Scum (que significa escoria en su traducción literal al castellano) es una de las películas más desgarradoras y feroces del cine británico de los setenta y, sin embargo, sorprendentemente carece de la popularidad de otras cintas de su mismo estilo y procedencia (If…, La soledad del corredor de fondo, La naranja mecánica) a las que el paso del tiempo (incluyo también la obra de Kubrick como víctima de este efecto obsolescente) ha erosionado superficialmente el componente hipnótico emanado en el momento de sus respectivos estrenos. Este efecto de desgaste no lo he sentido para nada al culminar hace escasos días la visualización de este brutal experimento dirigido por el ínclito Alan Clarke justo en el año en el que nací. Y es que si hay algo que denota la esencia de esta obra cumbre del cine social y de denuncia puramente «british» es su modernidad y salvajismo animal a la hora de retratar el ambiente que imperaba en los correccionales juveniles construidos por su Majestad la Reina, vertiendo a su vez una incisiva metáfora sobre el descontento generacional existente en la sociedad británica de aquella era tanto alrededor de sus instituciones gubernamentales como acerca del oscuro y decadente futuro que se avecinaba en años posteriores (metáfora que, gracias al paso del tiempo, se ha transformado en un vaticinio veraz y cristalino de la evolución manifestada por las decrépitas sociedades europeas contemporáneas, incapaces de reinsertar a los elementos tóxicos emanados desde dentro de su propio corrupto sistema, sino que al contrario, han sido estos elementos tóxicos los que han llegado a convertirse en los líderes del ordenamiento social, acarreando con ello funestas consecuencias para la estabilidad del sistema).
Scum es considerada en el Reino Unido una de las obras fundamentales de la historia de su cine. La propia gestación de la misma tiene todas las cualidades de un quimérico e hipnótico guión de cine. Así, la cinta se ideó originalmente para ser expuesta en la televisión británica BBC en el año 1977. Con guión del dramaturgo de la BBC Roy Minton y bajo la dirección y auspicio del visceral y enérgico Alan Clarke (combativo cineasta de reputada conciencia y predilección por los temas sociales así como elevado prestigio televisivo), este primer boceto estaba pensado para ser emitido en uno de los programas de mayor renombre y audiencia de la televisión pública británica. Sin embargo, ante la dureza de las imágenes (en las que se incluían violaciones, sangrientos asesinatos, todo tipo de vejaciones rodados en primer plano y sin censura y fundamentalmente una afilada crítica en contra del conservadurismo y la ineficacia del cruel sistema correccional de carácter punitivo vigente en la sociedad británica como medio de adiestramiento de los jóvenes delincuentes), los mandatarios de la BBC escandalizados ante el frenesí sexual, político y criminal que emanaba de la cinta, optaron por suprimir la retransmisión del telefilme a pesar de los diversos anuncios que el canal público se había encargado de notificar acerca de la fecha de su estreno. La prohibición duró más de 10 años no viendo la misma nuevamente la luz hasta su emisión en un programa homenaje de la BBC en el que se conmemoraba el primer aniversario de la muerte de Alan Clarke.
A pesar de la prohibición, tanto Clarke como Minton se empeñaron en alumbrar la obra, en esta ocasión probando en el mundillo cinematográfico. Así dos años después del chasco que supuso la prohibición del telefilme, la pareja de cineastas británicos se lanzaron sin paracaídas en un nuevo proyecto para el cine de Scum. La cinta se estrenó en 1979, resultando uno de los grandes éxitos de crítica y público de la historia del cine «british» así como uno de los más claros exponentes del cine social británico de trincheras, aquel en el que no hay cabidas para ningún tipo de ataduras.
La película mezcla con habilidad y maestría capitales ingredientes de múltiples géneros en principio divergentes entre sí, de modo que el ambiente de cine carcelario que impera en los primeros minutos del film, acabará transformándose en una atmósfera dominada por los esquemas de esos poderosos melodramas que versan acerca de la corrupción y la inmundicia humana. Igualmente, el hilo argumental abrazará con pasión el cine de gangsters de los años treinta y los paradigmas fundacionales del Free Cinema de los sesenta. Esta abstracción argumental es trazada por Clarke con una sensibilidad y precisión supina, desbordando como un torrente la mirada hipnotizada del inocente espectador, al cual no le quedará más remedio que comprar el billete de ese viaje a los infiernos y parajes dantescos, con ruta sólo de ida y quizás nunca de vuelta, organizado por Clarke.
