Park Kang nos introduce durante los primeros instantes de su ópera prima, Seire, en ese concepto que da título a la película bajo el cual, tras la llegada de un neonato, la familia debe evitar el exterior así como romper ciertos tabúes con el objeto de protegerlo de los malos espíritus. Un precepto que en especial la mujer de Ki Hyeok, el protagonista del film, intenta cumplir a rajatabla y que se materializa en una severa percepción y un ornamento disuasorio colgado en la puerta de entrada al hogar. La superstición anida así en el devenir familiar; un devenir que se verá alterado cuando Ki Hyeok reciba la noticia acerca de la muerte de una antigua compañera de la universidad, y se disponga ir al velatorio pese a la reticencia expuesta por su mujer. La decisión, preñada a priori de una fuerte carga emocional por la relación que sostuvo el protagonista con esa compañera, dará pie a una nueva percepción de la realidad establecida a través del extraño encuentro con la hermana gemela de la fallecida, activando de ese modo un resorte donde el trauma pasado y la omnipresencia de esas creencias populares derivarán en la confluencia de una marcada irrealidad, consolidada en una serie de sueños (en ocasiones bordeando lo pesadillesco) que el personaje central irá padeciendo a lo largo del relato.
En tal marco, el cineasta coreano acierta al representar un universo en el que los confines de lo real no terminan en lo imaginario; de este modo, la narrativa de Seire despliega sus virtudes desde un uso de la elipsis donde en ocasiones no hay una distancia, y aquello que se presenta como ilusorio bien podría tener una continuidad en el plano tangible, dotando así al film de una cierta aura de misterio que obtiene su derivación en algunos de los gestos de Ki Hyeok —como el pertinente plano que se encarga de cerrar la proyección—.
Kang elabora así un lienzo que se sirve de la puesta en escena para configurar una atmósfera donde elementos como la iluminación o el encuadre otorgan cierta dimensionalidad al relato, comprendiendo de ese modo un revestimiento que se adentra en el fantástico como forma de incorporar un terror de tenue modulación, presente en el amenazante mosaico desde el que percibir ciertos estratos de la realidad, ahondando pues en una reconstrucción a partir de la que plasmar ese dolor que anida en la culpa impelida por la pérdida.
Seire se perfila como un film cuya (a priori) laberíntica forma no es sino una respuesta y, como tal, resulta mucho más sencilla de lo que se podría deducir a priori. Algo que el realizador coreano no olvida en ningún momento otorgando los matices adecuados a esa suerte de fetichismo que parece impregnar todas y cada una de las circunstancias de la crónica, y que al fin y al cabo alimenta de un modo u otro ese terror surreal que se aloja en la mente del protagonista. No obstante, lejos de justificar una relación casi forzosa, Kang despliega las constantes de tal universo apelando a la esencia del género, y efectuando en consecuencia una interesante inmersión desde la que poder manifestarse sin tapujos, siendo su núcleo el contenedor de un horror mucho mayor que el causado por una sugestión del tipo que sea. Una decisión que otorga cierto vuelo a esta ópera prima, tan menuda como apreciable, y que permite dialogar en torno a vías, si bien ya transitadas, cuanto menos comprendidas adecuadamente por parte de un cineasta que demuestra esa firmeza que proveen algunas de sus imborrables estampas.
Larga vida a la nueva carne.