El sexto largometraje de Sean Baker, The Florida Project, llega a los cines españoles este segundo viernes de febrero. Sin embargo, el sexto largometraje de Sean Baker es también, desafortunadamente, el primero del cineasta que cuenta con distribución en salas en territorio español. Trátase este de un dato a remarcar teniendo en cuenta que Baker lleva siendo desde sus inicios al comienzo del nuevo siglo un realizador integrado en el más puro terreno del “indie” estadounidense que tantos títulos ha conseguido estrenar en pantallas españolas estos últimos años. Con la intención de resarcir este despiste por parte de la industria, rescatamos su antepenúltimo largometraje, Starlet, lanzado en los Estados Unidos hace ya seis años, y a través de él intentamos reivindicar la figura de un realizador que no será fácil perder de vista a partir de ahora.
Starlet avanza con una naturalidad tan inocente y risueña que parece aspirar a no querer ser mucho más que la propia historia que cuenta, la de dos mujeres de generaciones dispares que forjan una amistad a tenor de un giro de guión que funciona como excusa bien lograda para iniciar su relación. Tess, veinteañera, despreocupada y extrovertida aunque solitaria y de mirada y actitud naif, acude a un mercadillo frente al porche de una anciana con la intención de adquirir varios bártulos de segunda mano con los cuales redecorar su dormitorio. Allí compra un jarrón por un dólar y descubre, al llegar a casa, que en su interior esconde diez mil dólares en billetes enrollados. Ante el dilema que plantea la devolución del dinero a su antigua propietaria, Tess regresa de nuevo a la casa de esta, cuyo nombre es Sadie, y no sólo intuye que esta última desconoce la existencia del tesoro escondido sino que se trata de una mujer de avanzada edad, solitaria y melancólica, razón por la cual la joven decide prestarle su ayuda y compañía desinteresadamente. Aunque pudiera parecer lo contrario, la falta de spoilers en esta sinopsis implica la ligereza que el cineasta imprime a su narración. Starlet carece de cualquier juicio de valor sobre la actitud de sus personajes, pese a que no pocos de ellos actúan de forma vil y egoísta. No obstante, Baker aísla sus desgracias al no darles más importancia de la que se merecen, ciñendo sus problemas al contexto de su microuniverso. Es decir, como si estuviera admitiendo que las taras que los personajes traen de serie no le interesan demasiado, el cineasta vertebra su historia alrededor de la amistad entre ambas protagonistas, y se desentiende muy inteligentemente del resto de subtramas, aunque no desdeña mostrarlas ante la cámara. La belleza de esta decisión narrativa realmente poco frecuente en ficción (y mucho más propia del documental) está en su compromiso con la verdad del relato, que Baker entiende como un organismo vivo del que sólo ostenta el control de una pequeña parte. Es lo más parecido a admitir que Starlet es el resultado de diseñar unos personajes con una psiquis determinada, soltarlos en un espacio y un tiempo precisos, y dejar que interactúen entre ellos, prestando una mayor atención a los momentos de encuentro entre ambas mujeres.
Habiendo mencionado esa libertad narrativa, Sean Baker demuestra ser un cineasta tremendamente humanista. Resaltando las sombras de sus protagonistas no pretende generar un clima enfermizo sino provocar que los instantes de refugio entre ambas brillen con mucha más fuerza. Podría decirse que este último término define bastante bien la estructura del largometraje: refugio. Da la impresión que Starlet está construida a través de una serie de escenas desestabilizadoras que crecen exponencialmente en tensión pero terminan todas ellas desembocando en una secuencia protectora, donde la joven y la anciana se reencuentran en un remanso de tranquilidad, como réplicas que precedieran a un fuerte terremoto, resaltando la importancia de la calma que anticipa la siguiente sacudida.
Es en estas conversaciones a solas, en mitad de un parque o en el frondoso patio trasero de la anciana, en el que se producen las verdaderas revelaciones dramáticas entre ambas, donde se permite vislumbrar los huecos que verdaderamente les hacen más vulnerables. Un apunte decisivo para comprender el avance de la filmografía de Sean Baker es prestar atención en cómo este pone el acento sobre las heridas que fácilmente podrían pasar desapercibidas y no sobre aquellas que, como parte que somos de un entramado social prejuicioso, podríamos considerar como graves, admitiendo como ejemplo que la soledad es mucho más dolorosa que la senectud o la cosificación femenina por trabajar en el mercado del cine porno, sobre los cuales tiene un discurso tierno y cómplice.