Cuando crees que ya nada en esta vida te puede sorprender, llegará siempre algún día que demuestra que la vida es una caja de sorpresas. Esta manida frase podría trasladarse al mundo del cine, y para el caso concreto de un servidor asentarse en la experiencia que ha significado contemplar una película tan absolutamente demencial, extraña y fascinante como es esta Salinma, dirigida por todo un pionero del cine de terror de Corea del Sur de nombre Lee Yongmin. Y es que el cine coreano clásico sigue siendo ese gran desconocido para el público occidental, motivado este grado de malditismo por las enormes pérdidas de material audiovisual sufridas en el transcurso de la Guerra de Corea, pero igualmente por una falta de penetración en los mercados europeos y americanos de las piezas que sobrevivieron en perfecto estado de conservación a las bombas y a la barbarie bélica, hecho creo que puede venir motivado por la atmósfera anómala y pintoresca de las propuestas cinematográficas emergidas en la Corea del Sur posbélica, siendo estas unas obras que carecen de la espiritualidad oriental de sus compañeras nacidas en Japón o China, estando muy influenciadas por una visión de la sociedad más cercana al mundo occidental, pero que igualmente se muestran demasiado exóticas a los ojos de un espectador de nuestro entorno para ser contempladas como un producto autóctono de tierras indo-europeas.
Y es precisamente esta indefinición conceptual e ideológica típica del cine cimentado en Corea del Sur, lo que convierte a Salinma en una pieza de efectos hipnóticos y subyugantes y por ello en una cinta de imprescindible visionado para todo amante del cine de terror más freak y paranoico. Esto es debido a la inquietante puesta en escena llevada a cabo por Yongmin, el cual traza una historia de fantasmas claramente emparentada con los poéticos kaidan japoneses que empleaban los resortes del melodrama para insertar en su dogma estructural una pérfida y moralizadora historia de venganza orquestada por desasosegados espectros que emergían del mundo de los muertos para calmar su atormentado espíritu acechando a los culpables que causaron su tormento. Pero el cineasta coreano introduce incontables referencias del terror europeo, otorgando pues a su film una atmósfera sucia, atroz, irracional, depravada, emocionalmente repleta de tensión sexual al igual que carente de efectos especiales, renunciando por tanto a los efectos luminosos y sonoros que marcan sensorialmente las apariciones en el cine de horror japonés, dejando que el miedo surja desde un punto de vista realista desprovisto de maquillajes y suntuosos ropajes, convirtiendo a esta mezcla de realidad con sombras metafísicas vacías de brumas y nieblas, en un cocktail enfermizo y excitante que hará caer al espectador en un profundo agujero de oscuridad y vicio pegado rabiosamente al contexto existencial más cercano a nuestra conducta.
La cinta adapta muy libremente el magistral relato de Edgar Allan Poe El gato negro, narrando la historia de Lee Shi-Mok, un ingenuo padre de familia que en el día de los muertos acude a un exposición pictórica que finalmente no se ha realizado. Sin embargo en el abandonado edificio en el que se iba a desarrollar la exposición, emerge un único y enigmático cuadro en el que se retrata el rostro de una bella y misteriosa mujer que resulta ser la esposa fallecida de Shi-Mok. Durante el trayecto que le dirige a casa, un misterioso chófer conducirá al protagonista hacia el hogar del pintor que bosquejó el retrato, que será misteriosamente asesinado por la vampírica figura de la ex-mujer de Shi-Mok, que desaparecerá desvaneciéndose de la escena del crimen transformada en un gato negro. De este modo, el espectro de la fallecida esposa del indolente Lee Shi-Mok, buscará vengarse de su antiguo marido atacando a su actual esposa Hye-sook (prima para más inri del espectro vengador), de su pérfida y desleal suegra llamada Heo y de los hijos que ha tenido el matrimonio, y que ella no pudo otorgar en vida a su cónyuge por su incapacidad para dar a luz.
La mejor manera de disfrutar de esta excepcional muestra de cine de terror oculto es sin duda desde el total desconocimiento argumental de la enrevesada trama que perfila el genial Lee Yongmin en la que hay cabida para historias cruzadas, traiciones familiares, secuestros, asesinatos, apariciones, suplantaciones de personalidad, melodrama y misterio, todo ello, aunque parezca imposible por la diversidad de géneros que toca el cineasta oriental, llevado a cabo con una maestría y sapiencia narrativa que impedirá que la historia se atasque en incoherentes subtramas o en trampas narrativas, haciendo pues gala de su magnífica dote para contar una historia de terror al más puro estilo de Edgar Allan Poe sin caer en el ridículo ni en la repetición de arquetipos en los que suelen rendirse las obras que se atreven a tocar el malsano universo nacido de la privilegiada mente del autor estadounidense. Desde el punto de vista narrativo la cinta abraza los paradigmas más vanguardistas de la época, huyendo de la linealidad temporal para apostar por una narración trazada a través de saltos en el tiempo que viajan de manera continuada del pasado al presente sin que ello casi sea perceptible por el ojo del espectador, mezclando pues las vivencias presentes con las curvilíneas órbitas del pasado dominadas por un talante onírico y terrorífico muy cautivador.
La fotografía en blanco y negro otorga, si cabe aún más, una atmósfera muy deprimente y macabra a la cinta lo cual incita una mayor veracidad a la representación dramática del texto. Sin duda las escenas más impactantes de la película son aquellas en las que aparece el fantasma con total normalidad (como ya he comentado, sin esos efectos sonoros ni de iluminación tan típicos del cine nipón), adquiriendo la forma de una especie de vampiro humano que se transforma en un gato negro para poder huir o entrar en los espacios terrenales sin delatar su presencia. Por tanto, a pesar de partir de una historia eminentemente afectada por el universo oriental, Lee Yongmin optó por dotar a su criatura con unas bifurcaciones germinadas en el cosmos del horror occidental mucho más carnal y abrupto que los relatos hermanos originarios del lejano oriente, dando como resultado una película magnética, sugerente, esbozada a través de una narrativa rota y experimental que lanzará en su tramo final una espeluznante moraleja que avisa de los temibles efectos que el capitalismo, la ambición y la total falta de escrúpulos que conquistaron a la sociedad coreana tras la firma del armisticio, venidos de países muy lejanos del espiritual pueblo coreano, acabarían acarreando en un país que al igual que la película representa esa indefinición dogmática que la pérdida de valores ancestrales en favor del mal llamado progreso ha ocasionado en lo más profundo de su sino.
Todo modo de amor al cine.