Sangre sobre los rieles se alza como una de las películas más importantes y emblemáticas de la historia del cine polaco. Producida en un ya lejano 1957, sin duda la época de resplandor y despegue del séptimo arte oriundo de aquellas tierras. Dirigida por el legendario Andrzej Munk autor de corta trayectoria debido a su temprana muerte cuando solo contaba con 39 años (tras sufrir un accidente durante el rodaje de su cinta póstuma La pasajera). La misma fue su primer largometraje después de una sólida y consecuente carrera como documentalista en la que supo sacar jugo de las posibilidades que se le presentaron al ser elegido como retratista de ese realismo socialista que se implantó en la Polonia administrada por la dictadura comunista. Sin tener en cuenta esa primera etapa marcada por su cine de propaganda, las películas que pudo sacar adelante Munk se observan como rara avis dentro del séptimo arte polaco. Eclécticas, hermosas y pioneras, la firma de Munk se siente en una forma de trabajar que aspiraba a fotografiar las miserias y complejidades del ser humano. También su absurdo y su crueldad. Apoyándose en la fuerza de un montaje de tonalidad soviética y un exquisito gusto por irradiar su puesta en escena con unos elegantes movimientos de cámara que focalizaban su atención siempre tanto en los rostros de sus protagonistas así como de sus inquietantes antagonistas.
Y el tren. Ese vehículo tan importante para el desarrollo del lenguaje cinematográfico. Emblema y artificio empleado por los realizadores para insertar afiladas metáforas alrededor de su significado. El viaje como medio de conexión y comunicación. También como separación y transporte de intrigas auspiciadas en cada uno de sus vagones. Protagonista del film de Munk ya desde su primer fotograma, aquél que situaba la cámara en medio de una vía para lograr así visualizar el interminable recorrido de una locomotora que parece no tener fin (gracias a un truco de montaje consistente en repetir, al estilo de los famosos gif actuales, la misma secuencia sin que el espectador sea consciente de ello). Para dar el testigo a Zapora, un joven y ambicioso maquinista que conduce con destreza y a toda velocidad la máquina de carbón de la que es responsable. Transportando alegres viajeros inconscientes de lo que va a suceder a continuación. Una celeridad que parece adecuada en virtud de los semáforos y señales que Zapora se va encontrando en el camino. Pero de repente algo extraño sucede. Un hombre en medio de una vía. Un acto de suicidio aparente o asociado a la temeridad de un loco que pretendía causar una masacre. El hombre será arrollado por el ferrocarril. Los maquinistas bajarán a contemplar quien se encontraba detrás de esta sombra aparecida en medio de la noche. Y para su sorpresa, ésta es conocida. Se trata del viejo Orzechowski. El antiguo jefe de Zapora. Un maquinista de la vieja escuela, arrogante, prepotente, severo e intransigente. Un hombre que no casa con los nuevos tiempos de orden y regulación comunista. Un enemigo del sistema que se mostró siempre contrario a cumplir las normas, exhibiendo una disciplina inflexible con sus subordinados. Un veterano que había sido despedido recientemente por sus continuas peleas con el jefe de estación fiel cumplidor de los dictados de la nueva administración.
De este modo, se iniciará una investigación para desvelar las motivaciones que llevaron a Orzechowski a cometer ese acto irracional. Para ello un grupo de ejecutivos del ferrocarril, entre los que se encuentra el jefe de estación de Orzechowski comenzarán a indagar los acontecimientos que tuvieron lugar en los días previos al accidente. La primera pista apuntará a un acto de sabotaje que denotaría la ejecución de una venganza perfectamente planeada por la víctima con la intención de causar una catástrofe intencionada. A ello conduce el hecho de que las señales de tráfico fueron adulteradas. El semáforo marcaba una sola luz (señal de vía libre) en lugar de las dos luces que avisan del peligro de descarrilamiento y por tanto manifestación de que el tren debe circular a baja velocidad.
