mujer, personificando a su marido como ese ser ingenuo y tolerante, que no sospechará nada pese a ser blanco de indirectas de sus conocidos. Por otro lado, saca a relucir una coexistencia llena de odio entre una pareja de esposos, en donde las discusiones verbales fácilmente llegan a la lucha cuerpo a cuerpo, y en la cual la frustración de ella llega al extremo neurótico de querer desahogarse o vengarse de su cónyuge desnudándose en público.
En este tramo, Germi además deja un lugar para ridiculizar a los solitarios y presenta un personaje insoportable llamado Scarabeo del que todos huyen sin poder evitar que se entrometa en sus vidas.
La segunda parte, tal vez la mejor del filme, cuenta la insufrible convivencia que Oswaldo mantiene con su esposa, quien se pasa la vida recriminándole con una fastidiosa verborrea. Él se ingeniará una solución a este mal colocándose tapones en sus oídos, y a su vez encontrará modos para sacar adelante una relación prohibida que mantiene con la cajera de un café, pero ahí intervendrán las fuerzas morales motoras de la sociedad italiana, justicia y clero, para impedírselo.
El tercer episodio lo constituye un relato sencillo y magistral de como una chica de campo es fácil presa de las propuestas sexuales de “respetables” ciudadanos, que no dudan en confabular unos con otros para compartirla. Luego se enterarán que su aventura es menor de edad y que deben enfrentarse a la justicia y a la más temible señalización de la opinión pública por su canallada, pero ahí estarán nuevamente los poderes económicos y clericales para impedir afectar su “buen nombre”.
Es en este contexto cuando Germi suma una aguda crítica a la prensa a través de un periódico que irónicamente se llama “El Independiente”, para guardar así concordancia con ese lema que manejan los medios de comunicación de ser no dependientes del poder político de turno, y de hecho así se refleja en un inicio, cuando el periodista, con toda firmeza, redacta la nota sobre el proceso judicial de corrupción a menores, destacando que la ley es igual para todos; pero en ese instante recibirá llamadas telefónicas de un poderoso empresario, de la autoridad eclesiástica y del director del diario, que harán mutar su objetividad en un insensato relato redireccionado a convertir en víctimas a los culpables.
El cuestionamiento sarcástico de Germi no tiene restricción en cuanto a lo social y también apunta su artillería al populacho, representado en el filme por el padre de la chica ultrajada, quien en un inicio buscará que se haga justicia pero sucumbirá apenas le enseñen un fajo de dinero y, de paso, se aprovechará de la especial situación para obtener otro tipo de favores.
En esta película, Germi se sumergió en las raíces de la idiosincrasia italiana para componer una cinta audaz y cuestionadora. Con mucha habilidad, mezcló la comedia con el melodrama para dotar a su historia de una efectiva composición narrativa.
Las interpretaciones de las actrices y actores de Señoras y Señores se enmarcan en su mayor parte en lo caricaturesco, diseñando así de mejor manera el mensaje satírico a través de personajes estereotipados en aspectos como lo pasional, lo reprimido, lo servil, lo superficial, lo llorón, lo canallesco, lo utópico, lo burgués, lo discordante, lo interesado, lo arrogante, lo escandaloso, lo chismoso, y un largo etc.
Un análisis aparte de la película merece la relación de la esposa de Gasparini con el cura Don Shiavon, ambos manejan la contabilidad de las dádivas religiosas. El sacerdote tiene un protagonismo ambiguo que puede representar el servilismo del clero a sus donantes o también la permanente intromisión del mismo en las vidas privadas de los devotos.
El filme se constituyó en una sutil puñalada a la hipocresía de un grupo humano que aparenta respetabilidad y que, pase lo que pase, seguirá disimulando ser parte de las honorables ciudadanas o ciudadanos, o lo que es lo mismo: señoras y señores.
La pasión está también en el cine.