Que Sala de profesores pueda ser etiquetada como thriller no se debe tanto al hecho de que el argumento contenga un robo y la búsqueda de su responsable como al pulso inquieto de su director. Y es que, tan pronto como estalla el detonante, los acontecimientos se suceden a tal ritmo que apenas hemos asimilado el último giro cuando tiene lugar el siguiente. De ahí que el trabajo pueda permitirse desviar nuestro interés de la máscara del ladrón para centrarlo en el despliegue de los personajes, así como en sus vidas y problemas vivenciales.
A partir de entonces, Ilker Çatak se sirve de dichas vidas y obstáculos para desplegar las consecuencias de cierta acción llevada a cabo por su protagonista principal, en un ejercicio de giros dramáticos que casi parece inspirado en la (impecable) filmografía de Asghar Farhadi: como sucede a la mayoría de los protagonistas de las películas del director de El pasado (Asghar Farhadi, 2018), Carla se descubrirá arrastrada por el torrente desbocado en el que devendrán las consecuencias de una decisión extrema, tomada en un momento de baja inspiración, si bien con la firme intención de proteger la dignidad de sus alumnos.
De todo el caos que ocasionará su nueva situación emerge otra de las grandes cualidades del film: una compleja reflexión acerca del choque de trenes que puede resultar de la incompatibilidad entre legalidad y justicia. Porque a Carla le faltan recursos legales para afrontar las injusticias que anticipa que sufrirán sus alumnos, dando la casualidad de que, en su trabajo, la legalidad es el único camino concebible. En este aspecto, Sala de profesores también recuerda a un título reciente de otro director, a saber, Monstruo de Hirokazu Koreeda: ambas películas exponen, de formas muy distintas, la priorización del seguimiento de un protocolo al bienestar de los alumnos del colegio.
Pero, volviendo al título que nos ocupa, la desafortunada acción de Carla no sólo chocará con el muro de la legalidad, sino que también la expondrá a una posible condena colectiva: su legitimidad profesional y su autoridad como docente empezarán a tambalearse en el momento en que se esparza el rumor de que una profesora de primaria ha cometido una ilegalidad. Se trata de un nuevo giro que, además de reforzar la mentada reflexión acerca de legalismos (y la prioridad de los mismos frente al bienestar de los alumnos) permite a Çatak llevar su reflexión todavía un poco más allá: como resultado de la escasez de profesores, Carla estará obligada, paradójicamente, a permanecer en el centro. Y ello reducirá, al mismo tiempo, las posibilidades a una única opción que podría ser muy perjudicial para el alumno al que remite (en absoluto responsable de lo sucedido).
Todos estos elementos son expuestos a un ritmo vertiginoso pero de una forma muy sólida, jamás excesiva, de modo que el espectador no cuente con la escapatoria de ningún defecto formal o narrativo que justifique la decisión de apearse del vehículo. Dicho de otro modo: Sala de profesores es una película que hace sufrir en el mejor de los sentidos. Porque las situaciones que plantea son tan creíbles como sus personajes, a ratos odiosos pero siempre humanos. De ahí que también podamos empatizar con los personajes menos “simpáticos” y, del mismo modo, desaprobar algunas actitudes y decisiones de Carla (brillantemente interpretada —dicho sea de paso— por Leonie Benesch).