El plano secuencia con el que abre Salyut-7 no es más que un indicativo acerca de cuáles serán las intenciones de Shipenko en un film donde el papel ruso, como respuesta a la carrera espacial que mantuvieron varios países —principalmente, la Unión Soviética y los Estados Unidos— durante décadas y, cómo no, a títulos surgidos del otro lado del charco —donde Apolo XIII cobra quizá cierta relevancia por el peso que tuvo en su momento—, es resaltado en el contexto de la hazaña histórica que supuso el rescate de la estación espacial soviética Saliut 7. De este modo, y más allá de buscar unos ejes dramáticos en los que asentar su propuesta, el ruso nos advierte acerca de las capacidades de un film —no en vano, incluso fue preparada para su proyección en 3D— que virará más en torno a las capacidades técnicas y al aparato formal construido por Shipenko, que a un componente emocional que prácticamente se deduce tanto de sus imágenes como de la búsqueda de una espectacularidad a la que se siente sujeta en todo momento la aventura espacial rusa en manos de su autor.
El hecho de constatar desde su arranque tanto el tono como el rumbo que adquirirá un film como Salyut-7 es una muestra de confianza absoluta en las aptitudes y medios de la propuesta. No obstante, es en el elemento que debería ser clave para conducir al espectador por la senda que Shipenko busca abordar, donde la cinta pierde buena parte de sus atributos al fiar sus expectativas a una carta que no hace sino condicionar el recorrido propuesto. El hecho de no abordar más que en la superficie los dramas internos de esos dos pilotos que volarían en un módulo para intentar acoplarse a la estación, habla sobre las cualidades de un libreto ejecutado con cierta tenacidad al no contemplar entre sus opciones la irrupción de un componente afectivo que, si bien hace acto de presencia en contados momentos, no sirve como coartada para encauzar una película cuya disposición se aleja de todos esos entresijos. Shipenko dispone en ese sentido varias pinceladas que moldean el carácter de los protagonistas, como el privilegio que parece ser para Fedorov el hecho de poder mirar desde las estrellas su planeta, y hablar de algo desconocido para el resto de humanos, o el conflicto que surge al tener que dejar atrás a sus seres más queridos con tal de volver a aquello que supone algo más que una pasión.
Si bien hay que reconocerle a Salyut-7 el hecho de saber bordear la deriva de una narración que por momentos se torna demasiado densa —especialmente, si nos atenemos al relato que maneja Shipenko—, y armar en torno a la misma secuencias donde ese cine-espectáculo ya sugerido en su escena de apertura, lo cierto es que el film no sabe aprovechar en ningún momento sus escasas virtudes, y parece retozar en un jugueteo excesivo —seguramente, inducido por la introducción de la técnica 3D, que no parece aportar elementos narrativos ni visuales de peso como para justificar su papel— que termina resultando en la más absoluta nada. Y es que si la intención de su autor era promulgar un film donde, además de exaltar ese sentimiento patrió(tico), nos encontrásemos con un ejercicio consciente de sus posibilidades, las marra al completo al no saber exactamente como asumir un rol que navega entre una estéril narración de los hechos —siempre ligada a la exhibición que pretende Salyut-7— y esas secuencias para lucimiento que, en efecto, saben explotar la tensión de los momentos y aplicar un componente visual que las ensalza, pero en ningún instante encuentran el equilibrio necesario entre ambos trayectos.
En un momento determinado del film, mientras Fedorov habla con su mujer y le cuenta cómo le gustaría poder volver a la Tierra mientras sobrevuela Madagascar, para hablar a sus nativos sobre los misterios del espacio y, un poco sobre su vida en el Planeta Azul, ella responde que esa vida debe ser demasiado aburrida para ello. Una pena que el itinerario propuesto por Shipenko se asemeje tanto a ese periplo al que alude la mujer del protagonista, y al final sólo falten cuatro escenas en 3D para que todo sea más anodino de lo que ya es.
Larga vida a la nueva carne.