Zoraida Roselló Espuny analiza en Se fa saber la vida diaria de un pueblo cualquiera situado en la provincia de Tarragona. El municipio en cuestión es Santa Bárbara, de casi 4.000 habitantes. Allí, los ciudadanos alternan su duro trabajo (en algunos casos la jornada empieza alrededor de las 5 o las 6 de la mañana) con las típicas fiestas multitudinarias en las que se reúne no sólo la flor y nata de la localidad, sino también todo aquel que quiera hacer acto de presencia por tal convite.
Lo que más llama la atención de este documental es que se deja libertad total a la cámara. Efectivamente, la directora se limita a colocar el objetivo y dejar que todo suceda frente al aparato, sin ninguna interferencia ni por parte de la máquina ni tampoco de quien lo graba, puesto que sólo hay intervención de éste cuando los ciudadanos con los que está hablando así lo requieren.
Ante todo, es un documental de personas. No nos encontramos aquí con los típicos planos largos de paisajes en medio del silencio o de la típica melodía chill-out, al estilo de Vimeo. Sólo se centra en la vida de los habitantes de Santa Bárbara, su día a día, qué hacen, qué piensan, les preguntan sobre sus ideas políticas, sobre fútbol, sobre diferentes aspectos cotidianos que no tienen por qué ser necesariamente trascendentales. Por lo tanto, es un documental que no requiere ningún tipo de esfuerzo extra por parte del espectador, simplemente es sentarse a ver las imágenes y meditar sobre si lo que está viendo merece la pena o no.
Y ahí vamos. El gran problema de este documental es que contiene muchas escenas intrascendentes, demasiadas podríamos decir. Se centra excesivamente en el aspecto más lúdico, en los momentos de evasión, en lugar de reflejar otro lado de la vida rural. Parece que uno de los objetivos que se persiguen en Se fa saber es demostrar que los ciudadanos de Santa Bárbara, y por ende seguramente los de muchísimos pueblos, están orgullosos de vivir en una pequeña localidad y no desean ni nunca han deseado mudarse a una gran ciudad, como mucha gente parece creer (defecto de los ciudadanos capitalinos, sobre todo). Pero tampoco en este sentido resulta satisfactorio. Por ejemplo, en una escena dada se nos presenta a una mujer enfundada en una bandera del Barça y entonando el himno antes de jugarse el Clásico ante el Madrid. Pues bien, en vez de mostrarnos durante breves segundos cómo se vive el partido entre la gente del pueblo, la acción salta directamente al final, donde la mujer está radiante por la victoria de su equipo y le defiende de alguna que otra acusación vertida por un convecino. Cualquiera que haya visitado alguna vez un bar de pueblo conoce lo cómico que resulta ver un partido, máxime de tamaña envergadura como el que aquí nos ocupa, en este ambiente rural. Los insultos a los jugadores están a flor de piel, hay frecuentes disputas entre los espectadores, unas riñas que van «in crescendo» conforme la cerveza discurre por los gaznates de unos hombres tan enfurecidos que despiertan una mezcla entre lo cómico y lo entrañable.
Por tanto, aquí podemos vislumbrar un error no tanto en la intención de realizar este documental, que es del todo loable, sino en su ejecución. Uno se cree perfectamente que lo que se ve en las imágenes es la realidad y no hay nada fingido, pero en ese caso cabe preguntarse por qué se ha elegido reflejar este pueblo como si tuviera un modo de vida tirando a lo neoburgués, en vez de mostrarnos a los campesinos trabajando de sol a sol, o por qué se les pregunta por cuestiones ya añejas (como la Guerra Civil) en vez de los problemas que hoy en día atañen a los que subsisten con estas labores, como el precio cada vez más bajo al que se ven obligados a vender los productos que trabajan. Y sucede algo parecido con otras varias cuestiones realizadas a los ciudadanos, muy alejadas de lo que verdaderamente podría resultar interesante.