La crítica de Scarred Hearts comienza con una bonita historia de amor; la del cineasta rumano Radu Jude con quien escribe estas palabras.
Corría el año 2005, era joven e inexperto en el cine balcánico, cuando asistí como público en el Festival de Cine Europeo de Sevilla a la proyección de una cinta rumana, La muerte del señor Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu, Cristi Puiu). Me metí en esa proyección como podría haberme metido en otra; siempre me gustó ir a la aventura por las salas de los certámenes cinematográficos. Bueno, pues con esa película me explotó la cabeza. Lo flipé. Podría decirse que fue el pistelotazo de salida para que cierto cine del país de Drácula comenzara a arrasar en varios festivales europeos. Lo que yo no sabía entonces es que Radu Jude ya estaba ahí, entre los créditos finales certificando su puesto como asistente de dirección.
Y es que en el cine rumano actual, el (mal)llamado nuevo cine rumano, cuando empiezas a investigarlo, descubres que todos son colegas o han trabajado entre ellos o comparten equipo (Ahí está Oleg Mutu, uno de los mejores directores de fotografía actuales, trabajando con todos ellos, desde La muerte del señor Lazarescu a la imprescindible 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu).
Cuatro años más tarde, por el 2009, en lo que resultó ser la edición más olvidable del festival de cine Europeo de Sevilla, fue un primerizo Radu Jude quien salvó la función con La chica más feliz del mundo (Cea mai fericita fata din lume, 2009), pero tampoco le dediqué mucha atención a su persona. Fue tres años después, cuando caí rendido con su Everybody in Our Family (Toata lumea din familia noastra, 2012), vista en el certamen de Sarajevo de ese año, que ganó. Entonces comencé a seguirle la pista.
Lo cierto es que Radu Jude desde esa película se puso en modo Woody Allen y empezó a sacar proyectos todos los años, volviendo a ganar en Sarajevo con su mediometraje Shadow of a Cloud un año más tarde. Luego de otro medio metraje volvió al formato del largo con Aferim! (2015), donde tras llevarse un premio gordo en Berlín comenzó a tener cierto nombre en el panorama internacional.
Ahora regresaba a Sarajevo, festival que destaca por traer siempre parte del cine rumano actual, para presentar Scarred Hearts, que acaba de llevarse el premio del jurado en Locarno.
En su nuevo proyecto Radu Jude nos lleva a la Rumania de mediados y finales de los años 30 del siglo pasado, cuando el nacionalismo más excluyente cobra fuerza en la sociedad rumana de mano de la ultra derecha, poco antes de entrar en la órbita del nacionalsocialimo alemán. Una época jodida, donde la oscuridad avanzaba por toda Europa.
Su cineasta nos sitúa en un sanatorio en la costa rumana donde van a parar la élite cultural y económica del momento para tratarse la tuberculosis. La película es una adaptación de la novela del mismo nombre del escritor rumano Max Blecher y sigue su vida durante algo más de dos años en el lugar, donde resalta el dolor mezclado con las ganas de vivir de su autor.
Si en Aferim! Radu nos retrataba magistralmente la sociedad rumana de mediados del siglo XIX, ahora avanza al periodo de entre guerras, donde sigue describiendo en este caso a una burguesía y clase alta que está a punto de desaparecer del mapa, primero por el nazismo ante la llega del comunismo.
Max, nuestro protagonista, se pasa casi toda la película tumbado en una cama (en la vida real se pasó casi 10 años en dicha posición casi ininterrumpidamente), en reposo, sin nada que hacer más allá de algunas dolorosas sesiones para tratar su enfermedad seguido de fraternales momentos con sus compañeros del sanatorio. Un lugar que funciona y es mostrado casi como un pequeño estado, con conductores de camillas que llevan a sus dueños y/o pacientes, lugares de ocio, zonas bien diferenciadas y todo un ejercito de enfermeras, médicos, personal variado, pacientes de distintas clases sociales (pero siempre tirando hacía arriba), gitanos que van a mendigar o familiares que actúan como turistas.
Ese sanatorio funciona como un universo propio, con sus propias reglas establecidas, donde destaca la dualidad del dolor y la alegría constante, las ganas por vivir de todos los pacientes, la muerte acechando en cada esquina y por supuesto y por encima de todo, el amor.
El dolor cotidiano es mostrado sobre todo en el rostro de nuestro protagonista más que en las operaciones a las que es sometido. Resulta terrible ver los utensilios que usan los médicos, en varias escenas casi parecen que están usando instrumentos de tortura. Y sin embargo, ahí está la otra parte del relato, del amor. Cuando Max va camino de una de sus primeras intervenciones en la sala de operaciones, ahí está ella, Solange. Resulta acertado como nos muestra ese primer contacto, con Solange de espaldas, maniatada con los brazos en alto y desnuda (bien podría ser una presa esperando para ser azotada más que una técnica médica, que es lo que se supone que es) y él sin poder verla al estar su mundo reducido visualmente por estar siempre tumbado en una camilla.
Porque Scarred Hearts es un canto a la vida, mostrado de manera sencilla y tal vez demasiado obvia, pero funciona. Solange es una mujer moderna e independiente (dentro de lo que se puede cuando se está en un sanatorio) de la que Max, también un espíritu libre, cae rendido. Buena parte del relato se sustenta en la relación de ellos dos, y funciona. Los amigos y camaradas de Max en el sanatorio siempre aligeran una película que en todo momento está a punto de naufragar por estancamiento, pero sale adelante. Y es que resulta simple su manera de mostrar la vida en el lugar, pero como decía, funciona. Esas fiestas nocturnas, donde participan pacientes, enfermeras y quien quiera, se viven con pasión. Se discute de política, se bebe y cuando te dejan, se folla.
La obra de radu Jude tiende a ponerse más fúnebre cuando encara su recta final, cuando los amigos se curan y se van o mueren. De hecho es la incertidumbre de la muerte uno de los motores de los personajes. Uno puede estar casi curado y al día siguiente, morir. Puede que es la escena más tierna al respecto es la última cena que Max comparte con una amiga, cuyo hilo de vida está a punto de cortarse aunque ella no ha sido informada al respecto, y los ánimos que él le da, por mucho que en su rostro el espectador entienda que ella sabe la verdad.
En definitiva en Scarred Hearts Radu Jude sigue explorando la sociedad y la historia rumana. En Aferim! nos mostraba un país mísero donde la esclavitud de los gitanos estaba al orden del día. Una sociedad fuertemente conservadora y patriótica hasta la médula. Ese fue el nacimiento de la Rumania moderna. Ahora nos muestra el instante anterior a que toda una clase dirigente, pero también cultural, está a punto de desaparecer del mapa, en un lugar lleno de dolor y vida.
Esperemos que el año que viene, de nuevo en Sarajevo, Radu Jude siga indagando en el pasado de su tierra. Yo estaré allí.