Scum comienza con una imagen desprovista de glamour y sentimiento: la llegada a un cruento correccional de menores famoso por albergar a las más peligrosas y desordenadas almas juveniles de la sociedad británica, de un joven de apariencia tranquila llamado Carlin (interpretado por un bisoño y magnífico Ray Winstone en uno de sus primeros papeles en el cine), al cual acompañan Angel (un joven negro de temperamento calmado) y Davis (un jovenzuelo pecoso con cara de no haber roto un plato y talante aniñado). En esta primera escena quedará claro cual va a ser el ambiente violento, inhumano y despótico que impera en el correccional. Los recién llegados serán tratados como bestias, vejados y desprovistos de su nombre, siendo un impersonal número su código de identificación para comunicarse con los funcionarios del lugar. Sin embargo, Carlin parece destacar sobre el resto de los novatos. Su fama le precede entre los funcionarios, dado que su traslado al correccional ha sido motivado por una riña en la cual golpeó y apaleó al policía encargado de su vigilancia. Carlin tiene potencial, inteligencia y físico de líder, siendo los oficiales conocedores que esto puede desestabilizar el status quo y tensa calma que habita en el correccional de menores.
Tras este primer día, los noveles reclusos se mezclarán con el resto de la fauna que habita esa jungla de piedra, hierro y depravación que es el reformatorio. El edificio se halla dividido en secciones que separan a los convictos por su origen étnico para evitar de este modo tan simple los prejuicios raciales, los cuales son alimentados fundamentalmente desde la propia institución más que desde los propios reclusos. En el sector en el que se ubica Carlin manda un tal Pongo, un joven adiestrado por el jefe de policías (con el cual trafica con mercancía procedente del exterior) que percibirá en la presencia de Carlin a un rival con el que batallar por la jefatura de la tribu. Igualmente conoceremos a Archer, un joven intelectual, ateo y un tanto alocado que se ha convertido en vegetariano como símbolo de lucha y resistencia en contra las rígidas leyes que gobiernan el penal. Entre las extravagancias de Archer se halla el hecho de que anda descalzo puesto que renuncia a vestir calzado generado con piel animal, así como su deseo de convertirse al hinduismo o incluso al islamismo como insignia de rebeldía revolucionaria (sin duda, este personaje retrata el perfil de un intelectual de izquierdas atrapado en un ambiente opresor, conservador y devorador de libertades totalmente divergente a sus creencias).
Este primer vector del film servirá para dibujar las diferentes personalidades que habitan el correccional, haciendo hincapié fundamentalmente en el cosmos inhumano que impera en el aire, absolutismo que es alimentado por parte de los funcionarios del gobierno british que dirigen el reformatorio, los cuales fundamentan su vida personal en el cristianismo y el perdón, pero desvirtúan el mensaje redentor que emana de las sagradas escrituras para mandar con mano firme, brutal y despótica la vida en el interior del correccional. Uno de los aspectos más fascinantes de este tramo de la cinta es el hecho de que Clarke retrata al joven Carlin como un ser desamparado, acosado tanto por los delegados policiales como por parte de Pongo y sus secuaces (los cuales propinarán una somera paliza a un desvalido Carlin, como aviso ante cualquier intento de rebelión), esbozando por tanto un personaje que despierta inicialmente las simpatías del espectador.
Sin embargo estas simpatías iniciales desaparecerán como un relámpago de fuego, justo en el instante en el que se destapará la verdadera personalidad de Carlin. Esta saldrá a la luz en el momento en que el joven decide tomarse la justicia por su mano, propinando una salvaje paliza tanto a Pongo como a Richards (delincuente adjunto de Pongo), al cual destrozará la cara al golpearle con un calcetín relleno de bolas de billar. A partir de este momento Carlin se hará con el poder de su ala, aflorando una personalidad que rebosa en iguales cantidades alma de líder como barbarie irracional y salvaje, poseedor de una naturaleza racista y despótica; esto es, Carlin está hecho del mismo material de fabricación que generó a los funcionarios y jefes de gobierno que dirigen bajo el yugo del catecismo y el imperio de la ley conservadora el correccional. Él será quien acabará gobernando y dictando las ordenanzas y reglamentos que presidirán la vida en el país británico en el futuro. El héroe se ha convertido en anti-héroe pleno de corrupción y odio. El sistema punitivo diseñado para reconducir a los descarriados hacia el buen sendero social, únicamente ha servido para alimentar al monstruo desde un régimen amparado en la cultura del miedo en lugar del de la confianza.
