«Contar historias es lo que nos diferencia de las bestias» le dice su tío a Amal Samouni en una de las muchas secuencias de animación que Samouni Road posee. La película de Stefano Savona se retrotrae a un escenario que filma él después de uno de los incidentes, considerado como «de los más graves» por la ONU, del conflicto israelí-palestino. En la Franja de Gaza, las tropas de la infantería ‹Givati› se introducen en casa de la familia Samouni provocando la muerte del cabeza de familia y otros inocentes que allí se encontraban mientras, un tiempo después, observamos como la vida continúa.
Algo tan crudo como la masacre palestina ha dividido a los países y más aún a las religiones que, militarizándose y dictando con mano de hierro la voluntad de los pueblos, han generado una brecha infranqueable entre árabes y judíos. Pero en la película de Savona no hay lugar para el discurso político ni ideológico y, al mismo tiempo que ningún plano se tiñe del rojo de la sangre, ninguna víctima de los bombardeos y allanamientos execra a sus agresores. El objetivo documental de Samouni Road prescinde del sesgo que genera la guerra —como hacía de una forma menos directa Vals con Bashir (Ari Folman, 2008)— y propone un discurso íntimo sin obviar la desdicha de los acontecimientos.
La acción se origina ‹in media res› desmigajando, con pequeñas intromisiones en sus quehaceres, el porvenir de una familia que recuerda las enseñanzas del Corán transmitidas por el tío de Amal, la protagonista. Una niña de apenas diez años que ha visto morir a su padre y su hermano y a la que el júbilo de la juventud ha permitido conservar la pureza de su mirada y su inocente alma. Ella se debate entre la inmanencia del instante vívido y el recuerdo acechante de una barbarie mientras que la película trata de enlazar dos mundos con dos estilos cinematográficos distintos. La memoria irrepresentable se convierte en pulsión inestable y bonita mediante una animación en blanco y negro, plagada de detalles en su movimiento crepitante, que traza las líneas de la remembranza con sutil pero gráfico estilo. Simone Massi, uno de los animadores más prometedores de Italia, dota de vida al recuerdo de la niña que es lo único que aspira a verse como forma de la esperanza. De entre los escombros que originaron las bombas —simuladas por un CGI tan distante como frío y que aparece a mitad del film— se rescatan los Suras que dan vida a pasajes tan oscuros como tintineantes mientras se intercalan con imágenes de una realidad registrada a modo de estampas de una comunidad en regeneración.
Savona propone un ejercicio de vaciado espacial para centrarse en los cuerpos que ahora habitan los restos de lo que fueron sus hogares. Entre la oda a los mártires y el día a día de una parte de la numerosa familia Samouni, el velo de la Historia reciente va cayendo hasta desentrañar los detalles de una situación extremadamente demoledora. Es importante recordar que, mediante la imagen, se puede contar una historia, pero también hacer un retrato del mundo aunando la realidad de lo cotidiano —las escenas en que la madre arregla el pelo a sus hijos o en las que Amal la dibuja, a su vez, el día de su boda— y la gravedad de un conflicto que llega sin avisar.