Basta con echar un vistazo al semblante de Thomas para saber que su vida está lejos de ser de ensueño. Apesadumbrado, el hombre hace la maleta y, tras un tímido “hasta luego” de su mujer e hijas, sale de casa dispuesto a acudir a un salón del cómic donde presentará sus ya añejos trabajos como autor, toda vez que su magia como historietista se ha disipado en los últimos tiempos. Pero un despiste o quizá su propio subconsciente le llevan a tomar el tren que se dirige a su pueblo natal, que no ha pisado en 20 años. Allí le ocurrirá un suceso extraño que le hará regresar a una época ya olvidada en su memoria.
Barrio lejano es la adaptación cinematográfica del exitoso manga de Jiro Taniguchi (recientemente fallecido), una de las historias mejor valoradas por los amantes de esta disciplina artística en los últimos tiempos. Sam Garbarski, director que recientemente ha estrenado en España una especie de tragicomedia denominada Bye Bye Germany, lleva la trama de Barrio lejano hasta tierras francesas y la impregna de unos tintes nostálgico-sensibles frente a los que incluso aquellos que todavía estamos considerados como jóvenes tendremos que acabar claudicando.
Es este sentimentalismo nada gratuito que Garbarski pretende inculcar a su film con el que logra dotar de un emblema propio a su obra. Porque Barrio lejano no se limita a enlazar una serie de secuencias bajo el aura de «todo tiempo pasado fue mejor», sino que la película realmente funciona en su conjunto sin que necesite tirar de lágrima barata para conseguirlo. Precisamente uno de los problemas de Bye Bye Germany era cómo el cineasta belga encajaba el dramatismo implícito a los antecedentes de la cinta (el Holocausto judío) en medio de su particular intento por aportar comicidad, que dejaba entrever la buena mano de Garbarski a la hora de manejar registros de vena humorística pero no tanto en su contrapunto más sensiblero. Parece paradójico, pues, que el punto negro de su último trabajo tras las cámaras coincida con la mayor virtud de un film que dirigió hace ya siete años.
El hecho de que el protagonista vuelva a experimentar un ciclo clave de su existencia no da pie a elucubrar sobre teorías sobrenaturales: simplemente sucede y punto. Garbarski no se pierde en cosas poco importantes ni en ese momento ni en el resto de la cinta y siempre tiene claro hacia dónde tirar. Este es otro punto de diferencia con la en ocasiones titubeante Bye Bye Germany, con el mérito añadido de que Barrio lejano no posee un punto de antecedente resabido y común como sí lo ostenta el otro film en discusión. La película va al grano, pero obviamente eso no impide que nos muestre varias escenas importantes para entender el contexto en el que se movía Thomas durante aquella época y, muy especialmente, la relación que mantenía con sus familiares.
En cierta manera, se puede decir que Barrio lejano es una obra de índole universal. Ya el hecho de que parta de un manga japonés y se adapte a una película francesa manteniendo el mismo espíritu da una clara pista de que lo que se narra aquí vale para casi cualquier época, nación, sexo o personalidad. El film de Garbarski habla sobre cómo el ser humano toma ciertas decisiones que le llevan al arrepentimiento, también sobre las decisiones que toman otros y frente a las que uno no puede hacer nada (o cree que no puede hacer nada), sobre cómo la elección más clara no siempre es la correcta… Y todo ello lo hace desprovisto de la empalagosidad que a simple vista podrían denotar las frases anteriores. Una preciosa película salida de la mente de un aplaudido mangaka y ejecutada por un director bastante más eficiente de lo que su último trabajo podía hacer pensar.