Hay un reclamo cristalino cuando la luz enturbia un caluroso inicio del verano, cuando la imagen tiembla, ya no frente a la naturaleza, sino a un bucolismo más cercano a la cursilería o el estilo ‹coquette› que a la perfección de una bonita realidad. Todd Haynes empasta el objetivo de su cámara porque sabe cómo quiere enfocar su historia, una que evoca al melodrama sin tintes clásicos, una historia más propia de película de sobremesa que, en sus manos, irradia una complejidad pocas veces vista en estos subproductos. Porque Todd Haynes sabe adaptarse al medio de cada una de las historias que cuenta, sin olvidarse de su propio universo.
Sí, Secretos de un escándalo tiene el título propio de una novela rosa, una película de maquiavélicas señoras de mediana edad tramando venganzas, promete que acabemos soltando —al menos en un suspiro para nosotros mismos— un «qué fuerte», es un digno título inventado para captar adeptos que servirá tanto para aquellos que se conformen con la superficialidad de la trama como quienes deseen indagar en el microcosmos de aquello que sobrevuela en cada escena. Cuando pienso en las mujeres de Todd Haynes no puedo evitar ir a los extremos de Carol, donde el amor irradiaba elegancia, con Safe, donde la extrañeza se apoderaba del discurso. Ambas películas son extremas y perfilan en cierto modo el resultado de May December —su verdadero título, aquí sin florituras—, donde rescata, de nuevo, el saber hacer de Julianne Moore.
Dos mujeres aparentemente opuestas se enfrentan a su mimetización en esta historia de fachadas. Haynes se fija en Persona de Ingmar Bergman replicando algunas de sus míticas escenas en esta película, pero se inspira en cierto modo en todas aquellas historias donde una mujer ya madura debe dejar el testigo de su personaje a una nueva generación. Puede que Gracie (Julianne Moore) no sea profesionalmente una actriz, pero sí mantiene un estatus en su círculo más cercano que debe traspasar a Elizabeth (Natalie Portman), interesada en revelar los recovecos del gran amor que tantos años atrás escandalizó un país. Podría tratarse así la historia de un duelo de damas, de poner en práctica la duplicidad en la que una persona debe ser devorada por un personaje para así replicar su esencia, pero Secretos de un escándalo siempre va un paso más allá. Si nos acercamos a Gracie, la imagen se difumina, todo brilla de un modo especial, pesado, relamidamente acogedor. Si es Elizabeth la que se presenta frente a nosotros se exprime la duda, la necesidad de conseguir que el relato se adapte a lo que ella puede dominar. Si es Joe, el joven trofeo sobre el que pivota la moralina y la vacuidad de la palabra amor, todo se difumina al descubrir un crecimiento que no encaja en la mirada de ninguna de ellas dos. Tanto Gracie como Elizabeth podrían fundirse en esa misma persona que desean ser, es impactante la vampirización de las dos actrices que fuerzan hasta el extremo sus posturas en esta película, llegando a momentos hilarantes y sobreactuados que encajan con soltura en su evolución.
Haynes sabe lo que quiere vender y lo que quiere estudiar a través de sus protagonistas, y lo expone dentro de una burbuja que va hinchando para que se convierta en una necesidad verla estallar. Se apropia del lenguaje más allá del propio léxico, enfatizando esa simulación de belleza imposible que reviste la vida de todos los presentes, subiendo el tono con la música y la reivindicación de lo amanerado visualmente, o desplomándolo a raíz de una frase fuera de contexto, una mirada afilada o un comportamiento impropio que quiebre de algún modo cualquier ápice de cordialidad. La fachada que se crea parece demasiado grande como para poder mantenerla en todo momento, pero Haynes elige muy bien los hilos con los que sostener tanta artificialidad, no sin aprovechar para que la crítica aflore desairadamente en momentos puntuales. Porque aquí hay algo más que la reconstrucción de una personalidad que vive del pasado, hay algo más que la recreación de una actriz, hay mucho más que la herida de una familia idílica, el consentimiento, la legalidad, la emancipación o el peso de las decisiones. Aquí el postureo es vital para alimentar una bestia silenciosa, y el director consigue agradarnos y a la vez repudiarnos con cada escena que decide reproducir. El estilo es perfecto, rallando la sobredosis de azúcar, el mensaje es letal y el sentido está lleno de dobles lecturas, porque la socarronería que se intuye en los melodramas más ramplones puede elevarse al universo de la “autoritis” con resultados espectaculares.