Aunque la referencia temporal (e incluso geográfica) es diferente, es inevitable que, durante el visionado de Sauvage, venga a la mente el tema de los Bronski Beat, Small Town Boy. Está el asunto de la homosexualidad, por supuesto, pero más allá de eso está la desesperación, la soledad, la incomprensión, la angustia. Sentimientos que pueden ser efecto en la canción, pero que en el film de Camille Vidal-Naquet se traducen en duda sobre la causalidad de los mismos.
En las recientes 120 pulsaciones por minuto o Vivir deprisa, amar despacio nos situábamos en los terrenos de la reivindicación del colectivo, el drama del SIDA o el conflicto amoroso, pero siempre desde una perspectiva de amparo. No es que no hubiera sufrimiento, pero estábamos ante luchas compartidas o bien del colectivo o bien de un modo de vida burgués que servían de atenuante. Entendámonos, no se trata de films de lo superficial o de la banalidad, pero sí en cierto modo reflejan aquello que podríamos llamar dramas del primer mundo.
Sauvage en cambio parte de la desesperación y el desamparo sumergiéndose a través de ellos en un submundo crudo, salvaje, de individualidades feroces en su lucha por la supervivencia. Un retrato que oscila entre la delicadeza de sus paisajes y retratos de la intimidad afectuosa con lo descarnado del entorno de la prostitución masculina. Un retrato que no tiene piedad a la hora de mostrar la degradación del mercado de la carne, de sus diálogos cínicos y de unas actitudes en las que estar de vuelta de todo parece la única vía de escape.
Pero Sauvage es también un trayecto sobre lo que significa el desamor, la imposibilidad de alcanzar un sentimiento y la humanidad que se va perdiendo en dicho camino. Un viaje del que desconocemos el pasado de su caminante pero que ofrece, con todo lujo de detalles, el momento presente en una construcción compleja por la variedad de emociones mostradas.
Estamos ante un retrato paradójico de cómo alguien que va perdiendo humanidad en cada fotograma sigue con una capacidad (aparentemente ilimitada) para dar y recibir amor. Un personaje que puede generar tanto afecto como una cierta repulsión, pero que, en cualquier caso, se muestra con una veracidad que pone el film al borde de ser un curiosa mezcla entre la docuficción, el nihilismo visual de Noé y una suerte de epopeya “nouvelle vaguesca” en su versión más oscura.
Sauvage no es pues una historia sobre las complicaciones de la homosexualidad, sino más bien una exposición sobre las catastróficas consecuencias de la ausencia de amor enmarcada en un lugar, o mejor, en los no-lugares oscuros limítrofes con la realidad cotidiana, donde la degradación es la marca de la cotidianidad. Un film que siempre va al límite y por ello a veces roza lo pornográfico en lo visual pero también en lo emocional. Un complicado ejercicio de estilo que, sin embargo, sale triunfante por su apuesta sin ambages por la veracidad y por la ausencia de cualquier edulcorante narrativo o temático. Un film tan difícil de digerir y de contemplar como capaz de remover conciencias.