En este sentido, el comité someterá a interrogación a tres personajes implicados con Orzechowski. En primer lugar el camarada Tuszka. El jefe de estación con el que el arrollado había tenido múltiples encontronazos por su distinto temperamento y forma de concebir el mundo. Tuszka describirá al investigado como un hombre difícil, rebelde y contrario a los mandamientos del buen camarada estalinista. Tuszka es un hombre del sistema. Un comunista convencido que observa con malos ojos a aquellos como Orzechowski que no se sometían a su control. Sentimos que la narración está distorsionada por el interlocutor. No existen puntos positivos en Orzechowski. Todo es negativo. Un intrigante, un hombre misterioso, individualista y egocéntrico, quizás simpatizante de los nazis, dictatorial con sus hombres, agresivo y déspota. Un ser cargante que se atreve a discutir incluso un imperativo del gobierno que trata de ahorrar carbón. El ferrocarril se muestra más importante para Orzechowski que el propio bien común. Y para vigilar sus movimientos Tuszka introducirá a un infiltrado en el equipo del viejo maquinista. A Zapora, un joven mecánico de confianza que espiará a su superior con el fin de destapar su verdadera personalidad. Sin embargo Orzechowski es un viejo zorro y averiguará inmediatamente las intenciones de su nuevo empleado.
Tras esta descripción segmentada de los hechos el comité solicitará la presencia de Zapora. El enemigo de Orzechowski. El conductor del tren en la noche de autos. Un joven ladrón que fue acogido por Tuszka como mecánico, para promocionarlo posteriormente como maquinista y fogonero en el equipo de Orzechowski con un objetivo. Informar al jefe de estación de los actos y sucesos tejidos por el viejo responsable de ferrocarril. El relato de Zapora no parece tan sesgado como el de Tuszka. Es el de un joven asustado. Conmocionado por haber acabado con la vida de aquel que había hecho la suya imposible. Sabedor de que ello pudo haber sido por su responsabilidad por haber conducido con velocidad excesiva en un tramo peligroso. Detallará sus inicios con Orzechowski. Difíciles por el temperamento tan estricto de éste. Confirmando el carácter vehemente y violento del protagonista del relato. Alguien que golpeará a Zapora por no obedecerlo. Tan orgulloso que será incapaz de solicitar ayuda ante la imposibilidad de agacharse (debido a su dolorosa ciática) a recoger su sombrero del suelo. Casi inhumano al obligar a Zapora a recorrer el exterior del tren en plena noche y caminando a toda velocidad poniendo en serio peligro de muerte su vida para reparar el error de no haber revisado una válvula que parece estropeada. Pero también expondrá el perfil más íntimo de su contrincante. Un viejo solitario que padeció las inclemencias de un trabajo esclavo para poder dar estudios de medicina a su hija. Amigo de sus amigos, buen conversador cuando existe confianza. Y un excelente trabajador, conocedor de todos los misterios inherentes al ferrocarril, diestro en el manejo de las técnicas ferroviarias y sin duda el mejor responsable con el que aprender a manejar una locomotora con pericia y sabiduría. Rehén de su mal genio. Naturaleza que supondrá su despido tras un encontronazo con Tuszka.
Finalizada la reseña de Zapora, el grupo de investigadores llamarán a un último testigo. Salata. El encargado de dirigir las barreras y semáforos de las vías del tren. Otro veterano amigo de Orzechowski que se muestra temeroso de recordar los sucesos acontecidos el día de autos. Puesto que puede que sea el responsable máximo del accidente. Y posible asesino de Orzechowski, tirándolo a la vía para esconder su negligencia descubierta por el viejo maquinista. Su carácter despistado e indolente es muestra de ello. Quizás no se acordó de encender la segunda luz que avisaba del peligro. Sin embargo, él no recuerda nada. Echa las culpas a su colega. Éste estuvo en su casa la noche en que todo ocurrió. Lo recuerda deprimido. Un viejo borracho y trastornado que no supo reconducir su camino tras ser despedido del trabajo que tanto amó. Estuvo bebiendo con él en el albergue de vigilancia de las vías. Y fue hacia el semáforo al conocer que el tren conducido por Zapora estaba a punto de llegar a ese punto.
