Unos días hace que llegó a cines Asphalte (aquí prolongado su título como La comunidad de los corazones rotos), pero Samuel Benchetrit no pisaba nuestro país desde su debut en 2004 con Janis y John. Lo cierto es que Benchetrit ya tiene material en sus espaldas como para volver a rincones conocidos y Asphalte une dos puntos de su carrera: los cuentos autobiográficos Les Chroniques de l’Asphalte y el reducido espacio en pantalla de J’ai toujours rêvé d’être un gangster.
Sin duda Samuel es un contador de historias, un embaucador relatista que consigue que las vidas más nimias y aburridas resulten tan atractivas como la de cualquier perdedor que habita el planeta. J’ai toujours rêvé d’être un gangster tiene el encanto de la comedia y la rabia del noir, con un detalle más que importante: se apoya en grandes artistas de todos los tiempos que soportan estos jugosos diálogos.
Como ocurre en Asphalte, son varias las historias que viven de su propia autonomía, pero saben encontrar los puntos de unión, tanto por emplazamiento (todos pisan La Cafetería que regenta la bonita mujer de voz quebrada que es Anna Mouglalis) como por la temática de sus tramas.
El título ya da una pista de lo que ronda en la cabeza de aquellos que se dan cita en La Cafetería. Todos tienen la intención de alcanzar el estatus de gansgter, ya sea por casualidad o por añoranza. Cuatro historias que bajo recurrentes títulos nos ofrecen una rocambolesca trama que con ingenio y bastante torpeza van cogiendo forma. Como cualquier buena historia de gansgters, el blanco y negro viste la pantalla, y como decía antes, el formato de imagen se cuadricula, uniéndose en ocasiones a las secuencias de humor de cine mudo que tanto se disfrutaron en los inicios de este arte. El homenaje queda en una de las historias más que plasmado, convirtiendo un recuerdo en una comedia con pianola incluida. Esto de convertir una cafetería en centro de actividades tiene mucho de una de las pocas películas de Jarmusch con las que comulgo, Coffee and Cigarettes manejaba con alegría el diálogo entre amigos y del director y buenas dosis de café. No contento con eso, Benchetrit guarda un parecido razonable más, las historias ‹pulp› también tienen su guiño incorporado, y no solo porque cuando se habla de hamburguesas en una película todo el mundo piensa en Tarantino y su Pulp Fiction. ¿No eran los gangsters un producto avanzado de estas novelas?
Los pasajes tienen un humor tan ácido y torpe como sus protagonistas, en historias que van acrecentando la experiencia de los implicados (al mismo tiempo que su edad y vivencias), haciendo del absurdo un gran aliado que sin duda remueve todo tipo de emociones, al final, con los gangsters también hay opción de enternecerse. Destaca del mismo modo el detallista entorno donde fija a los personajes, no es casual cómo enfoca las composiciones en pantalla, el espacio se vuelve un aliado (también) de su excéntrico humor.
Gangsters. Todos hemos querido ser alguna vez los de la pistola y la gabardina, y con ese afán de cotidianidad, sin llegar nunca a la acción real y peligrosa, como pequeños cuentos que humanizan a los tipos peligrosos, como si la casualidad fuese una suerte que guía los pasos de cada episodio, siempre alejados de una resolución que les convierta en héroes o villanos.
J’ai toujours rêvé d’être un gangster abrió la puerta para quebrar en pequeños pedazos las historias de Samuel Benchetrit, una marca de la casa que tan bien funciona para descubrir muchos trozos que conformar una sola pieza, la de la risa, oculta bajo la oscura sombra del impulsivo y corto maleante en un mundo lleno de decepciones.