La película fluirá sin freno y a todo ritmo adoptando los esquemas típicos de una película coral (estupendo este recurso abrazado por Clarke, el cual apuesta por no centrar la historia en un único protagonista sino que son varios los personajes que guiarán la trama hacia su conclusión final), mostrando sin tapujos las prácticas infames llevadas a cabo en el interior del presidio tanto por los infantes reos como por los funcionarios. Así observaremos palizas y revanchas raciales, violaciones, violentos juegos, suicidios y torturas (algunas con ciertas gotas de humor como esa escena en la que el dictador Carlin obligará a Archer a comer una salchicha para demostrar que su supuesto vegetarianismo es únicamente una postura impostada frente a sus compañeros). [Spoiler] Ciertamente conmovedor es el suicidio del joven Angel, provocado tras conocer que su mujer ha fallecido siendo esto obviado por la funcionaria encargada de revisar la correspondencia de los reclusos ya que identificó el nombre de la esposa del reo con el de una mascota (espléndida metáfora que demuestra el racismo existente en la sociedad blanca y cristiana británica derramada en contra de los nuevos inmigrantes procedentes de las colonias africanas y del Caribe —fundamentalmente jamaicana— hecho éste manifestado en otras cintas rodadas a finales de los setenta como por ejemplo El largo Viernes Santo) . Este suceso inducirá una pequeña rebelión en el seno de la prisión, sin embargo la misma será aplastada por los vigilantes y policías del correccional mediante la fuerza bruta dirigida contra los líderes de la débil revolución. Este es el final de la cinta, y sin duda, otra espléndida metáfora que demuestra la brutalidad policial ejercida por el Estado ante la amenaza de un cambio social que destruiría el estado normal de las cosas, instaurando pues una democracia que no es real, puesto que esta democracia de los poderosos siempre se revolverá impidiendo la libertad plena del individuo en el momento en que desde el gobierno se observa un peligro inminente que podría alterar el orden económico y social instaurado por el imperio absolutista que domina nuestras vidas [/spoiler].
Scum es una magistral muestra de cine social moderno británico que bebe directamente de la simiente originada por el Free Cinema sublimando sus resultados seminales, logrando de este modo remover conciencias desde el entretenimiento absoluto. Si bien algunas de las escenas de Scum son ciertamente escalofriantes (rozando el cine gore), también podemos hallar pasajes de intensa reflexión filosófica, siendo estos momentos introspectivos protagonizados mayoritariamente por el personaje de Archer. Sin duda inolvidable es la escena en la que Archer debatirá con un viejo funcionario llamado Duke el sentido del actual sistema de correccionales. De dicho debate surgirán frases inolvidables como aquella en la que Archer rebate con el Sr. Duke sobre la ineficacia del sistema punitivo en el que se basa el correccional: «Todo lo que sacaré del reformatorio es maldad. ¿Cómo puedo desarrollar mi carácter en un Régimen basado en la privación? Es un sistema contaminado. Buenos chicos mezclados con locos pervertidos. ¿Cómo podría ser civilizado, si siempre estoy mirando a mis espaldas? Aquí dentro actúas, te castigan y te sueltan. Fuera actúas, te castigas con tu sentimiento de culpa y por tanto nunca serás libre. El sistema punitivo no funciona. Mi experiencia me demuestra que muchos más criminales se crean entre los prisioneros que en la sociedad.»
Sin duda, esta maravillosa conversación desprende el espíritu y alma encerrado en la película, la cual plasma los miedos, la opresión, el aislamiento y la falta de libertad existente en las sociedades democráticas autodenominadas como el mundo libre de la Europa contemporánea. Como bien dice Archer a su interlocutor el Sr. Duke quizás todos seríamos más libres y felices si pusiéramos en funcionamiento una simple y sencilla filosofía: «Se necesitan sesenta músculos para fruncir el ceño, pero sólo trece para sonreir. Entonces…¿Por qué malgastar energías?». Agradecido a Alan Clarke por esta maravillosa obra maestra que legó a todos los cinéfilos para hacernos reflexionar a partir de la brutalidad más profunda.
Todo modo de amor al cine.