El Éxodo es un campo de nabos. Nina Paley sabe lo que es enfrentarse a críticas por su forma de trabajar, por los temas que desea tratar en ellos. Con Sita Sings the Blues practicó lo de «cultura universal» y se alzaron voces contra el uso de mitos hindúes y la plasmación musical sin pago previo. Mientras tanto, entre los apasionados del cine hubo aplausos fuertes y contundentes, premios en festivales y el enamoramiento instantáneo de ese juego ojo-oído que provocaba el film.
A Nina Paley no le importa batallar con quien haga falta para que su voz se oiga y con unas mismas ideas, a partir del «esto con tu religión no te atreves a hacerlo» nace Seder-Masochism, donde observa lo que la historia nos ha dejado a través de «la gran palabra», concretamente con el primero de ellos que comparten tanto judíos como cristianos, el Éxodo, esa novela donde se habla de Moisés, la liberación del pueblo judío, esclavos de Egipto y donde, es cierto, las mujeres tienen una nula presencia.
A partir de esta premisa, y a través de la celebración del ritual judío Séder de Pésaj, Paley da el golpe en la mesa y jugando con la comicidad y la puya al patriarcado hace un recorrido por ese instante de historia en el que se fomentan fuertes creencias de esta nuestra sociedad, siempre a favor de la auto-destrucción y el menosprecio.
Más allá de la potente crítica, Seder-Masochism es color, un contenedor de infinitas referencias, un musical atrevido y significativo que sabe apropiarse de grandes canciones de la cultura popular para narrar metódicamente su historia, y que maneja todo tipo de técnicas de animación para dar un sentido físico a lo que quiere contar. La animación flash de esculturas de deidades femeninas o de lienzos religiosos, el uso del 2D vectorial ya sea con trazos monocromáticos o con trabajados fondos decorativos, imágenes reales de destrucción en nombre de algún libro sagrado, stop-motion; Nina tiene una habilidad innata para dar unas formas brutales a la historia al son de esas canciones que tan bien conocemos —desde el Motown de Four Tops a Led Zeppelin, pasando por John Lennon y el Paroles, Paroles que cantaron Dalida y Alain Delon—.
Es así como la realizadora indaga en las formas de la mujer desde el inicio de los tiempos. Ese momento en el que las diosas desaparecieron frente a un falso monoteísmo —dadas las múltiples lecturas que nos llevan a distintas religiones— nutre desde la tierra —madre tierra, germen de un todo— hasta los hombres, indagando en la historia inicial del judaísmo y aprovechando vivencias personales de la propia Nina —se reserva un importante papel en la película junto a su padre— y las contradictorias acciones que los libros contienen.
¿Entre tanta batalla y creencia no había un lugar para las mujeres? La película se lo da, y nos recuerda ese «leve» olvido en la historia y refleja ese mismo olvido con el que convivimos en nuestros días, y lo hace de una forma divertida y vital, con plagas, bailes y un discurso perfeccionado para aquellos que creen que las canciones les hablan directamente a ellos. Del ilusorio movimiento de culo de figuras terrosas al cercenamiento de pellejos en una circuncisión en cadena, todo nos indica que la voz de la directora es potente y clara, pero que no necesita aleccionar con palabras propias, porque sabe gestionar el tempo y crear un estandarte de luz y color donde, probablemente, la reflexión sobre el Seder no le habrá servido para comprender el universo, pero ha dejado en el del espectador una huella hipercromática y bella que devuelve a la gran Diosa a su lugar de origen.