Scary Mother es la ópera prima de la directora Ana Urushadze. Ante todo, aclarar que sí, que la cineasta es la hija del también director Zaza Urushadze, conocido por su estupenda Mandarinas (Mandariinid ,2013), uno de los referentes del cine contemporáneo georgiano que arrasa en los festivales de medio mundo, y en ocasiones, incluso llegan a la gran pantalla de nuestro país. Pero dicho lo cual, no parece que el primer trabajo de Ana sea mediante el paraguas de su progenitor. Más bien la realizadora se apoya en una equipo de producción donde encontramos a Ivo Felt, que ya trabajara con su padre en la mencionada Mandarinas, y en dos mujeres, Lasha Khalvashi y Tinatin Karjrishvili, que a parte de por su labor como productora ha destacado por su cinta como directora Brides (Patardzlebi, 2014). Es importante constatar que en esta última película ya había una interesante mirada femenina, que parece ser uno de los temas más candentes de la cinematografía georgiana.
Ana Urushadze construye en Scary Mother una película donde se juega a confundir y a seducir al espectador en un relato que aprovecha para volcar una mirada despiadada sobre el rol de la mujer en la actualidad, la familia, o el arte. Seguimos a Manana, una mujer rondando los cincuenta cuya pasión siempre ha sido escribir, y a ello se ha dedicado en los últimos meses con un fervor desenfrenado, desatendiendo las tareas del hogar o incluso a su propia familia. Cuando por fin parece haber terminado su obra, se la lee a su marido y sus dos hijos, que quedan horrorizados al sentirse cruelmente retratados en el relato de Manana. Así que el apoyo paternalista e indiferente que suscitaba su pasión queda rápidamente transformada en rechazo. Manana ya ha perdido el tiempo y ahora debe volver a su posición en la estructura de la casa, pero ella, apoyada únicamente por un librero, decide seguir adelante, cueste lo que cueste y a pesar de todos.
La estructura de la historia se sustenta en el desconocimiento real del espectador ante el proyecto de Manana. Su directora y guionista confunde en más de una ocasión sobre el alcance del libro. Presentada como una escritora mediocre, pronto cambiamos de opinión cuando asistimos ante el entusiasmo del librero, Nurki, dispuesto a todo para que se publique el relato de nuestra protagonista. Más adelante, ante el desprecio que de una editora, volvemos a dudar. Pero esto solo es una excusa para hacer avanzar una historia con mayor alcance, donde se observa irónicamente la figura de la mujer anclada en un entorno aparentemente progresista y erudito, aunque en el fondo se siga perpetuando el rol de la mujer como madre y señora de la limpieza del hogar, donde perder el tiempo escribiendo es visto casi como un «regalo» del marido trabajador y sabio, porque la mujer debe estar agradecida.
Ana Urushadze también detiene la mirada en la concepción de la familia, tanto del núcleo familiar en la casa de Manana, como su relación con su padre, presentado como una persona parca en palabras, sumergido en su mundo de traducción y crítica literaria. Y sobre volando todo lo anterior, encontramos una interesante reflexión sobre el arte y los límites de la implicación que ello implica aunque nadie crea en ti. Nuestra protagonista acabará huyendo de su propia casa para refugiarse en una extraña habitación que le ofrece Nurki, el librero, cuya defensa a ultranza del trabajo de ella ofrece diferentes lecturas y llegamos a dudar de su sano estado mental.
Es interesante constatar como en el mismo año se ha presentado en el circuito de festivales otra propuesta georgiana donde se analiza la vida de una mujer adulta, también llamada Manana, que toma la decisión de largarse del hogar familiar en busca de su propio espacio y destino. Hablo de la imprescindible My Happy Family (Nana Ekvtimishvili y Simon Gross, 2017). En ambos casos asistimos a historias donde la premisa reside en la toma de una decisión, donde después del minuto 15 no hay tiempo para la duda. Ya no se trata de relatos feministas de mujeres oprimidas sin posibilidad de escapar, si no de mujeres valientes y más fuertes de lo que puede parecer que son capaces de seguir un sueño a pesar de «perder» a su familia por ello.
Scary Mother deja para su tramo final algunas revelaciones que pueden explicar, o no, tanto el comportamiento de Manana como descubrir si el susodicho manuscrito está basado en la ficción o la realidad. O responder a esa mera excusa narrativa que es saber si el libro que escribe merece la pena o es un mero despropósito. Su final aturde a un espectador que asiste impotente ante una locura de Manana que sobrevuela el relato, cuya fijación por las relaciones entre padre e hija adquiere un componente de metaficción —de ahí que más de uno haya acabado preguntándose cual es la relación entre directora y su propio padre—.
Sea como sea, todas las piezas del puzle acaban encajando y nos muestra una visión general que hasta entonces desconocíamos. Lo que acaba por formar una película redonda, llena de grises aunque sus intenciones sigan inamovibles.
Así pues, el primer trabajo de Ana Urushadze es tan estimulante como fascinante en su mirada sobre la mujer, la locura, la familia o el arte.