El hecho de enfrentarse a un documental sin poseer la información adecuada puede ser en ocasiones un arma de doble filo: en un caso (el de no tener referencias acerca de la temática a tratar) por llegar a un punto de no-asimilación de toda esa nueva información y perder así la referencia de lo que se está viendo, y en el otro (el del exceso de conocimientos) por caber la posibilidad de situarse por delante de lo que el cineasta está intentando contar y así perder todo el interés entorno a lo narrado. Como es obvio, la habilidad del propio realizador también posee parte de un peso que bien puede encontrar desequilibrios en cualquiera de sus aristas, pero que por lo general reside en la fascinación del espectador sobre lo que le están contando, más allá del aspecto meramente formal de la obra o de sus encajes narrativos.
Una vez realizada esta divagación, olvídense de todo lo escrito anteriormente y háganse un favor: desinfórmense, lancen sus recuerdos sobre el personaje aquí retratado al limbo y desnuden por completo su mente, porque lo que van a presenciar en Searching for Sugar Man no es únicamente la búsqueda de un hombre capaz de reunir bajo el yugo de su música sensaciones de toda índole, es también un relato humano, emotivo y conmovedor sobre el despertar de una nación entera gracias al universal arte de la música, es la transformación de una auténtica leyenda que pereció de tantas formas como pudo encima de un escenario para terminar deviniendo en realidad y es el milagro transformado en celuloide, los acordes exactos para que una historia renazca de sus cenizas y logre cautivar hasta al fabulador más experimentado.
Porque, ante todo y aunque pueda parecer una contradicción, Searching for Sugar Man es un relato que tan pronto puede parecer el cuento más extraño como la realidad más ilusoria; y, sin embargo, es también un relato que no se podría haber ficcionado, donde despojarlo de su estrato más tangible hubiese resultado un terrible error. Todo ello se debe al hecho de que pese a contar con entrevistas y testimonios que nos llevan de un lado a otro, a sustentarse en un ardid narrativo que nos descubre la historia con una naturalidad pasmosa e incluso atreverse a combinar en algún que otro momento piezas casi minimalistas de animación, la fuerza y honestidad que forjan el documental de Bendjelloul dejarían de existir y, con ellas, toda la magia de algo que, por quimérico que pueda parecer, no podría resultar más cercano.
El halo de leyenda que rodea la figura de un hombre cualquiera que se dedicaba a componer su música sin parecer importarle absolutamente nada más circunda con acierto toda la obra, y es que ya sea a través de esos testimonios (unos hablan sobre poco más que un sin techo, otros lo definen como una figura misteriosa), del desconocimiento entorno a ese tal Rodríguez que un día cautivó a unos pocos tipos de la industria discográfica, o de las propias habladurías alimentando ese mito acerca de su muerte, se alcanza un componente cuasi etéreo que no hace sino inducir al espectador a seguir desgranando las claves de la búsqueda de ese hombre, una búsqueda fomentada debido a su éxito en un país, Sudáfrica que es quizá el último donde el propio Rodríguez podría pensar que le llevarían sus dos discos editados e ignorados en su Detroit natal.
Cada añadidura, por pequeña que sea, no hace más que empujar una historia que, teniendo la suficiente firmeza como para sustentarse por si misma, queda ensalzada gracias a las aptitudes del cineasta tras todo ello: capaz de hacer de su poder expositivo un arma tan valiosa como lo pudo ser la música del propio Rodríguez, de acudir al ornamento en forma de interludios para descubrir al espectador las canciones de este compositor sin necesidad de adornarse innecesariamente y de incorporar imágenes de archivo a la narración sin que esta se resienta lo más mínimo por darle la vuelta al aspecto formal de una obra que casi en su totalidad había buscado apoyo en los distintos testigos que narrasen el periplo de ese “Sugar Man”, así como su relación con el continente africano y ese magnífico colofón.
Hablar sobre Searching for Sugar Man y hacerlo desde una óptica más descriptiva podría ser un tremendo error en el que servidor ha intentado no caer durante estas escasas palabras: porque precisamente lo fascinante está en descubrir con admiración un mosaico que contiene tan distintas facetas que lo fácil es perderse en él y no preguntarse hacia dónde nos lleva Malik Bendjelloul y la historia de ese pequeño gran cantautor llamado Sixto Rodríguez. Lo fácil es seguir un camino que sorprende, deslumbra y termina dejándole a uno en una suerte de éxtasis emocional que nunca hubiese pensado encontrar en un artista totalmente desconocido. A partir de ahora, el reencuentro estará siempre en la modesta aportación de ese “Sugar Man” y en una historia que permanecerá en Searching for Sugar Man como siempre mereció estar: inmortalizada.
Larga vida a la nueva carne.