Fontanería y electricidad, inspiración psicomotriz del obrero de a pie, magia rutinaria en manos de Neus Ballús, que se inspira en la cotidianidad para generar interés, risas, espejismos… en cinco días laborables y uno de descanso.
Seis días corrientes manipula la genial idea de observar lo común con ojos aviesos. La directora vigila sin interrumpir, de cerca, a Valero, Pep y Moha, tres hombres que se reinterpretan a sí mismos, manteniendo así la fórmula de La plaga, donde también contó con actores no profesionales. Con ellos descompone todo tipo de problemáticas e inquietudes, sin ser ajena al cine social, sin anclarse en el drama desesperado para retratar la labor de otros.
Los tres, al frente de las labores manuales de una empresa de reparaciones, se enfrentan diariamente a todo tipo de clientes, abanderados de algún modo de vida acorde al hogar en el que se encuentran, que ofrece escenas distendidas donde valorar el ‹modus operandi› de cada uno de ellos. Valero, que nunca calla y refleja sus dudas y complejos sobre sus compañeros; Pep, al borde de la jubilación que busca la perfección de antaño; Moha, el joven erudito, el recién llegado, el epicentro de la narración.
Con las lúcidas ensoñaciones de Moha, Neus nos invita a pensar en el intrusismo en la intimidad de los otros, en la posibilidad de atravesar esas ventanas vecinales para conocer de cerca qué se cuece un poco más allá. Sus personajes tienen la oportunidad de hacerlo, y a través de ellos percibimos cómo esos desconocidos se relacionan con esta intrusión, generando pequeñas escenas cómicas y a la vez reflexivas donde hay espacio para los ambages de la inmigración, el idioma, las nuevas oportunidades, las auto-mentiras piadosas y los problemas de electricidad.
Es por ello que Seis días corrientes se convierte desde su apariencia de cercanía y sencillez en una obra redonda y entusiasta, donde la diversidad del hombre trabaja codo con codo para generar multitud de micro-relatos que Neus Ballús observa de lejos, sin que su presencia perturbe el escenario, con esa voluntad del documental donde el guion es imperceptible y las situaciones se desarrollan con esa milimétrica comparativa con una posible realidad.
Pero por encima de todo quedan las personas que hay en esos interiores. Además de la pericia de sus protagonistas, que irradian energía y empatizan con el espectador con cada una de sus decisiones, están todos los clientes sobre los que orbitan estos tres hombres, además de amigos, familia y parroquianos de bar que les complementan y nunca oscurecen su esencia. Es así como seis días de lo más normales en la vida de cualquiera se transforman en un escaparate al modo de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, gracias a esta visión heterogénea de multitud de personalidades encerradas en aquellos que por trabajo o por pura casualidad saben más de la comunidad en la que habitan que cualquier estudioso de la condición humana.
La intromisión se vuelve una fiesta en Seis días corrientes, una visión de lo cotidiano extraordinaria que elimina toda esa tediosa incidencia dramática que sobrecarga habitualmente el cine a pie de calle, y que nos salva de nuestro propio día a día con su calor y simpatía, sin dejar de lado un potente mensaje y una mirada abierta a las extrañas parejas.