Todas las miradas se dirigen pues hacia la culpabilidad de Orzechowski. Un revanchista incapaz de asumir su caída en desgracia. Pero… una prueba definitiva dará luz, o no, a una investigación sumarísima y transversal donde la línea que separa a la verdad de la mentira parece tan fina que resulta un frágil impedimento para acusar sin defensa alguna cuando es necesario localizar a un culpable fácil, alguien que entierre las miserias de un régimen imperfecto, difamador e injusto. ¿será posible conocer la verdad que se esconde tras todo el proceso?
Sangre sobre los rieles se asoma como un soberbio compendio sobre las falacias que definen lo que separa lo que es verdadero de lo que es falso. Munk hiló su relato como una especie de juicio instrumentado por un jurado que desea culpar a un mártir que ya no tiene posibilidad de defensa. La película es una auténtica maravilla insertando un innovador estilo narrativo a través de flashback que da cuenta del punto de vista sesgado de unos testigos que parecen esconder algo tras sus palabras. Miedo, pánico, persecución. Una deformación del Rashomon de Kurosawa en un escenario tan oscuro y estremecedor como la Polonia de los años cincuenta. Un hábitat donde era difícil que la justicia asomase su tez. Cada uno de los testimonios son claros, pero enigmáticos. Sentimos que hay algo que falta. Perfilamos a Orzechowski como un ser despreciable en un principio, pero la verdad parece brotar en ciertos pasajes para describir a un hombre recto y fiel a sus principios del que resulta difícil pensar albergue la mente de un cruel asesino. Porque quizás los auténticos asesinos se disfrazan con uniformes tapando sus vergüenzas en aras del buen funcionamiento del sistema. Al final seremos incapaces de averiguar el entuerto. Y esto es lo que me fascina del film. Su ambigüedad. Su inteligente apuesta por la incoherencia pintando así a un ser humano cobarde que no dudará en traicionar a un camarada con tal de salvar su propio cuello.
Desde el punto de vista técnico la película es insuperable. Haciendo gala de un montaje puramente soviético ornamentado con unas tomas muy vanguardistas, como las captadas en los exteriores del tren en movimiento. O esos ‹travellings› imposibles que describen en una sola toma el bosque de personalidades que rodean la escena. Inolvidable en este sentido se eleva el portentoso travelling filmado en la estación de tren que sigue los pasos de Zapora mientras toda una gama de personajes invisibles y desconocidos se cruzan en el sendero recorrido por éste (desde novios despidiéndose con un fogoso beso, pasajeros que se despiden de sus seres queridos, viajantes que deambulan sin un rumbo fijo, empleados que controlan que nada se salga del guión…). Una secuencia de antología de una belleza cinematográfica a la altura de los grandes autores del cine. También merece la pena reseñar la querencia de Munk por desmigajar la psicología de sus personajes gracias a unos impactantes primeros planos de los rostros de los mismos descompuestos, relajados, contrariados… Con este ejercicio de estilo Munk retrató a cada uno de sus intérpretes, siendo especialmente acertada la pintura de Orzechowski (interpretado de forma magistral por Kazimierz Opaliński) quien en un principio será encapsulado en planos nerviosos, picados, mostrando su mirada pérfida y sibilina, adoptando un rostro hitleriano. Pero que poco a poco irá reconduciendo su perfil merced a planos sosegados, tranquilos y perfectamente encuadrados de un rostro derrotado y compasivo. Digno al fin y al cabo. Una grafía que refleja el talento de Munk para componer y dialogar con el espectador con el simple manejo de una cámara.
En fin, Sangre sobre los rieles sigue conservando ese acertijo irresoluble que la transforma en una de las mayores obras maestras de la historia del cine. Una obra descomunal, imperecedera, valiente y poliédrica que ofrece una multitud de interpretaciones y posibilidades. Un rompecabezas que satisfará a los más selectos espectadores buscadores de juegos peligrosos para su quietud moral.
Todo modo de amor al cine.