La directora de cine que abordamos esta semana lleva trabajando casi medio siglo en la industria audiovisual. 1969 es el año de su primer cortometraje. Desde aquella década ha realizado una decena de largos, más films en formato breve y una miniserie para televisión. Su trayectoria comercial en España es intermitente, puesto que alcanzó bastante prestigio con Orlando, su tercer largo de ficción y el primero en tener una distribución y aceptación reconocida en casi todo el planeta, una adaptación de la novela de Virginia Woolf que funcionaba por su tono festivo sin dejar de lado un punto de vista imaginativo y feminista sin que ninguno de los dos resultara malparado. En ella ya demostró su acierto en la dirección de actrices y actores, además de agilidad para enfrentarse a una narración con saltos temporales sin que resultaran confusos, equilibrando el conjunto con un buen trabajo del montaje. También se estrenaron en salas comerciales La lección de tango, a medio camino entre un relato de estilo musical, cruzado por la autobiografía, con ella misma como protagonista, película en la que ya usó —como en otros films precedentes— la fotografía en blanco y negro. Y Vidas furtivas, un drama de época que se apoyaba en la presencia de Christina Ricci, Cate Blanchet, John Turturro y Johnny Depp como reparto con suficiente reclamo para el público. El error cuando se habla de las películas de la cineasta estriba más en abordarla como la primera directora de la historia del cine británico, algo más propio de la denuncia social que del encomio profesional. Por eso es preferible comentar sus logros como cineasta, sin más, fuera de su condición como mujer. Es más, situémosla junto a otros directores nacidos el mismo año como pueden ser Lawrence Kasdan o Jim Sheridan. En los dos casos han tenido triunfos económicos, críticos y de galardones que los situaron en primera fila de la industria, pero sus últimas obras han sido vapuleadas por los dos segmentos, el especializado y el público. Sally Potter, sin embargo, se ha mantenido fuera de esa situación privilegiada más allá de los films comentados, además de presentar una coherencia del cine que se estrena en circuito comercial, aunque no sea masivo, coherencia cimentada por la elección de distintas historias de partida, habitualmente situadas en el drama, pero dosificadas por un humor leve, unido a un tono sarcástico, sin llegar a resultar denigrante para los personajes ni para el espectador, que matiza la gravedad de los sucesos narrados. Esta intermitencia se confirma, de hecho, porque The party es su primera película estrenada en cines desde el año 2000, ya que sus tres trabajos previos pasaron por festivales como el de Barcelona y la Seminci de Valladolid. O fueron estrenados directamente en video bajo demanda, como sucedió con Rage.
Presentada a concurso en la sección oficial de la Berlinale del 2009, menospreciada por jurado y críticos allí presentes, la cinta fue tachada por pretenciosa y de visión incómoda. Vista en la actualidad, después de tantos años en los que la imagen se ha ido degradando por el uso del video digital descuidado, con rodajes que parecen perpetrados por directores de fotografía en prácticas. Bajada de calidad acrecentada por el predominio de videos grabados con teléfonos móviles, difundidos a diario por cualquier canal de televisión, de internet o videoaficionados egocéntricos. A pocos años del tiempo presente, la cineasta se adelantó a la dictadura de estos estafadores virtuales seguidos por millones de personas en todo el globo, prestos a dar opiniones audaces o al adoctrinamiento patrocinado por grandes multinacionales y otras marcas dispuestas a saltar en anuncios virtuales pertrechados por spam de todo tipo y formato.
Rage narra la acción como si se tratara de un diario web grabado por Michelangelo, un universitario que realiza un trabajo para su facultad, entrevistando a los principales encargados que trabajan en la colección que presenta Merlin, un diseñador polémico en sus exhibiciones de moda. El lugar es el pabellón de Nueva York donde se dan cita durante una semana de la moda, pero el decorado resulta tan abstracto como una pantalla de color diferente para cada uno de esos catorce personajes que engloban todos los departamentos que se vuelcan en el desfile. Ellos son el propio diseñador estrella, modelos veteranas y emergentes, periodistas, fotógrafos, publicistas, agentes comerciales, representantes, un becario, la patronista que siempre suele quedar en la sombra e incluso el magnate de un imperio audiovisual. Superada la barrera temporal de los primeros minutos del film en la que percibimos que la película está rodada siempre en primeros, primerísimos planos y planos medios ocasionales de los bustos parlantes, aunque también gestuales, aportados por el grupo de roles mencionados. Pasados esos cinco o diez minutos que suponen el máximo momento de extrañeza hacia la forma en que se cuenta el film, la autora demuestra su capacidad como cineasta jugando con los elementos mínimos, estirando una situación de grupo hermético que mira con justificación directamente a la cámara —y a Michelangelo que no es otro que nosotros mismos— como actor invisible, mudo, observador constante de todo lo que le dicen sus interlocutores. Lejos de las estrellas multimedia, omnipresentes y vanidosas que son los ya mencionados youtubers, el entrevistador al que aluden los protagonistas en todo el metraje cuando le hablan a él, queda siempre fuera de campo, al igual que tampoco se muestra lo que sucede en el escenario, al público que acude al certamen de moda, ni tampoco entre bambalinas, sugeridas por un uso predominante de la canción que acompaña perpetuamente a los distintos desfiles y los efectos de sonido de la multitud o de unos manifestantes que protestan in crescendo, durante los cinco días en los cuales se desarrolla la acción. Los diferentes cambios de vestuario del grupo de actores y el uso tal vez irreal, pero muy expresivo de los fondos de color que caracterizan a cada personaje, consiguen la sucesión de tiempo con cierta naturalidad, apoyada por algunos fundidos a negro y encadenados que matizan esas elipsis temporales.
Sally Potter es la autora plena en labores de operadora de cámara y compositora de la banda sonora con Fred Frith. Además del guión, como siempre ha escrito los de todos sus films, salvo en el caso de The gold diggers en la que lo hizo en colaboración. Se lanza a la experimentación formal después de tantos años dirigiendo, pero con el esqueleto de un guión que vertebra el modo en que está construido el film. Lleva hasta el final la forma y el fondo, incluso con el inconveniente de un clímax que podría haber sido más redondo recurriendo al fuera de campo. La tensión para el espectador se halla en un juego que puede resultar teatral porque los personajes se comportan como si fueran actores, pero realmente es lo más lógico al ser la mayoría de ellos seres egoístas, vanidosos, introvertidos o muy pagados de sí mismos, preocupados por las apariencias y de los que los más humanos, irónicamente, resultan ser Minx y Letuce, las dos modelos. Rage es un film que por su textura visual, ambientación sonora, cadencia, ritmo y el equilibrio casi democrático en la duración e importancia de las apariciones de todos los personajes, logra el milagro de un microcosmos único, criticado pero comprensible como el de la moda. Con el interés de cierta trama criminal y la sensación de que detrás de todo está la mano de una directora de raza que merece más crédito del obtenido hasta hoy.