Esta presente edición del America Film festival está viniendo marcada por algunos temas comunes en sus propuestas: el mundo de las bandas criminales en Dayveon o Goon, el sentido de la vida en Lemon y Lucky, las visicitudes de llegar al éxito en Don’t Think Twice y Patti Cake$ y en el caso que nos ocupa, Saturday Church, nos encontramos con la cara B temática de la asunción de la homosexualidad que habíamos visto anteriormente en Beach Rats.
El film de Damon Cardasis se focaliza en una franja de edad, la adolescencia, y en un lugar periférico, el Bronx, para dar contexto a la situación de un personaje que, al igual que el protagonista de Beach Rats se encuentra ante un panorama lleno de vicisitudes familiares (fallecimiento del padre), una difícil situación económica y una toma de conciencia sexual en un entorno donde lo racial, lo religioso y la incomprensión, cuando no burla escolar, dificultan en grado sumo la propia aceptación.
Sin embargo, lejos de entrar en el territorio de la autorepresión vía disfraz de macho alfa, aquí estamos ante un conflicto que entronca con el síndrome de Robinson Crusoe, donde el aislamiento y la soledad son el principal obstáculo. Así pues en Saturday Church no nos encontramos ante un personaje luchando contra lo que no quiere ser, sino que la lucha es, en este sentido, por poder expresar una orientación sexual que el entorno le niega.
Sí, estamos ante la búsqueda de una libertad negada que se expresa en el film mediante intervalos musicales de carácter fantasioso. Un lugar en la mente donde la expresión de sentimientos, deseos y vivencias se convierte en posible, alegre y vivaz. Un punto de fuga que permite no solo huir del contexto gris del día a día sino que permite establecer relaciones auténticas de amistad con otros marginados como vagabundos, prostitutas y homosexuales asímismo castigados por la incomprensión y rechazo social.
Estos números musicales vienen a contraponerse a un mundo, el de los marginados, que Saturday Church muestra como espacios desolados pero al mismo tiempo solidarios. Lugares escondidos que solo emergen en el secreto de la nocturnidad y que actúan como refugio de los desamparados, poniendo en solfa que la situación del protagonista es más global de lo que él piensa.
Sin embargo, todos estos elementos, conforman una mezcla que no acaba de funcionar. Tanto el tono, demasiado dulzón, del drama, como las coreografías y canciones no demasiado inspiradas, por no decir cursis y relamidas, restan potencia al mensaje del conjunto. Hay demasiado afán por no querer hurgar en la herida, por no entrar en el mundo de la pornomiseria argumental y estética y el resultado de todo ello es caer en un buenismo maniqueo donde, a pesar de que podemos creer lo que nos cuentan, todo resulta tan aparatoso como artificial y plano.
El paradigma de todo ello es la frivolidad con la que la causalidad desemboca en un desenlace atropellado donde la prostitución, el salvamento, la redención y la superación se concatenan en un crescendo tan veloz que desmonta todo el trabajo previo de desarrollo del arco dramático. La sensación pues, es la de callejón sin salida argumental y estructural que se resuelve de una forma precipitada, poco profunda y, por tanto, de credibilidad dudosa. Por ello Saturday Church, aunque bienintencionado, nunca consigue poner de manifiesto una realidad tridimensional sino más bien los deseos, un tanto naïf, de su director.