Los ojos son la ventana del alma, pero cuando se mira a través de ellos en una visión o un sueño, sin preguntarse el origen de este, hay que tener cuidado de no perder de vista el alma pues dos son las miradas que están “viendo”.
La sexta película de Satyajit Ray propone, más allá de la crítica al hinduismo, un auténtico ejemplo de puntos de vista no excluyentes que conforman una invitación al debate más que una sentencia (tal y como hacían Ordet de Carl Th. Dreyer o, más recientemente, Más allá de las colinas de Cristian Mungiu). El film gira en torno a un trío de personajes conformado por Doyamoyee, Umaprasad y Kalikinkar (esposa, esposo y suegro/padre respectivamente) que representan, a grandes rasgos, la fe devota, el racionalismo y la inocencia/deificación. En una de las escenas más importantes vemos como se le revela a Kalikinkar el “hecho” de que su nuera es la reencarnación de la diosa Kali y, a partir de ahí, comienza la transformación de la mujer en ídolo. Este anuncio divino alterará el orden de las cosas para los tres y, en menor medida, para el resto de fieles de la diosa que acudirán a venerarla. Doyamoyee, eje central del film, se convertirá en un personaje entre la espada y la pared que, no sin dudar sobre su naturaleza (¿cómo no hacerlo cuando ha “obrado” un milagro?), se sentirá agobiada por la cantidad de abrumadores eventos que se sucederán en el tiempo. La decisión de Ray de no hacer de su petición de auxilio algo explícito es sencillamente genial. Centrándose más en los dilemas de Uma y su padre; entre la razón de un hombre de mundo que, influido por el cristianismo, no concede tregua a ningún tipo de superstición y un hombre de fe que, sin maldad ni aprovechamiento de las circunstancias, obra según los designios de su religión y de su visión de Kali reencarnada, Ray conseguirá mostrar como la situación de Doyamoyee está supeditada a designios superiores (terrenales o divinos, da igual). El dilema planteado por su deificación ejercerá así una inmensa presión sobre los tres personajes principales.
Sin que llegue a darse un desprecio, ni mucho menos una burla, por las creencias de unos o de otros, Ray ofrecerá alimento para un posterior debate que todavía hoy puede tenerse. Sembrando la duda de una forma tan sencilla como potente, el director indio permitirá que una ambigüedad manifiesta se expanda e impregne la totalidad del ‹quid› de la película, rastreando flujos y reflujos de dubitativa espiritual. Es justamente cuando Ray pone el foco en los pensamientos de Doyamoyee que la cosa se vuelve determinante. Solamente la tragedia final y una huida hacia una neblinosa colina ofrecerán una salida digna para alguien que lleva una dolorosa desilusión en su corazón. Al cambiar las tornas y sustituir la anterior salvación de un niño por la muerte de otro (en un escenario lleno de pavor e impotencia, tanto para “supersticiosos” como para “ilustrados”), se verá como una diosa puede convertirse en diablesa con rapidez.
Satyajit Ray entendía que tratar de hacer juicios y sentencias a la ligera no era un camino honorable ni tampoco deseable y por ello plantea un estancamiento del entendimiento de los tres personajes que mantiene intacta una disputa por la verdad absoluta. Disputa que pone de manifiesto las bases de un conflicto irreconciliable hasta que las circunstancias cambian (para todos) y se llega a una resolución. La religión y el camino de la misma se exploran en el film a partir de unos métodos novedosos en su cine como la incorporación de efectos especiales. En una primera escena vemos como una estatua desnuda se convierte en ídolo cuando se le añaden capas (un rostro pintado, unos adornos, una serie de símbolos…) al igual que después vemos como una mujer se convierte en diosa por medio de un método similar.
Devi es un comentario sobre la sociedad india y el estatus de las creencias y los rituales que forman parte de su esencia. Desde un principio se da a entender la importancia de la involucración de las personas en la religión, no sin dejar de preguntarse hasta qué punto esa involucración puede llegar. Desde la distancia, vestida con joyas, peinada y sentada en su altar, Doyamoyee es la diosa Kali; pero cuando la cámara se acerca, cuando invade su aura personal y da a conocer su rostro íntimo podemos ver a una mujer vulnerable, llena de pesar y en duelo delirante consigo misma y con los de fuera. Sus ojos nos enseñan su alma. Son dos los ojos que miran (los de ella y los nuestros) y, por tanto, hay que tener ambas miradas en cuenta para “ver”.